El otro Premier

Recuerdos personales de un hábito en peligro de extinción

Todo este bombardeo de noticias y desfile de opinólogos por los canales de televisión, que hablan de la presentación del premier, Fernando Zavala y su gabinete ministerial en el Congreso, me ha llevado a preguntarme, ¿cuándo fue la primera vez que prendí un Premier? A pesar de que todos los días me entreno resolviendo los crucigramas, mi ingrata memoria ha olvidado cuándo encendí el primero. Mi más lejano recuerdo se remonta al año en que publiqué mi libro Haciendo cuentos. Esa vez, luego de la ceremonia de presentación, me apuré a encender un cigarrillo en el salón del Centro Cultural de España, bajo la atenta mirada de Wilfredo Tarazona, Danilo Sánchez Lihón y el viejo Lito. Por lo tanto he decidido declarar el 2004 como el año en que inicié esta danza con el fuego.

Desde entonces son muchas las anécdotas políticas, amicales, amatorias y de tantas otras circunstancias en las que siempre estuvo un Premier entre mis dedos. Por ejemplo, la vez en que rompí con una chica en la universidad porque quería someterme a comer Halls de sabor de mora después de cada cigarrillo, la ocasión en que Alan García me pidió que no fumara antes de dar un discurso, o la noche en que después de varios días de sufrir un estreñimiento terrible logré aflojar el intestino con una milagrosa pitada, para mi alivio.

Días atrás, cuando anunciaron el inevitable incremento del precio de los cigarrillos, muchos de mis amigos fumadores que aún viven de la propina de papá y mamá se entristecieron. Así que para alentarnos mutuamente se nos ocurrió pensar que desde hoy seríamos parte de un club cada vez más selecto: no todos podrían tener una caja de Premier en la mano. Ahora pagamos S/. 12. Somos bienaventurados frente a aquellos imberbes que profanan con su impericia su santo empaque.

Años atrás, cuando una ley dispuso que las compañías tabacaleras pusieran en ambos lados de las cajetillas frases como: “Fumar causa impotencia sexual”, salí raudo a la tienda para comprar todos los paquetes que podía y guardarlos como un objeto de colección. Algunos los convertí en marcadores para libros. Además, les puedo asegurar que lo de la impotencia es mentira. Tanto me encariñé con estos cigarrillos que un día decidí enviar mi curriculum vitae a la British American Tobacco Peru. Sigo esperando con ansias su respuesta.

Debo decir que aún me sorprende la cara que ponen todos cuando se enciende un Premier. Comienza con una mueca torcida en los labios y los ojos bien abiertos; incluso algunos se rascan la cabeza y sueltan una lisura al aire. Tal parece que los Premier están desapareciendo en nuestro país o rehúyen al fuego. Una noche, el taxista que me conducía a mi casa después de una extenuante jornada, se colmó de nostalgia cuando vio después de mucho tiempo la cajetilla de cigarrillos que su padre y tal vez su abuelo habían fumado. El hombre regresó en el tiempo mientras giraba el timón para entrar a la Panamericana Norte, y se aceleró contándome varias anécdotas.

Podría escribir varias carillas sobre estos cigarrillos. Cómo sabe en las zonas altoandinas, en la selva, en el cuarto de un hotel, en la ducha o la taza del baño... Pero sé que todos están más interesados en la presentación del premier Zavala y su Gabinete ministerial, y si el fujimorismo le otorga o le niega el voto de confianza. En cuanto a mí, les digo: El Premier tiene mi voto de confianza. También los Gitanes, pero esa es una investidura de otro calibre.

Arturo Valverde