Darío Enríquez

¿El modelo no llega al “Perú profundo”?

Crónica de una negación reiterada y malévola

¿El modelo no llega al “Perú profundo”?
Darío Enríquez
04 de mayo del 2021


Ya hemos reflexionado en anteriores entregas sobre esa absurda división entre aquello que sería "profundo" y aquello otro que –por lógico contraste– sería "superficial", cuando nos referimos a las diferencias económicas, sociales y culturales entre diversos espacios territoriales de nuestro Perú. Otros hablan (hablamos) del Perú oficial versus el Perú real al resaltar distorsiones, espejismos y absurdos provocados por la burocracia salvaje. En fin, otra dicotomía algo más fuera de época –aunque se apele a ella con persistente frecuencia– es la que enfrenta el campo (empobrecido) y la ciudad (indiferente).

La realidad es mucho más compleja que estos enfoques duales, tal vez pertinentes para cuestiones muy precisas, pero claramente desenfocados si se requiere un análisis integral, dinámico y sistémico. Para el tema que nos ocupa, el de estudiar cómo es que participan los diversos espacios territoriales en una economía nacional –si se quiere, tanto recursos como esfuerzos y beneficios que corresponde a cada espacio– requerimos algo más, mucho más que una simple visión de "lucha" entre opuestos. Se trata de un enfoque de redes urbanas, con roles, interdependencias y dependencias cruzadas que en gran medida son espontáneas, en el sentido que no son impuestas por una autoridad central sino que surgen a partir de hechos y circunstancias objetivas.

La gran red peruana tiene a Lima como la megalópolis, una inmensa ciudad que concentra un tercio de los habitantes y casi la mitad del PBI. Las veinte grandes ciudades que le siguen no logran una suma como Lima ¿Eso es malo? ¿Eso es bueno? No hay respuesta para ello. En la medida que se trata de un fenómeno bastante complejo y en gran parte espontáneo, ciertas intervenciones "descentralizadoras" deben ser tomadas con sumo cuidado.

Esa red peruana de producción y consumo está conectada a otras complejas redes nacionales entrelazadas a nivel subcontinental, continental y planetario. Hacia dentro, a su vez, nuestra gran red peruana se explica por muchas otras redes regionales y locales, interconectando centros urbanos y periurbanos (lo que antes llamábamos "el mundo rural"). Los principales centros urbanos peruanos se encuentran en la costa, y con el tiempo se ha decantado una preeminencia de esas urbes costeras respecto de las andinas. Desplegando roles e interdependencia, Piura y Chiclayo han desarrollado más que Cajamarca y nuestra selva al otro lado de los Andes; Trujillo no tiene competencia en sus Andes adyacentes; Huaraz lideraba su espacio geográfico hasta la emergencia de Chimbote; Lima y Huancayo están unidas por el ferrocarril del centro antes que las carreteras hicieran lo suyo; Ica supera a Ayacucho y Huanta; en el sur, Ilo y Moquegua van parejos, mientras Arequipa es el notable excepción de una urbe andina que supera largamente en dinámica y desarrollo tanto a sus pares costeños como otras ciudades andinas como Cusco, Puno y Juliaca. 

¿Cómo se explican estas diferencias? No hubo ninguna autoridad central que planeara esto. De hecho, como venimos afirmando una y otra vez, se trata por ello de un fenómeno en gran parte espontáneo. Toda intervención, aunque tenga otras y mejores intenciones, termina sometida a estas dinámicas que desconocemos a profundidad. La planeación urbana no es una actividad mágica. Se puede intentar el implante de nuevas formas de hacer, producir y vivir en un espacio urbano, pero esto suele ser excepcional. Lo que tenemos como tendencia ineludible es que esa planeación debe saber identificar y acompañar la dinámica, los usos, las costumbres y los valores que la acción humana despliega en un territorio dado. El nivel de vida será una variable resultado que se verifica en un territorio, en las comunidades que lo ocupan y para los ciudadanos que lo habiten. Allí se miden entonces –territorio a territorio– las bondades, los vicios y las virtudes de un "modelo". Veamos. 

Cuando se habla que el "modelo" no llega a todos siempre se alude a los beneficios, pero muy pocas veces a recursos y esfuerzos siempre previos a cualquier beneficio que se pretenda obtener. Detrás de esa posición se cobija una visión asistencialista, en vez de invocar el acceso a oportunidades que ciertamente es muy restringida para importantes sectores de nuestros conciudadanos.

Sin embargo, estas dificultades para acceder a oportunidades no han sido impedimento absoluto. En efecto, las historias de "éxito" (bienestar material, sobre todo) son abundantes, tanto que las encontramos con facilidad en hechos cotidianos. Algo que llamó nuestra atención en los últimos días es que un político –que paradójicamente predica lo contrario– tuvo una problema de salud y se atendió en una exclusiva y lujosa clínica privada, cuyo acaudalado propietario es amigo de la infancia de ese político, ambos originarios de una "olvidada comarca del Perú profundo", ambos condicionados por carencias, limitaciones y circunstancias similares. En adición, un magnate de la educación superior privada en el Perú –también político en actividad– es originario de esa misma "alejada provincia" ¿Entonces? Lo dicho, ecuación del progreso (material) legítimo: recursos, esfuerzo y beneficios. En ese orden.

¿Qué nos falta? No hay duda objetiva de que nos encontramos por el buen camino, solo que debemos lograr que este acceso a oportunidades se abra con mayor amplitud para aquellos capaces de aprovecharlas. Sería un grave error desandar lo avanzado y, peor aún, destruirlo para aplicar fórmulas utópicas que jamás han funcionado. La Libertad no tiene sustituto; se suele perder rápido y cuesta muchísimo recuperarla.

Darío Enríquez
04 de mayo del 2021

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