Arturo Valverde
El mediodía según Chéjov
El momento del día en que se inician sus mejores cuentos

Es esta época del año se aprecia el cambio del clima. En unas semanas, los días soleados serán reemplazados por las frías y húmedas mañanas. ¿Qué nos impulsa a describir la naturaleza? ¿Cuántos bosques, ríos, montañas y valles son un reto para el escritor? ¿Ha tenido éxito o no el autor en su intento por describirnos el paisaje que aparece ante sus ojos? Y finalmente, ¿por qué algunos prefieren el día en lugar de la tarde o la noche para iniciar un relato?
Como muchos otros, Antón Chéjov también se vio tentado por la naturaleza, la que evoca en distintos cuentos. Sin embargo, la mañana y el mediodía son los momentos más propicios para muchas de sus historias.
El mediodía parece una de las horas predilectas de Chéjov. Y cito algunos ejemplos: En El cazador, empieza así: “Mediodía bochornoso y sofocante. En el cielo no hay ni una nube… Las hierbas, quemadas por el sol, se doblan con aire triste y desesperado: aunque lloviera, no reverdecerían… El bosque está silencioso e inmóvil, como si escrutara alguna cosa desde lo alto de sus copas o esperara algún acontecimiento”. En El Pensador, otro de sus cuentos, el ruso escribe: “Es un mediodía caluroso. En el aire no hay sonidos ni movimientos… Toda la naturaleza semeja una hacienda muy grande olvidada de Dios y de las gentes”. En Un cínico, empieza a la misma hora: “Es la hora del mediodía. Yegor Siusin, suboficial…”. En el cuento Por casualidad, dice: “Es una soleada jornada de agosto, al mediodía, llegué en compañía de un príncipe ruso…”. ¡Qué fijación por el mediodía!
Cuando se trata de la hora de la mañana, en su mayoría, nos describe mañanas radiantes que anuncian que sucederá algo singular. En La Lota, nos dice: “Es una mañana veraniega. El aire está silencioso. Tan solo a la orilla del río el saltamonte deja oír su leve chasquido, y en algún paraje lejano canturrea tímidamente el orlichka. En el cielo, nubes inmóviles, ligeras como la pluma, semejan nieve derramada…, y junto a la kupalnia, bajo las verdes ramas del sauce, el carpintero Gerásim, alto y escuálido muzhik de cabellos rojos y rizados y velludo rostro, revuelve el agua”. En otro cuento titulado, La última mohicana, comienza: “En una espléndida mañana de primavera, el terrateniente Dokukin, capitán de…”. Parecen mañanas proféticas.
La naturaleza seguirá allí, ante nosotros, desafiando el talento del escritor, y no puedo dejar de pensar que, tal vez, lo más hermoso de todo, es la manera distinta en que cada uno contempla una mañana, un mediodía, una tarde, una noche.
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