Luis Enrique Cam

El Legado de Miguel Grau

Cómo el comandante del Huáscar se convirtió en símbolo de honor y patriotismo para el Perú

El Legado de Miguel Grau
Luis Enrique Cam
23 de septiembre del 2025

 

Si el Perú tuviera que señalar un paradigma de buen ciudadano, hijo y esposo ejemplar, padre responsable, profesional diligente, político honesto, patriota íntegro y amigo leal, ese modelo se encarna en una persona: el Gran Almirante Miguel Grau Seminario, el caballero de los mares. 

Nacido en Piura y forjado desde niño en el arte de la navegación, Miguel Grau sufrió su primer naufragio a los ocho años de edad. Aquel accidente no le impidió volver pronto a la aventura marina. El joven Miguel Grau enfrentó tormentas y tempestades en la inmensidad de los océanos, y conoció de cerca las duras faenas a bordo de barcos mercantes y balleneros.

Esa vida recia, compartida con viejos marineros acostumbrados a las peleas en los camarotes y al lenguaje rudo de los puertos, no lo convirtió en un hombre vulgar ni resentido. Al contrario: quienes lo trataron desde su juventud coinciden en que era afable en el trato, firme en sus convicciones y, sobre todo, un hombre de fe.

Tras haber recorrido los puertos del mundo entero, a los 19 años ingresó a la Escuela Naval de la Marina de Guerra, acompañado de su hermano Enrique. Graduado como alférez de fragata, Miguel Grau ascendió en el escalafón naval gracias a su propio mérito. Comandó distintos buques en misiones dentro y fuera del país, y en 1866, al mando de la corbeta Unión, participó en el combate de Abtao frente a la escuadra española.

De regreso en Lima, contrajo matrimonio en 1867 con Dolores Cabero y Núñez, con quien formó un hogar feliz en el que llegaron a tener diez hijos.

En 1877 fue nombrado comandante general de la Marina. Desde ese cargo advirtió al gobierno que los buques peruanos habían quedado rezagados en artillería y blindaje frente a la flota chilena, y que era urgente reforzar la escuadra con dos nuevos navíos de guerra. Su petición, sin embargo, fue desatendida.

Relevado de la comandancia general para retomar sus funciones como diputado por Paita, Miguel Grau recibió la infausta noticia de la declaratoria de guerra por parte de Chile. El Perú, sin estar preparado, se veía arrastrado a un conflicto internacional. De inmediato solicitó reincorporarse al servicio activo en la Marina y fue designado comandante del monitor Huáscar.

Antes de zarpar rumbo al sur, con el monitor Huáscar anclado en el puerto del Callao, Miguel Grau escribió a Dolores Cabero una carta que quedaría como su testamento espiritual. 

Callao, 8 mayo de 1879
Muy querida esposa:

Como la vida es precaria en general y con mayor razón desde que va uno a exponerla en aras de la patria en una guerra justa, pero que será sangrienta y prolongada, no quiero salir a campaña sin antes de hacerte por medio de esta carta varios encargos: principiando por el primero, que consiste en suplicarte me otorgues tu perdón si creyeras que yo te hubiera ofendido intencionalmente.

El segundo se contrae a pedirte atiendas con sumo esmero y tenaz vigilancia a la educación de nuestros hijos idolatrados. Para lograr este esencial encargo debo avisarte, o mejor dicho recomendarte, que todo lo que dejo de fortuna se emplee en toda la instrucción que sea posible; única voluntad que te ruego encarecidamente observes con religiosidad, si es que la súplica de un muerto puede merecer algún respeto.

Me lisonjea la idea que, al separarme de este mundo, tengan mis hijos un pan que comer, pues no dudo que la Nación te otorgue por lo menos mi sueldo íntegro, si es que muero en combate.

Nada más tengo que pedirte, sino que me cuides a mis hijos y les hables siempre de su padre.

Con un abrazo eterno se despide tu infeliz esposo.

Miguel

 

Combate de Iquique

En la madrugada del 21 de mayo de 1879, los buques peruanos Independencia y Huáscar arribaron al puerto de Iquique, entonces bloqueado en un abierto acto de guerra por las naves chilenas Esmeralda y Covadonga, junto al transporte La Mar.
A unos mil metros de la escuadra enemiga, que comenzaba a tomar posiciones defensivas, el comandante Grau, sobre la cubierta del Huáscar, arengó con firme entusiasmo a su dotación formada en dos filas. 

Julio Octavio Reyes, el corresponsal del periódico La Opinión Nacional, a bordo del Huáscar relató estos vibrantes momentos:

“Sus palabras, sencillas y hondas, impregnadas de auténtico patriotismo, conmovieron y encendieron el ánimo de sus hombres. Un mismo sentimiento los dominaba: la defensa de la Patria”

¡Tripulantes del Huáscar! Les dijo al concluir: ha llegado la hora de castigar al enemigo de la Patria y espero que lo sabréis hacer, cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y 2 de Mayo. ¡Viva el Perú!

Los jefes, oficiales, tripulantes y guarnición repitieron las últimas palabras con febril entusiasmo, agregando:

¡Viva el comandante del Huáscar!

La banda de guerra toca por un instante diana y en seguida se deja oír el terrible toque de zafarrancho de combate, volando todos a su respectivos puestos.

Importante en nuestra pluma, señor Director, para poder describir el cuadro que ofrecía en este momento el Huáscar.

Los oficiales, marineros, grumetes, soldados, todos en fin, hasta los guardiamarinas de 15 a 16 años, casi niños, se abrazaban llenos de entusiasmo y corrían a sus puestos con una entereza espartana”.

El comandante Grau ordenó romper fuegos. 

El buque Independencia continuó ruta al sur en persecución de la corbeta Covadonga. El Huáscar enfiló su espolón contra la Esmeralda. Mientras se aproximaba recibía un nutrido fuego de ametralladora. 

El Huáscar embistió una y otra vez. Durante tres horas la artillería rugió. El comandante chileno Arturo Prat abordó el Huáscar con otros tripulantes pereciendo por los tiros de fusilería del marinero peruano Mariano Portales. 

Finalmente, con una tercera embestida del Huáscar a una velocidad de 10 millas, la corbeta chilena Esmeralda se hundió. Eran las 12:10 de la tarde. 

Para sorpresa de los oficiales y marineros, el comandante Grau ordenó inmediatamente salvar a los sobrevivientes de la Esmeralda con todas las embarcaciones disponibles. Fueron recogidos 62 náufragos. 

- ¡Viva el Perú generoso! ¡Bravo Comandante Grau! ¡vivan los valientes e hidalgos peruanos! Decían los marinos chilenos rescatados mientras subían a bordo del monitor. 

Ese mismo día, Grau lamentará la pérdida de la fragata Independencia en Punta Gruesa. El Perú perdía su mejor blindado para enfrentar a la poderosa escuadra chilena. 

Pasados unos días del combate, en un acto de gran humanidad, el comandante Grau le escribió una carta de pésame a Carmela Carvajal, viuda de Arturo Prat, el jefe vencido de la Esmeralda:

Monitor Huáscar
Al ancla, Pisagua, 2 Junio de 1879

Dignísima señora:

Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorara ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle a usted las inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.

Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.

Miguel Grau

Dos meses más tarde, en un honroso gesto, la viuda de Prat remite respuesta a Miguel Grau.

Señor don Miguel Grau

Distinguido señor:

Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del “Huáscar” el 2 de junio del corriente año. En ella, con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo, y tiene la generosidad de enviarme las queridas prendas que se encontraban sobre la persona de mi Arturo, prendas para mí de un valor inestimable por ser, o consagradas por su afecto, como los retratos, o consagradas por su martirio como la espada que lleva su adorado nombre.

Al proferir la palabra martirio no crea usted señor, que sea mi intento inculpar al jefe del “Huáscar” la muerte de mi esposo. Por el contrario, tengo la conciencia de que el distinguido jefe que, arrostrando el furor de innobles pasiones sobreexcitadas por la guerra, tiene hoy el valor, cuando aún palpitan los recuerdos de Iquique, de asociarse a mi duelo y de poner muy alto el nombre y la conducta de mi esposo en esa jornada, y que tiene aún el más raro valor de desprenderse de un valioso trofeo poniendo en mis manos una espada que ha cobrado un precio extraordinario por el hecho mismo de no haber sido jamás rendida; un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberla podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón.

A este propósito, no puedo menos de expresar a usted que es altamente consolador, en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua.

Profundamente reconocida por la caballerosidad de su procedimiento hacia mi persona y por las nobles palabras con que se digna honrar la memoria de mi esposo, me ofrezco muy respetuosamente de usted atenta y afectísima.

Carmela Carvajal de Prat

 

Las correrías del Huáscar

En las semanas siguientes al Combate de Iquique, un tiempo que se ha conocido como las correrías del Huáscar, el monitor por su velocidad y por la pericia de su comandante, logró desconcertar a la escuadra chilena. Incursionó en los puertos bolivianos y chilenos forjando la leyenda de nave fantasma por la rapidez de sus desplazamientos. 

En estas correrías se bloquearon puertos y se evitó la destrucción de poblaciones indefensas. Además, cortó cables de comunicación telegráfica. El comandante Grau perdonó el hundimiento del Matías Cousiño y capturó varias naves mercantes, el más significativo, el vapor chileno Rímac, el 22 de julio de 1879. El Rímac transportaba el regimiento de caballería Yungay con 258 soldados, 215 caballos, 300 rifles Comblain, 200 cajones de munición entre otros armamentos. Un valioso botín de guerra que fue llevado junto a la corbeta Unión al puerto de Arica. 

De vuelta al Callao, el monitor Huáscar acodaría para el mantenimiento de sus cascos. El pueblo de Lima recibió con júbilo a los tripulantes del Huáscar. Aunque los gobernantes hacían caso omiso del angustioso pedido de Grau de conseguir más pertrechos y las ansiadas bombas Palliser, las únicas capaces de perforar a los acorazados enemigos. 

En un homenaje ofrecido por el club Nacional, a la hora del brindis Grau prometió:

“Todo lo que puedo ofrecer en retribución de estas manifestaciones abrumadoras es que si el Huáscar no regresa triunfante al Callao tampoco yo regresaré”

 

El paso a la eternidad

Y así fue. De regreso al sur, al amanecer del 8 de octubre de 1879 entre Mejillones y Antofagasta a la altura de Punta Angamos, el Huáscar y la corbeta Unión divisaron los humos de la escuadra chilena dispuesta en dos grupos. El combate para el Huáscar fue inevitable. 

Las balas del Huáscar le hacían poco daño a la armadura del Cochrane cuyos disparos causaban terribles estragos en el monitor. Luego apareció el acorazado Blanco Encalada con un primer disparo. De pronto una granada reventó en la torre de mando a las 9 y 35 minutos, el comandante Grau quedó hecho pedazos junto a su ayudante, el teniente primero Diego Ferré. 

También murieron luego su sucesor en el comando, el capitán Elías Aguirre, el teniente primero Melitón Rodríguez. El teniente primero Enrique Palacios, herido en medio cuerpo, batalló con su pistola gritando: “En este buque nadie se rinde”. Los tripulantes recogieron la bandera caída por una explosión y la volvieron a izar a tope. Los dos blindados chilenos golpeaban al Huáscar con el espolón. Con heridos y cadáveres en cubierta, charcos de sangre en las cámaras, con las máquinas destrozadas, los peruanos pelearon con lo que tenían a mano. El teniente primero Pedro Garezon ordenó abrir las válvulas del condensador de la sala de máquinas para permitir el hundimiento de la nave, pero fue impedido por el abordaje de los chilenos.

 

El legado

La captura del glorioso monitor significó para el Perú el inicio de la invasión enemiga pues mientras el Huáscar navegó con la bandera peruana el invasor no puso pie en territorio nacional. 

Miguel Grau Seminario no fue solo un gran estratega naval. Fue un caballero que demostró que la humanidad puede brillar en medio de la guerra. Para los peruanos, su nombre es faro de integridad, valentía y amor a la patria. Un hombre que, por decisión de sus compatriotas, ha sido reconocido como el peruano del milenio.

Luis Enrique Cam
23 de septiembre del 2025

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