Carlos Adrianzén

El lado oscuro de las elecciones

¿Qué nos enseñan las cifras de las últimas cuatro primeras vueltas?

El lado oscuro de las elecciones
Carlos Adrianzén
20 de mayo del 2019

 

El vocablo “oscuro” tiene muchos significados. Uno de ellos nos refiere a algo desconocido, misterioso o simplemente mal conocido. En estas líneas nos referiremos a los últimos procesos electorales peruanos justamente bajo esa perspectiva. Así, para tratar de conocer algo más de la lógica de los resultados electorales en el Perú procederemos a delimitar la discusión. Usaremos como referencia los procesos de elecciones presidenciales. La idea es sencilla: los resultados electorales peruanos, desde el 2001 a la fecha, implican un fenómeno económico.

Y hacemos esto conscientes de que existen grosso modo tres planos electorales; los procesos presidenciales, los congresales y los de autoridades locales y regionales. Aunque nuestro análisis de las cifras se centrará en los presidenciales, haremos esto por dos razones. Primero, los resultados presidenciales arrastran a los de las congresales. Segundo, las elecciones de las autoridades locales y regionales —dadas la debilidad de nuestras instituciones y la extrema informalidad de nuestra economía— envuelven un cuadro pecuniario pueril. Los caciques o poderosos de la localidad (con mecenas subterráneos, formales o híbridos), resultan los recurrentemente los elegidos. La enorme distancia entre los votantes hábiles y los votos válidos de cada localidad lo confirman.

¿Pero cómo enfocamos las elecciones presidenciales cuando lo usual es que los resultados impliquen dos vueltas electorales? Aquí la respuesta es meridiana. Los resultados finales —los de la segunda vuelta— son sellados por los resultados de la primera. En esta, más allá de las características personales de los candidatos y de las opciones ideológicas del elector, existen asociaciones económicas consistentes entre los resultados y los antecedentes macroeconómicos del proceso. En español sencillo: la impronta popular, que determina los resultados de la primera vuelta, se explica fundamentalmente por las preferencias —incorporadas a modo de lecciones— por los votantes de bajos ingresos (estratos C y D, en su referencia comercial) en el quinquenio precedente. Por más que esto nos entristezca, las preferencias u opciones de los electores de los estratos A, B y C resultan poco relevantes per se.

Las eventualmente sesudas discusiones electorales en las estaciones de radio, de los programas de la TV por cable, de las cafeterías miraflorinas o de los campus universitarios, solamente resultarían electoralmente relevantes cuando articulan fraudes, encuestas manipuladoras o eventos parecidos. Pero, eso sí, tal como lo confirman las andanzas de Cambridge Analytics, lo que se puede hacer electoralmente vía las redes, en cambio, es otra cosa.

Por todo esto y ubicados en la segunda vuelta, los resultados de la segunda vuelta reflejan los presupuestos de campaña. Desviaciones de uso de fondos afuera, la magnitud de caudales de campaña —públicos o privados, legales o ilegales, domésticos o extranjeros— terminan dirigidos hacia alguna estrategia en un proceso cada vez más emocional. Se trata de producir adherencias electorales dentro de un periodo muy corto. En estos procesos cortos —debidamente bombardeados por manejos mediáticos, dádivas ilegales y propaganda— casi no hay virtud/defecto de candidato que no se puedan maximizar/esconder. Se exacerban los votos anti alguien. Gracias a esto, los últimos procesos electorales peruanos confirman que habríamos elegido personajes con antecedentes accidentados. Este mismo detalle implica la calidad del gasto de campaña. Un presupuesto menor, individualizado vía redes (ver los casos de Trump y Bolsonaro), puede ser más efectivo que otro de más abultado.

¿Pero qué nos enseñan las cifras de las últimas cuatro (primeras vueltas) presidenciales? Para este ejercicio hemos obviado los nombres de los candidatos y —sobre la base de los electores hábiles— los hemos agrupado en seis tipos de preferencias. Es decir: entre los que no votaron (18.2% de los votantes hábiles), los que votaron en blanco y viciado (15.7%), los que votaron por opciones de centro, con un sesgo mercantilista moderado (30.9%), los que votaron por opciones socialistas con un sesgo mercantilista extremo (15.2%), los que votaron contra algún candidato (18.8%) y el resto o ripio electoral (1.2%). Nótese: enfocaremos a los electores.

De hecho, dados los episodios de los últimos meses, casi todos los candidateables conocidos están hoy presos o probablemente camino a estarlo. Así, pues, analizando los resultados de los procesos de elecciones generales 2001, 2006, 2011, y 2016, algunos hallazgos muerden.

  1. Los votos por opciones de centro y de izquierda se desinflaron consistentemente (alrededor de 10% de la cuota de votos válidos), mientras que la votación de los “antis” temerosos o los odiadores explotó. Los antis (fujis o chavistas) eligieron presidentes. Ellos decidieron las últimas segundas vueltas.
  2. También encontramos que una tasa de inflación previa más baja se asoció a un mayor electorado de centro (digamos, fujis y cuasifujis).
  3. Asimismo, mayor crecimiento previo se asoció a una menor votación anti. Y a mayor PBI per cápita, menor inasistencia a los centros de votación.
  4. Igualmente, a mayor PBI per cápita previo se registró un porcentaje mayor de votación válida y menor voto de corte socialista (digamos, chavistas y semichavistas).
  5. Finalmente, a mayor percepción de corrupción burocrática en el periodo previo, mayor votación válida y mayor voto socialista. La lucha anticorrupción burocrática mueve a los electores. Sin embargo, después del develamiento público de los múltiples episodios de corrupción burocrática que implican a todos sus líderes (Toledo, Humala, Mendoza, Santos, Villarán, Glave, Huilca, Townsend), y dadas las sombras del actual régimen, proyectar esto hoy podría resultar algo iluso.

Como se puede apreciar, el lado mal conocido de nuestros procesos electorales nos deja lecciones particularmente valiosas. Actualmente, si las correlaciones entre los antecedentes macroeconómicos y los resultados de las primeras vueltas prevalecen, persisten las noticias de genocidio y crisis humanitaria provenientes de Caracas, Se mantienen además las tendencias de estabilidad depresiva post humalista. Los resultados electorales previsibles para el 2021 no sonreirían a los votantes chavistas o afines.

Nótese que no hablo de candidatos. Con el abundante financiamiento progresista global, la presión de los medios locales presupuestalmente alineados y la consolidación de un sistema de votación electrónica manipulable, un tipo campechano a lo Fidel Castro joven o Hugo Chávez en sus inicios —esta vez vistiéndose como un señorito y sosteniendo que ahora es de centro— puede resultar entusiastamente elegido, gracias a un campañista a lo Favre.

A pesar de esto, no se deprima. Hoy por hoy, en ausencia de una contabilidad electoral electrónica manipuladora, los dados económicos de la elección del 2021 parecen no sonreírle al chavismo local.

 

Carlos Adrianzén
20 de mayo del 2019

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