Jorge Varela

El discurso antiliberal de las izquierdas

¿Qué significa ser liberal?

El discurso antiliberal de las izquierdas
Jorge Varela
23 de febrero del 2021


Acostumbrados a escuchar sandeces y discursos necios, ya no nos sorprende que la vieja izquierda latinoamericana persista en difundir su tesis perversa de que el liberalismo es opuesto a la democracia y al interés de la sociedad. De acuerdo al juicio categórico del académico mexicano Claudio López-Guerra, “la generación de pensadores y activistas de izquierda que actualmente controlan cátedras, micrófonos, y puestos públicos nos ha dejado un patrimonio que reivindica los antidepresivos… creen que el simple acto de pronunciarse a favor de los marginados los exime de ser inteligentes” (artículo “Hacia el liberalismo igualitario”,
Nexos, 1 de febrero de 2014).

El liberalismo: ¿una mala palabra? 

Para estos redentores, “el liberalismo no es solo una mala palabra sino, sobre todo, una pésima idea. Eso se lo escuché a Ernesto Laclau en una tertulia televisiva”, escribió Pedro Salazar Ugarte, director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un esclarecedor artículo. (“Confesiones de un liberal igualitario”, Nexos, 1 de marzo de 2014). El mismo Salazar explica en sus confesiones que:

...el liberalismo se lleva bien con la pluralidad política, con la diversidad de preferencias y modelos de vida, con la heterogeneidad de creencias, con la contraposición de opiniones, con la deliberación de argumentos;, pero no con las culturas que imponen modelos de vida perfeccionistas. Y, en el plano socioeconómico, contrario a lo que muchos críticos sostienen, el liberalismo en su versión igualitaria combate las desigualdades sociales.

Este punto es importante despejarlo desde ya, porque quienes sostienen la idea opuesta apuestan contra un “liberalismo de paja”.

El discurso de los viejos marxistas 

El debate sobre la afinidad entre la democracia liberal y el marxismo no es nuevo. En este sentido se puede citar una serie de artículos de Norberto Bobbio publicados en el periodo 1973-1976, en los que cuestionó la compatibilidad del marxismo-leninismo –fundamento ideológico del comunismo–, con principios liberales como la limitación del poder, el pluralismo político y la democracia representativa. Precisamente aquellos que, según su análisis divergente del comunismo ortodoxo, debieran inspirar una propuesta socialista inteligente a la altura de la experiencia política e histórica acumulada en el pasado siglo XX.

El discurso antiliberal de la nueva izquierda radical

Si para los viejos izquierdistas “liberalismo” es una mala palabra, para los jóvenes radicales de izquierda su objetivo máximo es dejarlo sin respiración, destriparlo hasta aniquilarlo si fuera posible. Por esta razón afirman que hacer el camino de la izquierda cimentados en el pensamiento liberal es un imposible, un desatino. Aunque la mejor defensa teórica de la igualdad política y económica está edificada sobre los pilares del liberalismo que han permitido dar sustento al igualitarismo y abrir paso a una teoría liberal de la justicia social (recuérdese a John Rawls y su “teoría de la justicia”)

¿Qué significa ser liberal? 

“Ser liberal no es ser de derechas o izquierdas, ser liberal es creer en la soberanía del individuo”. Para Dolors Montserrat, portavoz del Partido Popular español en el Parlamento Europeo, “la verdadera batalla de nuestra generación es entre la democracia liberal y el populismo. Perderla sería volver a la oscuridad del absolutismo; volver a un Estado en que el disidente es aniquilado y el Poder es ilimitado, como tanto ansían algunos” (“En defensa de la democracia liberal”, ABC, 30 de enero de 2021). 

Tiene razón Montserrat cuando se refiere a los efectos desastrosos del populismo. Basta observar lo que acontece en Argentina, Brasil, México, Venezuela, Filipinas, Turquía; para no citar países, como Hungría, Polonia o incluso Estados Unidos, donde este azote se siente y se tolera. Pero también hay otros adversarios aún más porfiados y tenaces, trabajando para eliminar la libertad, cubiertos bajo el manto de una falsa liberación: son los que alucinan con el pensamiento hegemónico de Gramsci o los que se han convertido en adoradores tardíos del jurista Carl Schmitt, quien se definía como “un aventurero intelectual” y afirmaba que el liberalismo es antipolítico. 

Según Schmitt, un republicano antiliberal, el liberalismo ignora la política, se refugia en la ética y la economía. Bajo el horizonte liberal no hay enemigos: hay socios, conciliación, acuerdo; quizá competidores. Sostiene que el liberalismo es el reino de lo impersonal: la ley, el mercado, el debate. La justicia se expresa mediante reglas generales, el precio es determinado por la competencia, la verdad se ilumina en el debate transparente y libre. No hay conflictos irreductibles ni decisiones duras: es la negación de la política. La noción schmittiana de la democracia es clara y definitivamente antiliberal (Jesús Silva-Herzog Márquez, Revista de Derecho, Universidad Austral”, julio de 2003).

No obstante, como señalara Dolors Monserrat, “ser liberal no es ser de derechas o izquierdas, ser liberal es creer en la soberanía del individuo”. Ser liberal es arriesgarse a depositar confianza en la sociedad libre, igualitaria, aquella cuyas instituciones funcionan insertas en un sistema robusto de derechos sociales, civiles, políticos y económicos que garantiza a todos la misma oportunidad de vivir en plenitud la existencia y de llevar a cabo su propio proyecto de vida. ¡Esto es liberalismo! Nada más, ni nada menos.

Jorge Varela
23 de febrero del 2021

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