Heriberto Bustos
Desinformación y pensamiento crítico
La distinción entre verdadero y falso es cada vez más borrosa

En el transitar de la vida, las personas para tomar decisiones acertadas o pertinentes, precisan alcanzar una justa idea de los hechos o acontecimientos derivados de la información, a fin de establecer la veracidad de las mismas, mirándolas desde diferentes ángulos y perspectivas. Para ello requieren utilizar sus capacidades de análisis y evaluación; dicho de otro modo, hacer uso del pensamiento crítico, venido a menos en los procesos de formación escolar o universitaria.
Resulta necesario recordar que como producto del modelo político y económico neoliberal (que algunos detestan de la boca para fuera, pero se adecúan fácilmente para resolver sus necesidades individuales), ha surgido la denominada “sociedad de la información”, signada por el avance y trascendencia de la información. Es decir, por el uso de tecnologías como Internet, telefonía celular, televisión satelital, entre otras; las que, incidiendo de manera directa en la vida social, económica y cultural, muy a nuestro pesar, posibilitan la creación, distribución y manipulación de la información.
No se requiere mucho esfuerzo para entender que el poder, en términos de comunicación, busca por lo general el impacto mediático, la creación, difusión e imposición de códigos de información, dejando de lado la realidad. Un asunto advertido de manera repetida por varias personas. Es el caso del bioquímico sueco Arne Tiselius, quien afirma: “Vivimos en un mundo donde desafortunadamente la distinción entre verdadero y falso parece ser cada vez más borrosa por la manipulación de hechos, por la explotación de mentes acríticas y por la contaminación del lenguaje”.
Los últimos acontecimientos (que se fueron gestando años atrás) como resultado del manejo mediático y manipulador de la información, desembocaron en una crisis notoriamente política, movilizando a sectores sociales, en especial juveniles (sutilmente caldeados por apañados “opinólogos”) a “pronunciarse” sobre temas o aspectos sin hacer en muchos casos, uso de su criticidad. Este hecho, por el bienestar del país, no solo debe llamarnos la atención, sino convocarnos al desarrollo de acciones que permitan el incremento del pensamiento crítico en la población.
En este contexto, interesa tomar en cuenta el universo mediático conformado por una mayoría de personas desinformadas, que tienen confusas imágenes de las situaciones que ocurren; el grupo intermedio o sobreinformado, atraído por el remolino mediático, y finalmente los informados, minoría, que sabe seleccionar y ordenar la información; panorama que genera expectativas y posibilidades para disminuir la manipulación informática existente, demandando acciones educativas, sobre el peligroso abandono del pensamiento crítico. Charles Clarke, nos recuerda que “El atributo más importante que la educación puede aportar a cualquiera es la capacidad de pensar críticamente. En una época en la que la información y el conocimiento están disponibles universalmente, es el poder de comprender, evaluar y analizar lo que marca la diferencia: esas son las habilidades de pensamiento crítico”.
Una persona crítica, con independencia intelectual, pone en tela de juicio conclusiones, definiciones, creencias y acciones que otros toman como válidas por inercia; lo cual es producto de la práctica ordenada de la lectura y escritura. Tarea “descuidada” por el Ministerio de Educación, pues según sus reportes, solo 15 de cada 100 estudiantes de segundo grado de secundaria comprenden lo que leen. Tal vez exista una intencionalidad velada para que nuestros hijos no desarrollen su pensamiento crítico ni asuman posturas tanto juiciosas como constructivas. Por eso, debemos promover desde nuestros hogares y en la práctica cotidiana el hábito de leer.
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