Darío Enríquez

Debemos entrar decididamente a la batalla cultural

Y no limitarnos a ser espectadores pasivos

Debemos entrar decididamente a la batalla cultural
Darío Enríquez
09 de junio del 2021


Mientras continúa lenta, corrosiva e implacable la cuenta regresiva para que se proclame un ganador en las elecciones presidenciales del Perú, la incertidumbre que se vive ya tiene sus primeras consecuencias inmediatas: la más alta devaluación del sol peruano en su historia de tres décadas, y también la más alta de todos los tiempos en un contexto sin inflación alta ni hiperinflación.

Hay un duro aprendizaje social que internalizamos los peruanos en el nefasto período estatista 1968-1990; los agentes económicos de todo tipo y tamaño toman sus precauciones y las expectativas con mayor velocidad, lo que nos lleva a un escenario bastante complicado tanto en términos políticos como económicos y sociales. Sea que finalmente gane Pedro Castillo o Keiko Fujimori, la volatilidad, el conflicto y la confusión tendrán espacio privilegiado en los próximos años.

La polarización que se vive en el Perú va más allá, mucho más allá de la cuestión meramente electoral. Los protagonistas de la segunda vuelta apenas suman algo más del 30%, frente a un 70% que asumió otras opciones en la primera vuelta. El problema abierto es el “modelo” que queremos como contexto para desplegar nuestra acción humana en la sociedad. Eso no se dirime en las urnas, sino en el debate de ideas. Tampoco se trata de un tema estrictamente nacional, sino que trasciende nuestras fronteras y tiene un alcance planetario. Es lo que se ha dado en llamar “la batalla cultural”.

Toda revolución que pretenda “controlar” con la fuerza del Estado a personas, instituciones y sociedad para orientarla a bienestar y progreso, sacrificando nuestras libertades “con las mejores intenciones”, fracasará ineludiblemente. Y como grave daño colateral hará trizas la precaria, incipiente, inestable pero valiosa institucionalidad vigente. La larga casuística de los últimos 250 años es inapelable y nos exime de abundar al respecto. Sin embargo, es impresionante como es que estas opciones estatistas totalitarias siguen teniendo arraigo en gran parte de nuestra gente, en especial entre nuestras clases medias (¿educadas?). Tal vez se relativiza y hasta se demoniza la libertad como valor porque costaría demasiado asumir la responsabilidad que toda libertad exige. Sería mejor que “otros” se hagan responsables, y así la culpa nunca será nuestra.

Se habla mucho de una necesaria industrialización y un mayor índice de formalización laboral en nuestra economía. Eso solo se logra con mayor y sostenida inversión productiva. Pero si en vez de un ambiente de negocios propicio, en cada esquina encontramos virtualmente un desequilibrado que propone expropiar, confiscar y nacionalizar, junto a un grupo que aplaude con entusiasmo esos exabruptos, los capitales productivos y tecnológicos de largo plazo (esos que requerimos para mayores industrias y formalidad) nunca llegarán en la cantidad requerida, abundando en su lugar los capitales especulativos y la inversión netamente comercial, que puede empacar rápidamente y escapar de los delirios estatistas tan pronto como adviertan el peligro inminente.

A una cultura económica bastante débil, inconsistente y regresiva, se suma una cultura política autoritaria, intolerante y poco ilustrada. Resulta alarmante haber comprobado una vez más que nuestros compatriotas, de uno y otro lado, no tienen mínimo conocimiento ni histórico ni funcional de cuáles son los roles que juega el Congreso en el sistema de democracia representativa. Por eso ni llama la atención que se haya implantado con enorme facilidad en el imaginario mediático-político la falacia del “obstruccionismo”. También que se tenga una visión verticalísima de las mayorías y la negación de espacio para las minorías. El sonoro fracaso de la “reforma Tuesta”, la infame reforma del “sí-sí-sí-no”, junto a otras tropelías perpetradas por el presidente vacado por corrupción Martín Vizcarra, han sido posibles por el enorme desconocimiento de conceptos elementales de cultura política y nuevamente nuestras clases medias (¿educadas?) tienen una grave responsabilidad en ello.

Nuestra cultura social entremezclada con aspectos económicos y políticos necesita también figurar en el centro del debate nacional. El desconocimiento de nuestra historia es clamoroso. No solo se trata de la reciente, que ha sufrido manipulación, adoctrinamiento y falsificación por parte de quienes controlaban el aparato educativo estatal durante las últimas dos décadas. También la anterior, hasta ahora no tenemos claro cómo es que nace nuestra República, cómo es que la historia oficial no es ni completa ni veraz, del mismo modo que ese grave trauma de la Guerra contra Chile aún no se procesa del todo. 

Para terminar, quisiera referir algo sobre el concepto de “solidaridad”, que en buena hora ha aparecido en el debate y que debería mantener un espacio propio y fértil. La batalla cultural contiene en una de sus vertientes la perversión del lenguaje. No solo se trata del siempre invasivo, a veces estúpido y casi siempre iletrado lenguaje inclusivo. Se trata de modificar el contenido y significado de ciertos términos para justificar agresiones a los principios fundamentales de defender vida, libertad y propiedad.

La RAE no ayuda mucho, para variar; veamos la acepción pertinente de Solidaridad: "Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Debería agregar que esa adhesión tiene que ser siempre y en toda circunstancia de tipo voluntario. Aunque parezca mentira, hay quienes rechazan que la solidaridad sea siempre voluntaria, dicen algunos que puede ser "obligatoria". Hay mucha literatura que trata de justificar esta interpretación retorcida del término, asociándola al pago de impuestos y la "solidaridad" que implica. Hasta se ha llegado a perpetrar la frase "Impuesto solidario", un oximorón por donde se le mire. En las religiones monoteístas más importantes, la solidaridad nunca es obligatoria pero sí es caracterizada como un compromiso moral. Queda pendiente un escrito más amplio al respecto.

Daremos la batalla de las ideas (si nos dejan) quienes defendemos los valores de vida, libertad y Propiedad frente a quienes creen en un Estado controlador que "por tu bien" te ofrece bienestar si pones esos valores a discreción del "ogro filantrópico" que denunciara Octavio Paz. En esta batalla, sin que nos lo propongamos, terminamos en la encrucijada de las que nos hablara el gran Fernando Sánchez Dragó : "Como me consideran un intelectual de derechas, las izquierdas me rechazan por ser de derechas y las derechas recelan de mi por ser intelectual". Así estamos, así somos.

Darío Enríquez
09 de junio del 2021

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