Darío Enríquez

Debemos buscar realmente la verdad y la reconciliación

Informe de la CVR fue un fiasco histórico

Debemos buscar realmente la verdad y la reconciliación
Darío Enríquez
03 de enero del 2018

No importa de qué lado se encuentre usted, amigo lector. No importa si considera héroe o “genocida” a Alberto Fujimori. No importa si en los últimos 25 años formó parte de ese 82% que ha visto progresar como nunca a su familia y amigos, o de ese 18% que sigue sin cubrir sus necesidades básicas. No importa si usted se encuentra en esa lista exclusiva, elitista y aporofóbica de 239 escritores, 150 historiadores y 500 artistas que pretenden amaestrar a la “chusma”, o si usted está en medio de esa “chusma”. No importa si hace parte o añora aquellos iluminados, eminentes y doctos que con sus discursos nos elevaban al Olimpo de la oratoria en las sesiones del Congreso durante la segunda parte del siglo XX, pero que en 1990 nos legaron a los peruanos un país hecho mierda, o más bien se encuentra entre quienes sufrimos su “ilustrada” y nefasta ineficacia.

Estén en el grupo que estén, sean conscientes o no de ello, incluso si acaso se encontraran aún en etapa de negación respecto de los últimos sucesos, algo en este momento une en forma explícita o implícita a (casi) todos los peruanos, además de Guerrero en Rusia: el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) no sirvió para que encontremos toda la verdad y tampoco fue un instrumento eficaz para reconciliar a los peruanos. Los hechos son tercos y la realidad no puede someterse a las veleidades del espacio curvo hiper-dimensional de la “mermelada” mediática ni del agujero-gusano en el que pretenden estirarla, retorcerla y reinventarla. Esos gusanos ya están identificados y sus agujeros son plenamente conocidos.

Que la reconciliación debe ser consecuencia de la verdad, eso nadie lo duda. Agregar como requisito la justicia ya nos lleva a un terreno subjetivo, de modo que no podemos ni debemos entrar allí. Más que justicia tendremos que participar de acuerdos y concesiones, incluso amargas, aunque necesarias. Sabremos que estamos reconciliados cuando esa crispación social que llena todos los tiempos y los espacios de nuestro cotidiano se reduzca a su mínima expresión. Y esa verdad que fundamentará la reconciliación no debe seguir el falaz camino definido por la CVR; es decir, una mezcla aromática de medias verdades y sesgos ideológicos. Hablemos de hechos. Volvamos a las fuentes del conocimiento humano. Que cada quien interprete como desee, pero aunque estas interpretaciones puedan prolongarse en el tiempo, los hechos permanecerán allí impasibles, sólidos, inalterables.

Hemos visto en los últimos días un despliegue mediático que sobreexpone el genuino dolor de los deudos de Barrios Altos y La Cantuta. Pero no hemos visto ningún interés en exponer otros hechos relacionados, respecto de los cuales los deudos también tienen derecho a conocer y a que nos sintamos solidarios con ellos. Muy poca gente sabe —y esto no justifica, pero si encuadra los hechos y sus circunstancias— que los terribles y condenables actos del grupo Colina, masacrando gente en Barrios Altos y La Cantuta, respondieron a una venganza de masacres perpetradas por terroristas. Hay una concurrencia en espacio y tiempo, además de testimonios, que los hechos no pueden ocultar. Salvo que el ocultamiento sea intencional, como siempre se ha pretendido desde el poder oficial que juzgó los difíciles tiempos de la agresión terrorista al Perú con un solo ojo; aquel que llora a los suyos, pero desprecia con su infame indiferencia a los otros.

Ni los familiares de los Húsares (guardia presidencial) masacrados sin misericordia por terroristas de Barrios Altos, ni los familiares de muertos y mutilados en el ominoso y genocida coche-bomba de Tarata, perpetrado por terroristas de La Cantuta, parecieran tener derecho a conocer la verdad, ni a honrar a sus muertos ni a que haya una reparación. Solo para mencionar dos de los miles de actos terroristas contra la población civil y las fuerzas del orden, que al parecer no existen en la memoria “histórica” sesgada que algunos proponen.

El afán del Informe CVR de colocar a las fuerzas del orden a la bajura de hordas terroristas de Sendero Luminoso (SL) y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) no fue gratuito y lamentablemente dio frutos. Ese afán logró —solo en parte, felizmente para el Perú— que se focalice la atención en los errores, excesos y delitos cometidos por algunos miembros de las FF. AA. y FF. PP., pero que se minimice y hasta se le coloque la aureola de “lucha social” a la sistemática, ideológica y perversa acción terrorista y genocida de SL y MRTA.

Esa es la primera verdad que es requisito conocer y reconocer para emprender una nueva etapa de real reconciliación entre los peruanos. Hay muchas resistencias a este necesario proceso de reconciliación, debido a medias verdades y a distorsiones como las mencionadas. El Perú sufrió el embate ideológico de quienes pretenden someter violentamente a la gente para llevarla a un supuesto paraíso; y el que no acepta, pues se le asesina sin piedad. Ese es el origen del triste y duro periodo de odio fratricida que aún sigue sometiendo algunas mentes en el Perú. Es esa verdad fundamental, que se desprende además de la nuestra victoria militar sobre el terrorismo, la que debe colocarse al inicio del nuevo proceso de reconciliación. Los terroristas no forman parte de ese proceso, aunque sí algunos familiares que no hayan compartido esa visión genocida antihumanista. También hay atenuantes en los casos de niños que fueran llevados violentamente como reclutas al servicio de hordas terroristas y que una vez adultos no hayan ocupado puestos de comando. y dejamos de contar.

Por el lado de la sociedad peruana que se defendió del terrorismo genocida, al que derrotó sin atenuantes, hay una división propia de la confusión propiciada por primos hermanos ideológicos de los terroristas. Aquellos no se levantaron en armas ni empuñaron los cartuchos de dinamita solo porque “las condiciones objetivas no estaban dadas”. Aún hoy no han renunciado a la “lucha armada” y siguen haciendo el deplorable saludo comunista (tan despreciable como el nazista), teniendo como santones de cabecera a abominables genocidas como el Che Guevara, Fidel Castro, Josep Stalin o Mao Tse Tung. Se requiere una renuncia explícita a la propuesta, aún vigente en ellos, de aplicar métodos violentos para acceder al poder y ejercerlo.

Hay quienes dicen que desde el fujimorismo se puede explicar también gran parte de esa resistencia a la reconciliación. Sin duda hay una responsabilidad política histórica tanto por los penosos últimos años de la década de los noventa —que terminaron en grave corrupción política y toma gansteril de las instancias de poder— como del rol que le toca jugar hoy gracias al amplio apoyo popular con que cuenta. Ese apoyo popular no exime de deslindar con las prácticas corruptas y antidemocráticas de esa década, pero habla de un balance positivo que hace la mayor parte de ciudadanos, gracias al éxito de las reformas impulsadas por el fujimorato y por haber rescatado al Perú desde el fondo del abismo en el que nos encontrábamos en 1990.

Por su lado, quienes desde las nuevas izquierdas elitistas ejercen control cultural de medios, academia, burocracia —financiamiento de semilleros disfrazados de tecnocracia— y gran parte del Poder Judicial han desplegado una intensa campaña contra todo lo que sea o parezca “fujimorista”. Cualquier personaje visible, así como cualquier idea que sea o parezca tributaria, desprendida o directamente tomada de las reformas de los noventa es demonizado y estigmatizado. Durante diecisiete años —entre el 2000 y el 2017— esa dura y evidente campaña ha rendido frutos en gran parte de la juventud clasemediera, elitista y universitaria. Aunque no ha podido franquear las diferencias de clase de la masa periférica que, reaccionando, es más fujimorista que nunca y le ha dado esa aplastante mayoría en el Congreso. Además ha demostrado que no es solo un fenómeno periférico urbano, sino que está presente en todo el país, como alguna vez lo estuvo el APRA de Haya, hoy en crisis como expresión de masas y solo visible gracias a la excelente actuación pública de personajes como Mauricio Mulder.

Hay una evidente fractura social en nuestro país, como producto de ese proceso que, desde el punto de vista de una estrategia gramsciana cultural —difusa, aunque real— ha redefinido las relaciones de poder y ha logrado acceso a dinero público para re-crearse, sostenerse y proyectarse (puestos dorados en burocracia), pero ha perdido irreversiblemente eso que antes las otras izquierdas se preciaban de tener: masas, pueblo, multitudes populares. Fruto de un complejo proceso histórico, eso ahora lo tiene el fujimorismo y es la base de una derecha popular inédita en el Perú. Sánchez Cerro y Odría fueron manifestaciones truncas, mientras que Beltrán nunca fue popular, aunque pudo serlo. Así, las iniciativas de reconciliación colocan al fujimorismo como la principal fuerza política, y el llamado es tanto para sus líderes —que escasean— como a sus cuadros y sus masas, que requieren una representación política clara. Debemos buscar realmente la verdad y la reconciliación.



Darío Enríquez

Darío Enríquez
03 de enero del 2018

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