Darío Enríquez

¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?

Se normaliza la delincuencia y se criminaliza a quien la combate

¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?
Darío Enríquez
28 de marzo del 2023


En principio, queremos compartir con nuestros amables lectores que estamos participando en una obra colectiva sobre la violencia en el contexto de las actividades en las instituciones universitarias. Gracias a la invitación de unos colegas de Santa Cruz de la Sierra, participaremos con un ensayo sobre “las violencias”. Daremos a conocer tendencias, realizando una revisión cuantitativa y terminológica de los estudios más recientes publicados en uno de los repositorios más usados en el mundo académico.

Agradeciendo de antemano su gentileza, los invitamos a participar en una breve encuesta. De manera exploratoria, tratamos de conocer la percepción del público en general respecto a “las violencias”, tanto en acciones como en contexto o tipo en que se despliegan tales acciones. Por favor, dar click en el siguiente enlace y responder según su parecer. Continuaremos luego con el desarrollo del tema que nos convoca hoy aquí.

Cuando se alude problemas recurrentes en un país como el Perú, no tardan en surgir voces que hablan de lo mal que lo hacemos y de lo “bien” que se maneja tales problemas “en otros países”. Así, en el peor momento de la violencia generada por el golpe de Estado perpetrado por Pedro Castillo (felizmente desactivado por el Congreso y la mayoría de fuerzas políticas), un personaje “encerroneado” en Madrid y otro “aburbujeado” en Londres, pretendieron poner como ejemplo la forma como la policía francesa enfrentaba los disturbios callejeros.

Sin mayor conocimiento de la historia cotidiana de un país como Francia, tales personajes y otros espontáneos o asalariados “en redes” (no sabemos si les pagan o no) ignoraban o dejaban de lado la evidencia de eventos extremadamente violentos de activistas vándalos enfrentados a la policía. Ellos lo llamarían “represión brutal” si sucediese en el Perú. Basta recordar los luctuosos sucesos derivados de las protestas violentas de los chalecos amarillos en 2018. Sus banderas de protesta pueden haber sido muy justas, pero nada justifica hacer de la violencia un arma socio-política. Hoy la tensión crece en Francia y se teme lo peor a partir de la escalada violenta contra la modificación de la edad de jubilación propuesta por el presidente Emmanuel Macron. No sorprende que, en medio de ello, desavisados y desavisadas portavoces de la extrema izquierda en el Perú dicen que “París en llamas es bella”.

La cuestión es mucho más sencilla de lo que algunos creen. Una sociedad que se precie de buscar el bien común y la paz social debe ubicar en primer lugar el principio de no-agresión. Nunca debe defender al victimario, sino proteger a la (potencial) víctima. La represión policial nunca debiera ser categorizada como “victimaria”, aunque tal vez lo sea en ciertos casos por excepción, pues en medio de las difíciles circunstancias que se afrontan, puede haber excesos. Los activistas vándalos nunca deben ser categorizados como “víctimas”, pues son ellos quienes iniciaron el uso ilegal de la fuerza y desde un Estado que protege a su gente, es obligación reprimir tales manifestaciones de violencia.

Lamentablemente, en el medio suele aparecer gente inocente que en efecto intenta protestar en forma pacífica, aunque al mismo tiempo tolere a violentistas que se despliegan junto a ellos. También sucede que algunas personas se convierten fortuitamente en víctimas por encontrarse en el lugar y momento equivocado. La inmensa mayoría de víctimas corresponde a ese perfil. Que se investigue y se llegue a establecer responsabilidades. Pero las que resulten identificarse entre los miembros de la policía siempre tendrán el atenuante de que ejercieron represión como respuesta legítima, legal y deseable por parte del Estado. Las responsabilidades que recaigan en los activistas vándalos siempre tendrán el agravante de que ellos fueron quienes iniciaron las acciones de violencia física contra los ciudadanos que solo piden les permitan desarrollar sus actividades y les dejen en paz. No podemos caer en la grave torpeza social de normalizar la delincuencia y a criminalizar su represión.

Aquí hay un punto importante. Esa tendencia a ser condescendiente con el delincuente y a prácticamente criminalizar la represión del delito, es una deformación de lo que en su momento se vivió en las sociedades más avanzadas ¿Por qué creen que en los países desarrollados –como Canadá, Suecia y otros– cada año se cierran cárceles que ya no se usan? Pocos se hacen la pregunta: ¿por qué tenían tantas cárceles? Pues, porque antes la delincuencia era un grave problema a nivel social y debió aplicarse toda la represión posible, incluyendo pena de muerte y drástica carcelería efectiva. Eso es lo que les permitió hacer que la delincuencia se reduzca a mínimos antes sólo soñados y entonces podamos decir que la delincuencia dejó de ser un problema social y hoy es un problema casi netamente policial.

En los países del Sur, esas tendencias “benignas” a favor de la delincuencia llegaron a aplicarse sin tener en cuenta que antes debía llegarse a una drástica reducción de los niveles de delincuencia. Eso sucedió hace 40 o 50 años. En nuestros países, la delincuencia seguía entonces y sigue siendo hoy un amplio, grave y difundido problema social. No solamente se trata de un problema policial. Entonces, no debe sorprender que en vez de disminuir, la delincuencia haya crecido por doquier, tanto en número como en intensidad.

Nayib Bukele tiene razón en “desaplicar” las tendencias benévolas respecto del crimen, porque en su país El Salvador, el proceso dió origen tal vez a las organizaciones criminales más sanguinarias de la era moderna: las Maras Salvatruchas. Las críticas que recibe Bukele desde los países desarrollados tienen un desfase de espacio y tiempo impresionante.

Esto nos lleva al ya conocido principio libertario, que aplica a todo orden de cosas, desde la economía hasta la represión del delito, pasando por la educación: “No tomes como modelo lo que hacen los países prósperos ahora que son prósperos, sino toma aquello que ellos hicieron para convertirse en prósperos”: tolerancia cero contra la delincuencia, sanciones muy severas, cárcel efectiva para todo delito, pena de muerte en el extremo. Cuando la delincuencia pase a ser sólo un problema policial, entonces recién podremos evaluar la aplicación de un enfoque más "benévolo". Si lo hacemos antes, seguiremos teniendo los resultados desastrosos que sufrimos hoy.

Darío Enríquez
28 de marzo del 2023

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