Ángel Delgado Silva

¿De qué reforma política hablamos?

Autoritaria, restrictiva y antipartidos

¿De qué reforma política hablamos?
Ángel Delgado Silva
01 de julio del 2019

 

Admitámoslo. En la llamada era de la información, la vorágine de noticias espurias, las fake news —difundidas a granel e irresponsablemente por la gran prensa y las redes sociales— generan una desinformación inconmensurable. Obedece esta paradoja a la falsa conciencia instalada entre gruesos sectores de la población.

En tal virtud, los hechos sociales se perciben invertidos, deformándose su sentido original. En consecuencia, cuestiones como la verdad, lo justo, lo razonable —indispensables para una razón comunicativa cohesionadora de la sociedad— han perdido entidad y significado. Es más, se debaten en una insondable crisis de valores. 

Jamás la desorientación ha sido tan vasta y, sobre todo, tan corrosiva para la integración social. Y ello a despecho de ese gigantesco arsenal de mass media, redes comunicacionales y toda la gama de tecnologías de la información. En este universo enrarecido por la acumulación de visiones refractarias, escisiones epistémicas e imágenes fantasmales, el lenguaje no escapa a la manipulación.

Luego de trozar el vínculo significante-significado de las palabras, el oficialismo esgrime el vocablo “Reforma Política” para conminar al Congreso con sus insulsos proyectos. ¡Sí!, “Reforma Política” entre comillas, en singular y con mayúsculas. Con desparpajo y sin rubor. Como si fuese la panacea para satisfacer algún objetivo nacional-estatal de los tiempos fundacionales de la República. 

Pero no solo los áulicos retozan en estos juegos de lenguaje. Algunos críticos y, sobre todo, la oposición parlamentaria son cautivos de la trampa. Y acaban participando de este espurio consenso, a pesar de sus dudas. De este modo, pierden buena parte de su capacidad argumentativa y de convencimiento.

La audacia oficialista confunde planos. No distingue las aspiraciones del Perú como nación, desplegadas en la historia, de sus circunstanciales y magras propuestas; algunas francamente ridículas, patéticas por lo trivial de su contenido y pueriles, incluso, por sus resultados prácticos.

Por lo tanto, referirse a dichos proyectos como “Reforma Política” no pasa de ser una grotesca alucinación. Solo la petulancia exaltada, de la mano con una ramplona ignorancia, pueden fraguar este arquetipo fantasioso que existe y transcurre al margen de las pugnas políticas concretas. Estaríamos ante una estrambótica “Reforma Política” curiosamente apolítica, socialmente depurada. Y para nuestra perplejidad se autoconcibe desinteresada, perfecta, incorruptible y encarnación moral del “bien en sí”, en la mejor tradición idealista.

Desde su mundo platónico, el oficialismo desconoce modos diversos de conceptuar los partidos políticos. Que el contenido de la participación política responda a ideologías alternativas. Y que la relación Congreso-Ejecutivo ha gastado ríos de tinta, que reflejan opciones antagónicas. En torno al poder político concurren múltiples puntos de vista. Intereses varios y opciones teóricas diferentes. Lo político posee un núcleo de negatividad radical que imposibilita los consensos permanentes. El peso de la diferencia gravita en política absolutamente. Solo admite acuerdos parciales y transitorios, los cuales mutarán con el tiempo, implicando cambios en alianzas y objetivos por alcanzar. 

Esta condición se intitula pluralismo político, el fundamento de toda democracia. Justamente las antípodas de la “verdad única” de los déspotas de cualquier tipo. Por esta razón, solo existirán reformas políticas plurales, con minúsculas y sin comillas. La de ellos y la nuestra, las de arriba y las de abajo, las izquierdistas y las de derecha, las aristócratas y las plebeyas, las doctrinarias y las pragmáticas. Para todo los gustos e intereses. No hay lugar para entelequias suprahistóricas, trascendentales, y menos con vocación coercitiva.

Si esto es así ¿por qué los demócratas, que apostamos por la República, debemos aceptar los contenidos de su falaz “Reforma Política”? ¿Por qué subordinar al país entero a una política sesgada que se autorreputa “progresista”? ¿Por qué replegarse y rumiar cólera?. ¡No!. ¡Enfrentemos la perversidad de dichas reformas!

Seamos claros. Ellas restringen la participación política, eliminando el principio constitucional de presunción de inocencia, legitimando la persecución política a través de mecanismos jurisdiccionales, discriminando la integración de listas candidatos con diferencias inaceptables.

Igualmente atacan el funcionamiento de los partidos políticos: se viola la autonomía que gozan para adoptar decisiones electorales, se refuerza el poder burocrático frente al principio de libertad partidaria, se los hace vulnerables a las maniobras del gobierno.

Finalmente, debilitan a las instituciones de origen popular para beneficio de las designadas burocráticamente: liquidación de la inmunidad parlamentaria, prohibición de censurar al gabinete ministerial el último año de gobierno, subordinación del Congreso hacia el Ejecutivo.

¡Rechacemos esas reformas autoritarias, restrictivas y antipartidos! De imponerse afectarán la forma republicana de gobierno. En lugar de estos extravíos prepotentes forjemos un clima constituyente adecuado, donde concurriendo todas las voces —incluso las suyas— podamos afirmar un régimen político más eficaz y democrático, al mismo tiempo. ¡Solo así honraremos a nuestra Republica bicentenaria!

 

Ángel Delgado Silva
01 de julio del 2019

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