Darío Enríquez
De la posmodernidad a la posglobalización
El nuevo mundo que se gesta no será como algunos soñaban
Difícil escapar del tema que prácticamente ha arrastrado toda la atención en estos tiempos: Covid-19. Tanto en el Perú como en el mundo domina la escena de modo inevitable. Una pandemia en medio de la globalización. Un poco agotados por la persistencia de esta temática y la tiranía del día a día, propongo a nuestros amigos lectores hacer un esfuerzo para desligarse de esa rutina de inmovilidades, restricciones a la circulación, trabajos esenciales y tareas accesorias, además de discursos en que se habla mucho y se dice poco. Aunque sin salir del ineludible tema de la pandemia, tratemos de ubicarnos en ese nuevo mundo posible –una vez que superemos esta crisis planetaria– y se reconstruya el discurrir de una vida relativamente normal.
Para ese entonces, ya habrá vacunas y tratamientos eficaces contra los efectos del coronavirus. Sin embargo, los cálculos actuariales en seguros de vida, salud y pensiones provocarán cambios importantes en ese tipo de contratos. De hecho, la esperanza de vida tendrá un retroceso muy significativo en ciertos países, pero se recuperará en poco tiempo. Las relaciones sociales y los hábitos de convivencia sufrirán cambios (ya está sucediendo) más allá de cierto enraizamiento cultural. Todo evento o actividad que requiera reunir a cierta cantidad de gente en un espacio dado cambiará enormemente sus reglas internas, y ello aumentará considerablemente su costo: espectáculos deportivos; conciertos; clases, seminarios, congresos; asambleas; actos religiosos; viajes urbanos, interurbanos, nacionales e internacionales. Los que tengan posibilidad de reconvertirse a plataformas tecnológicas on-line, migrarán a ellas. Tal vez se tenga que considerar el wi-fi de naturaleza similar a pistas y veredas, debiendo ser ampliamente difundido y a muy bajo costo, si es que no se provee como servicio gratuito para usuario directo, pero lógicamente pagado mediante impuestos.
En el contexto de la globalización, el mundo de estados-nación fuertes, cerrados y autónomos dio paso a una flexibilización de fronteras, un comercio relativamente libre (con mucho menos restricciones) y una interdependencia que favorecía a todos en la medida que bienes y servicios fluían con gran dinamismo. También, aunque en menor grado, una gran movilidad de personas –ya sea por turismo, por negocios o migrantes económicos– que aprovechan las muy variadas conexiones por aire, mar y tierra con casi cualquier rincón del planeta. En medio de todo ello, la emergencia de grandes ciudades globales y otras megalópolis que forman circuitos hacia afuera y hacia adentro, reciben formalmente ciertos niveles de autonomía o excepcionalidad y “capturan” ciudades medianas y pequeñas (dentro o fuera de sus respectivos países) relativizando el control y la influencia del estado-nación que se adapta a esa nueva dinámica.
Nuestro nuevo mundo de la posglobalización es probable que vea aparecer con fuerza nuevamente el concepto de estado-nación, especialmente en temas de comercio internacional. De hecho, esta crisis ha pulverizado la Unión Europea, pues cada país está jugando y defendiendo lo suyo, por eso repentinas prohibiciones a exportar materiales necesarios para combatir la pandemia y la obligación de que “se produjeron aquí, se quedan aquí, no se exportan porque los necesitamos” se ha dado y se seguirá dando en múltiples casos. En estos tiempos de emergencia se imponen y aceptan reglas de excepción.
Pero este giro hacia posiciones nacionalistas, patrióticas y tradicionalistas ya estaba presente en el panorama político de la vieja Europa. Esta crisis es probable que favorezca un mayor posicionamiento, pues mensajes “nacionalistas de extrema derecha”, “xenófobos” o “ultraconservadores” (los pongo entre comillas porque se suele usar estos epítetos peyorativos y de escaso rigor) han calado en gran parte del electorado y tanto el proteccionismo comercial como el orgullo nacional han visto aparecer líderes que han ganado elecciones o que han logrado avances importantes en sus respectivos países de Occidente. El proceso del Brexit en Gran Bretaña y la emergencia de Boris Johnson es solo una muestra de ello, además de lo que sucede en España (VOX), Francia (RN), Holanda (FVD y PVV), Alemania (AFD), Italia (Liga), Hungría (Fidesz y Jobbik), Polonia (PiS), entre otros. Donald Trump en USA y Jair Bolsonaro en Brasil, juegan roles similares y en general, más allá de las ideas que serán dominantes, la forma en que se enfrente las consecuencias de la crisis pandémica marcará el destino de ciertos políticos en particular.
Nuestro nuevo mundo no será como algunos soñaban. Habrá seguramente una rápida recuperación económica, con un Estado facilitador y a la vez proteccionista. Será otra globalización, recapturada por estados-nación, con procesos virtuosos o viciosos en la medida que Estado acompañe adecuadamente el gran esfuerzo de privados en lo suyo, la generación de riqueza. Renovados conceptos de previsión, solidaridad y cooperación (en parte novedosos para culturas como la nuestra) serán enunciados como centrales en las nuevas políticas estatales. Al menos un tiempo seguirá vigente esa novedosa división entre “trabajos esenciales y labores accesorias”, esperemos que ello también se refleje en políticas públicas, tanto privadas como estatales. Diversos grados de soberanía alimentaria serán invocados y ocuparán un lugar importante en las preocupaciones nacionales.
Muchos cuestionamientos formarán parte del debate, pero creemos que uno de ellos ocupará un lugar central, teniendo en cuenta que países como los nuestros debemos cambiar nuestra forma de hacer las cosas y privilegiar sobre todo investigación en ciencias naturales, ingeniería y tecnología, en vez de aquellas que realizan las llamadas “ciencias sociales”. Sin duda es necesario también efectuar estudios en Humanidades, pero en medio de esta crisis mucha gente se pregunta ¿para qué sirven los intelectuales? No es una cuestión nueva, pero se mantiene en deuda una rigurosa y necesaria autocrítica.
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