Franco Germaná Inga

Cuando las mujeres se venden por pescado

El drama diario de muchas mujeres en Obambo

Cuando las mujeres se venden por pescado
Franco Germaná Inga
25 de mayo del 2018

 

“Muzungu, how are you?”. Es la frase que más he oído, especialmente de los niños cuando corren a saludar a este vecino extranjero cada vez que camino por los maizales de la comunidad rural de Obambo, en Kenia. Muzungu es una palabra que en el idioma tribal luo significa literalmente “persona blanca”. Ello es anecdótico debido a que no estoy acostumbrado a que se refieran a mí en base al color de mi piel, y porque “blanco” no es un adjetivo que hubiera pensado que estuviera presente en una descripción mía. No obstante, esta graciosa anécdota contrasta con una dolorosa realidad. Es probable que algunas de estas niñas en el futuro terminen vendiéndose por pescado.

Kenia es un país de fronteras inventadas por los británicos. Ello ha originado un fuerte tribalismo que azota el país, y todo local se identifica con su tribu antes que como keniano. Yo vivo en Obambo un pueblito en el condado de Kisumu. Es más, desde la carretera, cuando uno mira a los costados. solo ve maíz. Solo si uno se escabulle dentro de las plantaciones es que encuentra a su gente en sus casitas de barro. Kisumu es tierra de la tribu Luo, que ha estado en la oposición del Gobierno desde la independencia del país, en 1963, y que ha estado típicamente gobernado por la tribu rival, los agikuyu. Cada elección presidencial el candidato luo termina segundo bajo sospechas de fraude, y la violencia y brutalidad policial se desata por estos lares para contener el descontento popular.

Estas dos semanas —equipado con una agenda, lapicero, cámara de fotos y grabadora de voz— inicié mi investigación sobre las barreras al emprendimiento juvenil en Kisumu. Mi primera reunión fue con el secretario de Riwruok e Teko (“La unión hace la fuerza”), un grupo de “banca de mesa” conformado por jóvenes luo hablantes que se reúne todos los domingos. La “banca de mesa” es el mecanismo de microfinanciamiento por excelencia de los locales, y consiste en que cada miembro realiza semanalmente un pequeño aporte sobre una mesa. Luego, si así lo desea, otro miembro puede solicitar un préstamo al grupo, el cual deberá devolver con intereses. Es un mecanismo de soporte mutuo, basado en la confianza.

El secretario y yo congeniamos bien, con la ayuda de un traductor, al hablar de un tema universal: el Mundial de Fútbol. Este es una obsesión de los locales, a pesar de que Kenia nunca ha clasificado a uno. Él me invitó a participar en la reunión semanal y yo acepté sin dudarlo. Mientras los participantes se congregaban en su casa, una tormenta propia de esta época del año se desató y confieso que pensé “¿qué hago yo, un abogado peruano de 22 años, perdido en el Día de la Madre en un pueblito en medio de la nada en Kenia?”. Al terminar las presentaciones, me cedieron la palabra y atiné a decir la única frase que sé en kiswahili, idioma enseñado en todas las escuelas a nivel nacional aunque no tan popular en Kisumu: “Shikamoo, jina langu ni Franco Germaná. Nina furaha kukutana na wewe” (“Hola, me llamo Franco Germaná. Un gusto conocerlos”). Risas instantáneas por mi formalidad y acento sirvieron para romper el hielo. Los locales deben haber valorado mi esfuerzo por tratar de comunicarme en uno de sus idiomas, porque los 17 asistentes me dieron citas para entrevistarlos. Mi investigación empezó con el pie de derecho.

Fue así como por días caminé con mi traductor casa por casa, chacra por chacra, para realizar mis entrevistas. Al escuchar las historias de las mujeres traté de seguir lo que dicen los libros: mantenerse empático pero neutral, hasta cierto punto distante. Ciertamente fue muy difícil. Sin decir nombres, para proteger sus identidades, me di cuenta de que ninguna habla inglés porque no han terminado la primaria, por diversas razones. Muchas de ellas se casaron a los 15 años, algunas bajo engaños, y ellas son las únicas encargadas de cuidar a sus (múltiples) hijos. Asimismo, cuando quieren iniciar un negocio a veces sus esposos no las dejan, por temor a que si ellas tienen un ingreso propio van a dejarlos. No obstante, estos dramas son nada comparados a lo que viven las vendedoras de pescado. Culturalmente, solo los hombres pueden ser pescadores en el Lago de Victoria, que está a 30 minutos de Obambo, y solo las mujeres pueden venderlo en los mercados. Es por ello que en Obambo resulte común lo que los locales denominan “pescado por sexo”.

Las mujeres, para alimentar a sus familias, tienen que someterse a las bajezas de algunos pescadores, debido a que sin sexo no hay pescado para ellas. Por ejemplo, nunca olvidaré el día que entrevisté a un pescador porque cuando le pregunté “¿crees que las mujeres tienen más dificultades que los hombres al momento de iniciar un negocio en Obambo?”. Él me respondió riendo que al contrario, las mujeres lo tienen más fácil porque al “relacionarse” con pescadores obtienen más facilidades. Nada que un libro te enseñe te prepara para mantenerte profesional en una entrevista como aquella.

Al terminar la entrevista, caminé rumbo a mi casa antes del anochecer como me ordena por motivos de seguridad la fundación para la cual trabajo. La noche en la que solo se escucha el rumor del viento en los maizales, para mí significa el fin de una jornada de trabajo; pero para muchas mujeres es solo la antesala de lo que les espera la mañana siguiente. No es justo.

Finalmente, he comprendido qué hago yo perdido en el Día de la Madre en un “pueblito en el medio de la nada” en Kenia. Mi investigación es solo una manera modesta de mejorar la calidad de vida de estas personas

A mi madre, que sé que se preocupa por mi seguridad: Por primera vez no hemos pasado tu día ni mi cumpleaños (que es hoy) juntos. Discúlpame por ponerme en una situación que te quite el sueño. Lo hago porque hoy soy hijo, pero algún día seré padre y quisiera que mis hijos me vean y se den cuenta de que ningún problema es demasiado grande si se tiene ganas.

Obambo, 23 de mayo de 2018.

 

*Basado en el diario que el autor envió a la Universidad de Edimburgo el 21 de mayo de 2018 como parte del trabajo de investigación.

 

Franco Germaná Inga
25 de mayo del 2018

NOTICIAS RELACIONADAS >

¿Cómo vender el “trago amargo” de la bicameralidad?

Columnas

¿Cómo vender el “trago amargo” de la bicameralidad?

Imagínese que va a un restaurante y que le sirvan un plato de c...

26 de agosto
La crisis del Bicentenario

Columnas

La crisis del Bicentenario

Sería difícil imaginarse un país en el que en los...

19 de agosto
El Perú de Mercedes

Columnas

El Perú de Mercedes

  Sentado en un café Costa de Leith Walk (en Edimburgo) e...

18 de octubre

COMENTARIOS