Jorge Varela

Chile retrocede un siglo

Un guión histórico que se quiere repetir

Chile retrocede un siglo
Jorge Varela
30 de julio del 2020


Dicen que la historia se repite. Es lo que ha comenzado a ocurrir en Chile. Ya varios analistas están presintiendo una clara regresión al periodo turbulento y complejo de los años veinte del siglo pasado, época de gran convulsión social. Entonces –junto a la recesión económica, a las demandas crecientes del pueblo y al descrédito de las elites, de las instituciones del Estado y de los partidos–, el populismo y la demagogia se desbordaron y no respetaron límites, hasta desatar fuertes pasiones fratricidas y precipitar el caos que condujo a la anarquía y al derrumbe democrático. Hoy el país del sur ha ingresado a una etapa sombría, semejante a la de los años mencionados, descrita fielmente por historiadores y cronistas insignes, pero ignorada por sus dirigentes y una mayoría significativa de su población actual. 

La eliminación del poder presidencial 

La tentación de resucitar un régimen parlamentario, tipo asamblea –una estructura institucional que la actual Constitución de 1980, aún vigente, no estableció ni establece– ha seducido a la mayoría de la clase política y está remeciendo las bases del andamiaje jurídico en que se asienta, hasta ahora, el Gobierno en ejercicio. Este parlamentarismo de facto ha traído a la memoria toda esa fase llena de conflictos que algunos retrotraen a 1891, y otros circunscriben a los citados años veinte, momento en que Arturo Alessandri Palma presidía un país que se movía sobre aguas agitadas. Un caudillo que, en palabras de Francisco Antonio Encina, “supo erigirse en símbolo de las circunstancias”. “Alessandri captó el fenómeno y se embarcó en él. Las cosas maduraron solas. La eclosión ya estaba en el ambiente”. (Encina citado por Leopoldo Castedo, “Prólogo”, Tomo IV de su “Resumen de la Historia de Chile”).

El regreso a la eclosión social 

La eclosión ya estaba en el ambiente, al igual que ahora, solo que quienes debieran encauzarla y conducirla pareciera que no la han visto o no quieren verla. Este fenómeno ‘mesocrático’ de los años veinte fue calificado por Guillermo Feliú Cruz –un agudo historiador chileno– como demostrativo de la decadencia física y mental del chileno, abruptamente surgido de una “clase media todavía espiritualmente bárbara y maleada por la voracidad del dinero y de ondulante moralidad”. A partir de esta hipótesis surge la siguiente pregunta: ¿esta oscura descripción ético-sociológica puede ser aplicable a la realidad de hoy? En el mismo sentido, ¿algo ha cambiado en estos últimos cien años de ‘sismicidad política’?

Alessandri no fue el orientador del fenómeno

Según Encina, “es un error creer que el proceso de levantamiento” del sector medio “es obra exclusiva de Alessandri”. “La existencia de la clase media viene de muy antiguo… El elemento medio surgido por su propia cultura no fue un hallazgo de Alessandri. El proceso, desde luego, no fue una conquista de 1920. Hacia esa fecha tenía ya casi un siglo de existencia”. (Encina citado por Castedo, “Prólogo” mencionado).

A Alessandri, eso sí, hay que reconocerle su coraje, pues debió lidiar contra una alianza política (Unión Nacional) defensora de intereses opuestos a los suyos. Hasta que, debilitado por la presión oligárquica, renunció a la primera magistratura para luego volver del exilio en andas de sus seguidores y del pueblo que lo recibió esperanzado.

La crisis de 1924: un guión histórico que se quiere repetir 

La crisis política de 1924 trajo consigo el fin del sistema parlamentario y la promulgación, en el año siguiente, de una nueva Constitución que dispuso acentuar la preponderancia del Ejecutivo sobre el Legislativo. “Pero este paso teórico de la ley no correspondió a una rectificación intrínseca de la vida política… y se mostró impotente en su afán de devolver a1 Jefe del Estado los ingénitos atributos del mando y el prestigio inherente a sus funciones, que una larga etapa de predominio parlamentario le había arrebatado”. Y es que para Jaime Eyzaguirre, “el nivel moral de la política no podía ascender súbitamente por el so1o ministerio, ni contenerse por esta la desintegración de los partidos y el crecimiento de los personalismos” (Fisonomía Histórica de Chile, “Ser o no ser”).

Oscilar entre el ser y el no ser

La década siguiente a la promulgación de la Carta constitucional de 1925 presenció el auge de la anarquía política y vino a probar que si el parlamentarismo había retardado las tareas constructivas del Gobierno, a1 menos sirvió de cauce legal a1 espíritu de oposición, y que, privado éste de una legítima válvula de escape, debía buscársela a1 margen de las instituciones y con peligro de ellas mismas.

Chile en esos momentos –a juicio de Eyzaguirre– “pareció retrotraer un siglo atrás a la tumultuosa ‘era pipiola’” (liberal). Como entonces, “gobiernos civiles efímeros, asonadas de cuartel y dictaduras militares se fueron sucediendo unos a otros, pero ahora no sin dejar una huella indeleble de su paso”. Una legislación del trabajo minuciosa y de avance, y un Estado de tipo socialista con sus correspondientes órganos de control de la iniciativa privada, brotaron como conquistas intangibles del período. 

Las vicisitudes de este ciclo y de los anteriores llevaron a Eyzaguirre a sintetizar magistralmente la historia de Chile como un “oscilar dramático entre el abismo y la cúspide, entre el ser y el no ser, en el que se debate todo el inconsciente de Chile, y de cuya definición postrera penderá el destino final de su historia”. (Jaime Eyzaguirre, Fisonomía Histórica de Chile, “Ser o no ser”).

El presente del no ser

¿Será posible superar la adversidad del tiempo oscilante, con una oposición fraccionada y obtusa que insiste en la restauración delirante de utopías fallidas? ¿Será posible recuperar el equilibrio y la cordura perdida, cuando lo que falta es liderazgo y coraje en quienes detentan las astillas de un poder que yace golpeado? 

Las diferencias de personalidad y de estilo conductor entre Alessandri (denominado “el gran león de Tarapacá”) y el presidente Sebastián Piñera no es necesario explicarlas, pues están a la vista de ojo sano; en tanto las similitudes son difíciles de advertir, salvo aquellas inherentes a los periodos en que han debido gobernar. El primero fue un caudillo agitador de oratoria fogosa y demoledora, preocupado por la suerte de su querida ‘chusma’; el segundo trabaja día y noche, concentrado obsesivamente como un gran gerente, intentando llevar a término, contra la realidad social, una gestión económica sin respaldo político mayoritario ni apoyo contundente de la atolondrada coalición derechista que lo eligió.

¿Es este “el presente del no ser” del que pende el destino de los chilenos?, ad portas del llamado a aprobar o rechazar la elaboración de otra Carta Fundamental.

Jorge Varela
30 de julio del 2020

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