Jorge Varela
Chile: la cobardía de los demócratas
El desencanto de las utopías

¿Qué tipo de democracia le espera a Chile a mediano plazo? O mejor dicho, ¿qué tipo de institucionalidad democrática puede construir este país desde la languidez de un sistema de partidos distorsionado y aniquilado, en pleno proceso constituyente cuyo desenlace y fruto no será posible conocer antes de dos años? Si a lo escrito se agrega la agonía de un Gobierno exhausto e impotente, el desafío que implica la renovación total de los cargos de presidente de la República y de representación parlamentaria, mientras se discute simultáneamente el texto de una propuesta constitucional, además de la faena de demolición persistente del presidencialismo, en que se encuentra empeñada casi toda la mal llamada clase política, el escenario es sumamente preocupante y de riesgo. Lo que hoy se constata como un desprecio por las instituciones y las normas democráticas, no es sino la decadencia desnuda de la élite y la irresponsabilidad de un amplio sector de la sociedad que se siente marginado del poder y ha optado por la violencia.
La confluencia trágica de un Poder Ejecutivo en extremo débil y de un Legislativo dominado por una oposición conformada por partidos que son la expresión fiel de un grave retroceso intelectual y ético generalizado que incluye también a los conglomerados del espectro oficialista, permite avizorar un panorama complejo.
¿Será que los chilenos ya están cansados de tantas utopías? ¿Cómo explicar lo ocurrido? Si ni el populismo decrépito de la vieja dirigencia ni el ímpetu caótico de los jóvenes permiten ensayar una única hipótesis que explique el paso a otro Chile. No basta con decir: “¡Chile cambió!”.
Sin luces, sin brújulas orientadoras, el camino casi no se divisa.
Una respuesta proveniente de España afirma que “se han acabado todas esas promesas de Hegel y de Kant. Podemos reconstruirlas a nuestra manera, pero no esperemos que eso nos vaya a dar la felicidad, que el Estado sea perfecto… Somos una sociedad que ya no cree en la utopía”, ha declarado Fernando Ángel Moreno (profesor Universidad Complutense de Madrid).
Un mal momento para la democracia
La versión radical contemporánea de “los unos contra los otros”, en que el mensaje evangélico-cristiano y las posiciones moderadas o intermedias (como los discursos social-demócrata, liberal o cristiano-demócrata) no tienen cabida, ya que ella no tolera el diálogo ni admite discrepancias, se ha instalado por doquier en el mundo. No se ausculta aún el término de este verdadero azote universal que se propaga por tierras australes y amenaza con extenderse por otras zonas del continente.
No cabe duda, estamos en un muy mal momento para la democracia. Entre los radicalismos de izquierda y de derecha, sumados a la hegemonía cultural neo-marxista, los antisistémicos avanzan como Atila, mientras los seguidores del centro político no logra enmendar sus errores y recuperarse de su falta de coraje. ¿Qué futuro podría esperarles a esos antidemócratas y a estos demócratas irresolutos e incapaces?
El partidismo fallido
La Unión Demócrata Independiente representativa de la derecha conservadora chilena, aspira una vez más a acceder al gobierno, un botín que le ha sido esquivo y por el cual su potencial candidato Joaquín Lavín está dispuesto a vender hasta su casa política con todas sus instalaciones y pertenencias. En tanto los liberales de derecha (del Partido Renovación Nacional) acomplejados y temerosos de reconocer su pensamiento madre se han dejado tentar por posturas populistas-igualitaristas.
En el centro los militantes de la democracia cristiana expulsados del paraíso terrenal, desde que contribuyeron a la caída del gobierno allendista, no atinan todavía hacia dónde dirigirse. En el seno del Partido Demócrata Cristiano los obnubilados continúan deambulando por oscuros pasillos laberínticos sin encontrar la salida. El PPD (Partido por la Democracia) nacido para restaurar la convivencia libre, se entrampó en la pugna bastarda de la politiquería hasta transformarse en un mero artefacto a punto de caer en desuso. Por su parte los antiguos “radicales” (integrantes del añoso Partido Radical) que nunca han sabido comportarse como tales, han devenido en obstáculos difíciles de esquivar.
En la izquierda tradicional, el socialismo de viejo cuño, ese que es la esencia de un proyecto histórico varias veces fracasado, el mismo que de tanto autoflagelarse terminó desahuciando al único hombre de sus filas con estatura de estadista de los últimos tiempos (Ricardo Lagos), no muestra indicios de frescura ideológica, ni estratégica. El Partido Comunista, ese viejo zorro que se resiste a abandonar la madriguera marxiana, aún despliega sus viejas recetas y monsergas sin encontrar la respuesta oportuna y contundente por parte de quienes no están aptos ni son idóneos para defender y robustecer la democracia que hoy gime y se estremece, a sabiendas que los vientos del populismo hegemónico favorecen la navegación roja. Recuérdese que su jerarca máximo (discípulo de Lenin y Honecker) planteó hace meses la destitución de Piñera.
Y de los jóvenes envejecidos y arrogantes del Frente Amplio poco puede esperarse. En esa montonera de apetitos disfrazados no hay por ahora cordura ni sapiencia a raudales, salvo el afán sin límite de algunos jóvenes caudillos imitadores de barbudos históricos con ansias de arribar al poder mediante cualquier medio, a como sea.
El régimen fragmentado de partidos existente en Chile y en otros países parece darle tardíamente la razón a Nietzsche quien escribiera que: “lo que hoy llamamos democracia se distingue únicamente de las viejas formas de gobierno en que se sirve de caballos nuevos: los caminos siguen siendo los mismos que en el pasado y las ruedas del carro también. Con este atelaje del bien público, ¿es realmente menor el peligro?” (Humano, demasiado humano).
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