Dante Bobadilla

Chantaje magisterial

Chantaje magisterial
Dante Bobadilla
24 de agosto del 2017

Los más afectados con la huelga son los niños

Debo confesar que alguna vez fui burócrata, aunque en menos de cinco años me harté y renuncié para irme al sector privado. Varios años después me casé con una joven maestra de escuela pública, pero también se hartó de la mediocridad y el acoso del SUTEP, y renunció para irse al sector privado. Yo, por supuesto, la apoyé en esa decisión. Digo esto para constar que practico lo que predico.

Tengo mis principios fundados en la libertad individual, y siempre me opondré a toda forma de imposición, sea desde el Estado o grupos de poder, como los sindicatos. Si a alguien no le gustan las condiciones laborales que tiene, y cree que su sueldo no es “justo” y que no le alcanza para una “vida digna”, lo único que tiene que hacer es renunciar y buscarse otro empleo que cumpla con sus expectativas. Así de simple. A nadie se le obliga a estar en un empleo que no le satisface. Sería una aberración obligar a alguien a permanecer en un puesto, como lo es que los disconformes se junten para exigirle al empleador cambiar sus condiciones laborales, y más aún para rebajar sus estándares. Pero eso es lo que está pasando en el Perú.

Me parece una barbaridad inadmisible la huelga de estos maestros que hace más de dos meses están afectando la educación de los niños. Esta huelga es una cobardía total y debería ser ilegal siempre, por cuanto no afecta al patrón sino a terceros. En este caso a los niños, quienes han sido tomados de rehenes para chantajear al Estado. Si la razón y la lógica gobernaran este país, todos esos maestros tendrían que estar despedidos ya. Pero acá las cosas no se manejan con la razón, sino con criterios “políticos”. Es decir, con hipocresía, cálculo, poses, demagogia y estupidez.

Por eso no solo no los despiden, sino que los han convertido en mártires y hasta les pagan los días de huelga. Se ofenden estos maestros si los asocian con terroristas cuando los hemos visto atacando aeropuertos, descarrilando el tren a Machu Picchu, afectando el turismo, bloqueando carreteras, volteando autos, etc. No necesito informes de inteligencia para saber que allí hay extremistas. Lo sé porque siempre ha sido así: el sindicato de maestros ha sido históricamente la cuna del radicalismo de izquierda. De allí salió Sendero Luminoso y todavía sigue allí. Por eso la educación es paupérrima. No importan las políticas educativas de cada Gobierno ni el gasto en educación. Mientras esos sindicatos sigan allí, la educación será un desastre.

Hoy los maestros huelguistas exigen algo que los pinta de cuerpo entero: eliminar las evaluaciones. Con eso admiten que son una manga de incapaces que temen por la sombra del despido. Y como viven aferrados a la mamadera de la estabilidad laboral, no quieren correr ningún riesgo. En consecuencia, lo que pretenden es garantizar la mediocridad más absoluta en la educación. Una de las cosas que más daño ha hecho a la educación (y a todo el aparato público en general) es el dogma maldito de la “estabilidad laboral”, que ojalá termine alguna vez.

Años después de mi renuncia al ministerio, vi por televisión a mis ex compañeros marchando por la av. Abancay exigiendo aumento de sueldo. Les pregunté por qué simplemente no renuncian y se van. La respuesta unánime fue que no quieren perder la estabilidad laboral. La mediocridad es fruto de ese disparate populista.

El nuevo paradigma de la educación moderna es la educación por competencias, el cual se basa, fundamentalmente, en las evaluaciones constantes y de todo tipo. No hay manera de llevar adelante ningún proceso educativo si no se pone la evaluación como la herramienta principal de medición y retroalimentación del proceso, incluyendo a los maestros y a la propia institución educativa. Negarse a la evaluación es negar las bases de la educación moderna, tal como se concibe hoy.

No me extrañaría que la demagogia política y la mano blanda acaben cediendo al chantaje de estos maestros. Si es que nos importa la educación, tenemos que pensar en los niños y buscar lo mejor para ellos, no para los maestros. Una buena educación empieza con una buena selección de maestros, y esto pasa por evaluaciones. Y, desde luego, el que no rinde debe irse. Basta de gollerías.

 

Dante Bobadilla

 
Dante Bobadilla
24 de agosto del 2017

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