Hugo Neira

Carta a un millennial que se dice de «una generación perdida»

Hoy lo que se necesita es un giro moral e intelectual

Carta a un millennial que se dice de «una generación perdida»
Hugo Neira
06 de abril del 2020


No tengo el gusto de conocerlo, Rodrigo Salazar Zimmermann, pero su artículo en
El Comercio (31.03.2020) me ha llamado la atención. Y sobre todo el subtítulo, «las consecuencias del coronavirus en los millennials». Pero antes de comentar su texto, conviene sugerir una de las causas de la incertidumbre de nuestros días. 

En 1996, un sociólogo catalán —Castells— tiene un éxito planetario con su obra La sociedad red. Celebra en California (había dejado la Alta Escuela en París en donde era profesor) la nueva tecnología de la información. En esos años pensaba en su aplicación en el mundo militar, en el comercio y las finanzas. No pensó, sin embargo, que paralelamente, al democratizarse el uso de las laptops surge la cultura de la red que transmite no ideas o argumentos sino emociones. En una reciente entrevista, Castells considera que «la sociedad pimpante de los Treinta Gloriosos ha volado en pedazos». Se han juntado, a su parecer, «la crisis del capitalismo y los nuevos movimientos sociales». El planeta se desorganiza. Estamos hablando de los fake news, hipócritamente llamados posverdad. Lo real no importa, lo que cuenta es predisponer a alguien o algo. En el banquete de las palabras no es un entremés sino veneno. Época en que hemos ido «del Big Data al Big Brother» (María del Pilar Tello).

Puede que no le interese la otra cultura, esa que llamamos escritura. O también semántica. Pero acude a ella¡! Lo de «generación perdida», que usted se atribuye, puede que sea una idea justa. Pero antes de continuar en qué sí y en qué no, me pregunto si sabe usted de dónde proviene esa fracesita de marras (¿?) No se si ha leído a Hemingway y su «generación perdida». Eran años fantásticos y los escritores norteamericanos prefirieron la Europa de la posguerra. Fitzgerald (The Great Gastsby), John Dos Passos. Y en 1929, año del Crack, El ruido y la furia, de Faulkner. 

Comentando su artículo, en primer lugar le digo que tiene razón. A los millennials, dice usted les ha tocado «la crisis financiera del 2008 cuando salíamos al mercado laboral». Está usted muy al tanto de lo que ha pasado en estos años de recesión en los Estados Unidos. «El desempleo de jóvenes entre 16 y 24 años superaba el 25%». Tiene usted una virtud, la sinceridad. Nos dice que «hoy dos terceras partes de los millennials no tienen ahorros». Pero para entenderlos, yo le propongo que mire un tanto al Perú. Porque el que le escribe, también se puede considerar parte de una «generación perdida». Me refiero a los mejores investigadores y pensadores del Perú en el momento más alto de las ciencias sociales, entre 1960 y 1990. Se han ido. No a los Estados Unidos sino al Valle de Josafat. Fernando Fuenzalida (2011), Gonzalo Portocarrero (2019), Julio Cotler (2019), Carlos Franco (2011), José Matos Mar (2015), Aníbal Quijano (2019). La lista es larga si se suman los poetas: Arturo Corcuera, Rodolfo Hinostroza, Toño Cisneros. En el fondo de la psiquis peruana, desde la Independencia hasta estos días, lo mejor que hemos hecho no está en el dominio de la política ni en la economía, sino en la literatura y las artes. Y en mi generación, en las ciencias sociales. Eso que a ustedes les resbala. Pero ahora tienen delante un giro inesperado. Y no tienen las herramientas intelectuales para comprender qué pasa. Y cómo defenderse. Porque las respuestas o soluciones, puede que no estén en Internet. Sino en libros recientes.

Fuimos una «generación perdida», lo admito. Pensábamos y actuábamos para producir una revolución, no solo en nuestro país o en América Latina, sino mundial. Sin embargo el fin del siglo XX fue una sorpresa colosal. Se derrumba la URSS y a los pocos años, los herederos de Mao giran a una China «taller del mundo». Octavio Paz —que no era un millennial sino un humanista— dijo que «el derrumbe del comunismo es el de un régimen opresor». «La clase obrera no era clase universal revolucionaria». Y «la historia no es un lógico resultado de un proceso dotado de una dirección y un sentido».

Es a ese punto al que quería llegar. La historia es siempre un campo de sorpresas. Como es usted un millennial, y aunque las humanidades no les han interesado, me tomo la libertad de recomendarle un libro de Jorge Basadre, que se titula El azar en la historia (1973). La gran crisis, querido amigo, lleva ya medio siglo. No viene del coronavirus, que pese a ser una peste, confirma que estamos todos en el mismo barco. A diferencia de usted, creo que es un gran momento para reflexionar y renovar. En fin, en los inicios del siglo XXI, mientras se hundían las ideologías revolucionarias, se impuso el culto al dinero y un individualismo prepotente y satisfecho. De la sartén al fuego. 

Los millennials. En el Perú son jóvenes por lo general con barba, a lo que se añade un lado rapado sobre las orejas. Sus maneras son cosmopolitas, se parecen unos y otros. Han hecho estudios, pero breves, ciencias de la computación, mecánica de motores menores, ingeniería textil y confecciones. ¿Que de dónde saco esos datos? Del INEI. No les reprocho pero es un hecho que se habían preparado ustedes a ingresar al sistema actual pese a sus defectos y miserias. Está claro, no les interesaba otra cosa, un buen empleo y a vivir. Pero ahora están desconcertados. Lo dice usted claramente, «los millennials no planifican, prefieren el placer instantáneo», algo que «fluye». Pues bien, le digo lo siguiente. Esa formación tecnológica es un ditirambo y una máscara. El Perú no es una sociedad industrial. Viven ustedes una contradicción: la misma tecnología que practican, producirá de aquí a unos años, los robots que los reemplazarán. Si se hubiesen preparado para ser científicos —química, física, biología—, sería otro cantar.

«El trágico error de estos años es creer que el progreso es infinito» (Octavio Paz). El mercado libre ha mostrado ser eficaz. Pero provoca desigualdades. Y eso que llaman el populismo. «De 1990 al 2019, ha habido en Europa 49 líderes populistas en 33 democracias». Han aparecido nuevas fuerzas sociales. Piden una mayor participación en la vida pública. Es algo que no pensaron las generaciones del celular y el Internet. Nosotros sí. A diferencia de su generación, nuestro terreno es lo relativo, metamorfosis de pueblos, Estados y mentalidades. Quedamos pocos, por lo general psicólogos —Max Hernández, Moisés Lemlij, Matilde Caplansky— y uno que otro humanista. Nos importa lo real, la verdad, algo raro en una sociedad como la peruana envenenada por los malditos fake news

¿Leen los millennials? Que usted escriba, es casi un milagro. Los jóvenes peruanos salen de la secundaria sin saber escribir un simple paper. En este país se ha olvidado la importancia de la razón. La lectura no es innata, se adquiere. En las aulas o nunca. La habilidad digital es importante, pero no al punto de desaparecer una cultura entera. Hay algo que nos separa. Éramos apasionados por el estudio y el saber. Eso ha desaparecido. El desplome del nivel cultural peruano se nota en la vida política, en la música, en la televisión, por todas partes. Lo digo en calidad de superviviente. No obstante, no exageremos nuestros fracasos. El siglo XX fue el de la libertad. En cambio, no se preparó a los peruanos para construir democracias auténticas. Hoy lo que se necesita es un giro moral e intelectual. Lo técnico es una herramienta, un medio, no una meta. ¡Buena suerte!

Hugo Neira
06 de abril del 2020

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