Miguel Rodriguez Sosa
¿Canto de cisne del europeísmo?
El injustificado triunfalismo de Mark Rutten, secretario general de la OTAN

El secretario general de la OTAN –el holandés Mark Rutte, quien fue primer ministro de los Países Bajos– ha afirmado delirante: «La OTAN es la alianza de defensa más poderosa de la historia mundial. Somos más poderosos que el imperio romano, que el imperio napoleónico». Previamente, anunció el 4 de junio que la OTAN reforzará «aún más» sus capacidades de disuasión y defensa, con el objetivo de contar con los medios necesarios para superar a Rusia en poder militar.
Las suyas son expresiones que antecedieron a la reunión de ministros de Defensa de la Alianza Atlántica que se celebró el jueves 5 de junio en Bruselas, a la que sucederá otra próxima para toma de decisiones, en La Haya. Rutte aseveró también que «el compromiso del Gobierno de Estados Unidos con la OTAN es incuestionable», pero la cita se desarrolló en un clima de pesada incertidumbre, pues no asistió el jefe del Pentágono, Pete Hegseth. Y cabe resaltar que es la primera vez en tres años que un secretario de Defensa de Estados Unidos no asiste a una reunión de la OTAN que trata sobre el concierto europeísta a favor de Ucrania contra Rusia.
El poeta inglés Jeoffrey Chaucer escribió en el siglo XV «El cisne celoso, canta su muerte» (The jealous swan, ayens his deth that singeth), una expresión metafórica que se refiere al último acto de alguien que está por morir. Dice de la creencia en que el ave emite un dulce sonido de armónica belleza justo antes de su óbito. Mal podría interpretarse las palabras de Rutte como semejantes, pues más bien se parecen al feo y estridente graznido que el magistral H.P. Lovecraft atribuyó a las agoreras chotacabras (nightjar) en sus relatos de terror cósmico, centradas en la insignificancia humana frente a la muerte traída por poderes incomprensibles.
La incomprensión unida a la arrogancia son hoy en día características de los belicistas gobiernos europeos socios de la OTAN, quienes no alcanzan a entender que su expansionismo agresivo contra la Rusia de Vladimir Putin puede conducir al mundo a un conflicto militar del que será, materialmente, imposible emerger en las condiciones del bienestar del que ahora disfruta una mayoría de las poblaciones europeas occidentales.
Lo peor es que la postura de los europeos en la OTAN está configurando un escenario extremadamente complicado para EE.UU. con el gobierno de Donald Trump, quien en un mensaje emitido por la red social X (Twitter) ha afirmado haber tenido una conversación, el 4 de junio, n con el mandatario ruso, señalando: «El presidente Putin dijo, y con mucha firmeza, que habrá que responder al reciente ataque a los aeródromos» (President Putin did say, and very strongly, that the will have to respond to the recent attack on the airfields), con relación al ataque de la OTAN con bandera de Ucrania sobre bases aéreas rusas el 1 de junio, que ha tenido secuelas: el martes 3 contra el puente de Kersh que conecta Crimea con territorio ruso, y el día 4 contra una base militar en Engels, al sur de Rusia.
La muy complicada situación en que la OTAN ha puesto a Trump con esas acciones merece una profunda consideración, porque si es verdad –como afirma el mandatario ucraniano Volodimir Zelenski– que el ataque masivo del 1 de junio con drones venía siendo preparado durante 18 meses, compromete seriamente las intenciones del gobernante estadounidense de forjar la paz en el conflicto Rusia-Ucrania y revelaría que Trump no ha tenido en sus manos el poder para impedir la escalofriante escalada que dicho ataque representa en la guerra en marcha, pues tal ataque ha sido, inobjetablemente, posible solamente gracias al empleo a favor de Ucrania, de la parafernalia satelital de vigilancia militar y control de fuegos que posee EEUU, que habría sido activada durante la administración de Joseph Biden. Si a eso se suma la participación europea a través de la OTAN, probablemente aportando los drones empleados, queda meridianamente en claro que actualmente se está librando una guerra proxy, es decir, el empeño bélico por delegación de la OTAN en Ucrania, con Europa manteniendo la debilitada fachada de no implicación directa en el conflicto, aunque es una creciente sombra el disimulo de esa intervención.
A estas alturas de la situación se torna extremadamente difícil para Trump persistir en su esfuerzo por mantener una actuación mediadora para cesar la guerra que –lo hemos señalado antes en esta columna– es propiamente la de OTAN contra Rusia por interpósita Ucrania, a pesar de la actual administración estadounidense.
El asunto muestra signos de «salirse de las manos» de los grandes jugadores en el tablero del poder global, básicamente debido a que el falaz relato europeísta (de la Unión Europea) insiste en la supuesta amenaza rusa, adelantada por el comisario de Defensa de la UE, el lituano Andrius Kubilius, en su especulativa predicción de que Europa debería prepararse para una guerra directa con Rusia no más allá del año 2030. La cuestión no radica en que Putin tenga efectivamente esa intención agresora, tantas veces negada por él y que, ciertamente, carece de sustento alguno si se considera que, por el contrario, ha sido la OTAN asociada a la UE la que ha desarrollado desde inicios de este siglo una estrategia de expansión sobre las regiones europeas en países colindantes con Rusia, prácticamente obligando a Putin a efectuar, en el invierno boreal del 2022, operaciones militares sobre provincias de Ucrania con mayoría de población rusa, que demandaron la ayuda del Kremlin y que éste usó como pretexto para bloquear la incorporación ucraniana a la OTAN en cuanto implicaba la alta probabilidad de que en ese país se instalen bases con armas de la Alianza Atlántica enfiladas contra Rusia.
Se ha hecho más densa y rígida la tesitura de la guerra proxy alentada por la OTAN alegando defender las aspiraciones europeístas de Ucrania, con la participación militar abierta de Corea del Norte en el bando ruso, y con el fortalecimiento de los vínculos de defensa entre Rusia y China, más ahora que el presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, notorio aliado de Putin, ha sido muy bien recibido en Beijing por Xi Jinping. Son sucesos reveladores de la reacción tanto coreana como china a favor de la causa rusa contra las posiciones europeístas.
Como trasfondo se puede avizorar los esfuerzos de la UE-OTAN para posicionarse en el tablero del poder global como un interlocutor homólogo en sus capacidades militares a Rusia y China, también –si hubiera la necesidad– con prescindencia de EEUU. Una fantasía absolutamente carente de materialidad.
Ahora, hay que considerar que el golpe OTAN-Ucrania infligido a Rusia el 1 de junio, si bien ha tenido más éxito como acto de propaganda que como hecho propiamente militar, ciertamente ha herido el orgullo ruso, sobre todo teniendo en cuenta que en los meses de este 2025 tanto Rusia como Ucrania han bregado con las armas para fortalecer posiciones ventajosas en el terreno de cara a un eventual cese de hostilidades. En la perspectiva, que parece inevitable, de que Rusia haya de resarcir su orgullo mellado, podría lanzar sobre Ucrania una acción militar que califique como demoledora, llamando la atención internacional acerca de que el ataque con drones del 1 de junio constituye una inaceptable violación del último tratado START 2010-2026, vigente, que obligaba a Moscú y a su contraparte, a mantener en superficie y a la vista para vigilancia satelital, la flota de bombarderos estratégicos que ha sido atacada.
En este sentido, hacen bien los analistas que calificaron el silencio del Kremlin como «aterrador» porque su retaliación, moderada hasta el viernes 6 con ataques de drones y misiles contra objetivos en las regiones ucranianas de Volinia, Leópolis, Ternopil, Kiev, Sumi, Poltava, Jmelnitski, Cherkasy y Chernígov, según asevera Zelenski en sus redes sociales, luego podría ser asimétrica y contundente no sólo para Ucrania sino para la OTAN. Putin está preparando la escena al mencionar al mundo que el régimen de Kiev es ilegítimo y «terrorista»; lo primero es evidente, pero lo segundo, aunque debatible, juega bien como justificación para un contraataque.
No es solamente que Putin pueda aporrear el poder militar aportado por la OTAN a Ucrania, porque el evento pondría en máxima tensión al conglomerado europeo de la UE que clama la necesidad de «prepararse para la guerra» (expresión del primer ministro del Reino Unido Keir Starmer) y caben muy fundadas dudas acerca de que la UE-OTAN puedan enfrentar una situación bélica sobre sus propios territorios, que, en el peor caso, pintaría como un Armagedón.
La visita del canciller alemán Friedrich Merz a Trump en Washington el 5 de junio no va a generar un cambio en la visión del estadounidense sobre la guerra en curso, y está claro que, más bien, Trump le ha comunicado su persistencia en que los europeos se hagan cargo de una mayor parte del gasto en defensa que pesa sobre EE.UU. en la OTAN. Pero es más significativo que ese mismo día, desde el despacho oval, ante la previsible sugerencia de Merz de apaciguar el conflicto temiendo una respuesta rusa a los recientes ataques ucranianos, con sarcasmo Trump haya comparado la guerra con una pelea de niños, mencionando: «A veces es mejor dejarlos pelear un rato y luego separarlos», señal de que no tratará de impedir la más reciente deriva de la guerra.
Sin embargo, algo muy terrible podría pasar si la retaliación rusa compromete el norte de la lealtad del gobierno de EEUU, que tendría que optar entonces entre su participación activa en la OTAN o, más bien, atender al realismo impuesto por el renacimiento imperialista trilateral que comparte con Rusia y China, donde la posición de Europa de la UE está muy decaída y perforada por disidencias internas (Italia, Polonia), mientras la OTAN está gravada por el interés de Turquía (la mayor fuerza militar del bloque) de mantener equilibrio entre la Alianza Atlántica y Rusia. La situación es extremadamente preocupante también porque, como hace pocos días lo afirmó el general estadounidense Keith Kellogg, designado por Trump como enviado especial suyo para tratar la paz entre Ucrania y Rusia, «en parte Rusia tiene razón» al referirse a que la OTAN está haciendo lo que a todas luces es su guerra proxy. Es seguramente lo que Moscú quiere escuchar.
Volviendo al delirio del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, el mismo que dice que la OTAN es la alianza de defensa más poderosa de la historia mundial, parece ignorar u oculta que en su historia Rusia ha enfrentado con éxito a todos sus enemigos: los caballeros teutónicos, los mongoles, a Napoleón y su armada europea y a Hitler, prevaleciendo siempre. Rutte suena graznando estrepitoso y fantasioso, no como un canto de cisne de la antigua creencia sino como el augurio fatídico de una chotacabra o una urraca.
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