Guillermo Vidalón
Capitalismo y comunismo salvajes
Ambos bandos desprecian la democracia

Han transcurrido 25 años desde que los movimientos subversivos más extremistas y sanguinarios del mundo fueron derrotados militarmente. No obstante la trágica experiencia que vivió el país, poco es lo que se ha hecho para enseñar a las nuevas generaciones que el camino de la violencia envilece a las personas, genera atraso y destrucción. En resumen, empobrecimiento material y moral.
La guerra contra el Estado nacional tenía y tiene un único y claro objetivo: la captura del poder. En ese empeño, hay grupos subversivos que no han cesado en dicho camino, solo han cambiado de estrategia. Lamentablemente, la clase política tradicional se ceba en los errores cometidos en el decenio de Fujimori y castiga a los vencedores.
La literatura “progre” ha difundido un mito respecto de la democracia que se vivió entre 1980 y 1990, como si con el arribo del fujimorismo hubiesen empezado todas las desgracias en el país. Eso no es cierto, la crisis económica era galopante, la inflación alcanzó 7,650%, el Producto Bruto Interno caía y el empobrecimiento se generalizaba. Quienes se encontraban más preparados abandonaban el país en busca de mejores oportunidades. El efecto contrario de lo que afrontan los venezolanos que llegan al Perú en la actualidad. Para colmo de males, teníamos a dos grupos terroristas matando, extorsionando, asaltando y destruyendo.
Hubo excesos en el ejercicio del poder durante los noventa, ¡qué duda cabe! Pero de allí a fomentar el antifujimorismo, promoviendo cualquier opción como valedera es absurdo. Gracias a sus luchas intestinas, la actual izquierda parlamentaria se ha esmerado en negarse a sí misma como opción para la alternancia del poder en el sistema democrático; sin embargo, lo más peligroso de su accionar es que, de ser necesario contar con votos para reelegirse, son capaces de aliarse con cualquiera. Inclusive con quienes lideran el accionar político de los anteriormente alzados en armas, pues estos últimos los están desplazando de la representación sindical y de los autodenominados frentes de defensa. Coincidentemente, ambos se oponen a toda inversión productiva bajo el alegato del cuidado del ambiente, mayor aún si la inversión es extranjera y se dedica a la industria extractiva.
La subversión está en la etapa que denomina “período de acumulación de fuerzas”, en tanto que la izquierda light aspira a treparse a la “ola de la indignación social”. Por su parte, las derechas están seguras de que, de una u otro forma, controlarán la situación, aunque el prado arda en llamas y la democracia termine lanzada por la borda. ¿Es razonable semejante inmadurez política?
Por otro lado, tenemos lo que denominaremos “la derecha económica popular”, aquella que se forjó tras las invasiones de los años setenta, ochenta y parte de los noventa del siglo XX. En la actualidad los propietarios de los negocios prósperos ubicados en los conos de las ciudades más importantes del país forman a sus hijos o nietos en las mejores universidades, públicas o privadas, y algunos de ellos en importantes universidades del exterior ¿Alguien cree que cuando acaben sus estudios estarán dispuestos a arriesgar sus empresas por las galimatías de las tradicionales derechas o izquierdas?
¡No! Los acuñas o sus similares quieren seguir creciendo y gobernar a su estilo, sin los parámetros y las exquisiteces de la democracia. Allá las cosas se consiguen con dinero, eso que algunos califican como “capitalismo salvaje”; y del otro lado está el “comunismo salvaje”, ese que mediante el terror busca imponerse a sangre y fuego. Ambos bandos desprecian la democracia y el mayoritario centro aún es incapaz de construir un liderazgo aglutinador y dispuesto a llevar a cabo las reformas económicas que saquen de juego a los salvajes.
Guillermo Vidalón del Pino
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