Darío Enríquez

Cambio cultural y transformación digital en el Perú

¿Es un salto cualitativo o más de lo mismo?

Cambio cultural y transformación digital en el Perú
Darío Enríquez
21 de julio del 2020


Conceptos.
Definamos algunas ideas para contar con un mínimo marco conceptual. La era digital que vivimos nos ofrece un panorama de innovación permanente. La innovación digital nos habla de “la creación y puesta en marcha de nuevos productos y servicios […] Por transformación digital nos referimos al efecto combinado de diversas innovaciones digitales que provocan nuevos actores, estructuras, prácticas, valores y creencias que cambian, amenazan, reemplazan o complementan las reglas de juego existentes para las industrias y las organizaciones” (Hinings, Gegenhuber y Greenwood, 2018, nuestra traducción).

Ningún sector de actividad escapa a sus efectos. El impacto es muy grande incluso en la cotidianeidad de los individuos, los grupos, las comunidades y la sociedad en general. Las tecnologías digitales transforman operaciones, productos y servicios en organizaciones grandes, medianas y pequeñas. La gestión de la transformación digital de estas organizaciones es considerada como la solución para enfrentar este desafío con eficacia y eficiencia (Heavin y Power, 2018)

Tecnología como falacia. Revisemos ahora algunas otras ideas. La disrupción digital es cómo las tecnologías digitales están afectando fuertemente la continuidad de gran cantidad de negocios e industrias, mientras que la transformación digital trata de cómo las compañías se adaptan y enfrentan los retos que plantea la disrupción digital (Kane, 2019). En ese contexto, el mismo autor asegura que la clave para tal desafío es el talento humano y no la tecnología por sí misma. Este talento va más allá del simple uso y aplicación de nuevos instrumentos tecnológicos. Centrar la transformación digital en la tecnología puede ser contraproducente.

La transformación digital nos obliga a repensar nuestro negocio o ser condenados a desaparecer frente a las exigencias de la nueva era digital (Rogers, 2016). Frente a la enorme tarea que debe acometerse, no resulta raro encontrar casos en los cuales sería mucho más práctico y factible cerrar completamente un negocio y recomenzar desde cero para hacerlo compatible con la digitalización de un entorno altamente competitivo y tecnologizado. Es fácil imaginar diversos problemas ligados con la estabilidad, la adaptabilidad e incluso el “reciclaje” de habilidades, preferencias y aptitudes de los recursos humanos. La transformación digital “del trabajo” es toda una línea de investigación en desarrollo (Cherry, 2016). Aunque es parte de este tema, el teletrabajo (que ha emergido como opción contingente a causa de la crisis sanitaria y el confinamiento Covid-19) es solo uno de los muchos problemas y posibilidades a explorar.

Cultura institucional. Hemos afirmado que en un contexto de grandes riesgos, oportunidades y posibilidades para las organizaciones en la nueva era digital, aparecen nuevos actores, estructuras, prácticas, valores y creencias. Esto es una nueva cultura institucional. Queramos o no, eso tarde o temprano se proyecta en la sociedad, en un proceso dinámico, inevitable y sobre todo, espontáneo. 

Identificamos tres tipos de nuevos arreglos institucionales críticos para la transformación digital: formas organizativas digitales, infraestructuras institucionales digitales y bloques institucionales digitales (Hinings, Gegenhuber y Greenwood, 2018). Sin embargo, aunque se les alude con cierta frecuencia, en lo sustantivo solemos “olvidar” que en medio de todo se encuentran los individuos en tanto protagonistas de la acción humana. Esto último es un elemento fundamental sin el cual no es posible avance civilizatorio alguno.

A todo esto, ¿cómo se aborda este tema en el Perú?, ¿como parte de un sano debate público? Aunque en la literatura académica se trata muy poco de la transformación digital y los estados, en nuestro país se privilegia –en diversos círculos académicos y tecnológicos– lo que puede o debe hacerse desde el Estado o con el Estado en lo que concierne a disrupción, innovación y transformación digital. Tal vez tiene que ver con una nueva sensibilidad frente a urgentes necesidades y carencias que se han hecho más que evidentes (estaban allí desde siempre pero a pocos parecía importarles) debido a la crisis sanitaria que aún vivimos. Detrás de ello, hay probablemente una visión estatista de la política, la economía y la cultura. 

¿Qué hacemos con el Estado? Sin duda tenemos una gran oportunidad para redefinir la relación del Estado peruano con sus ciudadanos. En este momento, se parece más a la de un ejército de ocupación que cobra cupos a una población sojuzgada que debe pagar sin (casi) recibir ninguna contraprestación eficaz. Permítannos esta figura exagerada, pues debemos reconocer que algunas contraprestaciones recibimos. Pero todo ello está muy lejos de ser eficaz, y mucho menos proporcional a los ingentes recursos que ese Estado extrae a la fuerza de sus ciudadanos.

La disrupción, la innovación y la transformación digital sin una reforma radical de forma, infraestructura y bloque (red) institucional del Estado, no solo serán ineficaces sino perniciosas. No será un salto cualitativo hacia adelante, sino más de lo mismo. Tengamos como telón de fondo el viejo aforismo: “ No hay peor cosa que hacer bien aquello que no se debe hacer”.

Hagámonos algunas preguntas ¿Por qué Registros Públicos del Perú (RR.PP.) debe ser una entidad estatal? ¿Acaso el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) no podría gestionarse en la sociedad civil? ¿Quién puede sostener racionalmente que el Seguro Social de Salud del Perú (EsSalud) debe ser gestionado por el Estado? Estas y otras preguntas análogas deben ser respondidas antes de cualquier “transformación”. No podemos ser pasivos espectadores de supuestos hechos consumados. El debate está abierto. No nos podemos permitir que, bajo las actuales circunstancias, ejerzamos el “conservadurismo” (véase las comillas) en la peor de sus acepciones: la resignación social y la aceptación de la opresión estatal, antivalores culturales que contaminan a nuestra sociedad.

Es fácil inferir que el gran cambio cultural que requerimos debe seguir el camino de la libertad, pero no el del desorden ni el de la informalidad. Menos el camino de servidumbre que propone la estatolatría. Somos ciudadanos de un país y no siervos de un gran ogro “filantrópico”. Estos cambios serán necesariamente progresivos, pero siempre avanzando en la dirección correcta y sobre todo espontáneos. Esto quiere decir que será sistemáticamente ajeno al control o discreción de autoridad central gubernativa alguna. Sin embargo, dependerán de un control difuso ligado a valores (virtudes) individuales, comunitarios y sociales que se derivan de la estructura trina fundamental civilizatoria: vida, libertad y propiedad, en ese orden.

Para terminar, algo más respecto de la informalidad. No tenemos opción, hay que dejar que la informalidad “se mueva”, hoy es cuestión de supervivencia. Ya lo hemos vivido, algún aprendizaje debemos mostrar. Hay que encauzarlos, acompañarlos y no reprimirlos. Desde el Estado deben estimularse las buenas prácticas, pero no imponer lo que cuatro señorones encaramados en su torre de marfil creen que es lo mejor. "Ir al llano", trabajar en el terreno, comprometerse con la realidad y no con utopías. La disrupción digital les concierne, las innovaciones digitales las viven. Ellos también hacen parte de la transformación digital.

Darío Enríquez
21 de julio del 2020

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