Pedro Corzo

Bolos y yanquis en La Habana

Visita de empresarios rusos coincidió con la de funcionarios del Gobierno de Biden

Bolos y yanquis en La Habana
Pedro Corzo
06 de febrero del 2023


Es evidente que la cúpula castrista –eso que llaman “moncadistas”, por su empecinamiento en mantener privilegios y fortunas a como dé lugar–, no cesan de reinventarse recurriendo a cualquier maniobra por tal de conservar el poder, única garantía de su sobrevivencia. Gestión en la que el genuflexo de los Castro, Miguel Díaz Canel, ha demostrado gran talento. 

No se puede negar que los Castro, la primera familia de la Isla, supieron hacer su transición. Encontraron al sujeto idóneo para hacer los mandados, mientras siguen disponiendo a su antojo sobre los derechos de los cubanos, tanto que me atrevo a parodiar una canción de Panchito Riset: “Fidel, el cuartico esta igualito como tú lo dejaste, como tú lo pusiste”. 

En Cuba no ha cambiado nada, aunque no falten quienes desesperan por encontrar novedades que indiquen un nuevo rumbo y quienes sigan demonizando a los que se oponen al totalitarismo. La nueva gobernanza actúa bajo las instrucciones de los Castro. La naturaleza del régimen es la misma de 64 años atrás; se equivocan los que patrocinan una política de convivencia, los que defienden entregarle a la dictadura zanahorias, cuando ella solo tiene para el pueblo el garrote vil.   

Se equivocaron, también, los que asumieron la transición española como modelo para la mutación del régimen castrista, también los que afirmaban, expresión muy cubana, “eso se desmorona como un merengue a la puerta de un colegio cuando Fidel muera”. Hemos errado en los pronósticos de cómo terminaría el totalitarismo cubano; sin embargo, no tengo dudas de su final mientras haya cubanos en prisión por reclamar sus derechos como las jóvenes Angélica y María Cristina Garrido, Lizandra Góngora Espinosa,  Félix Navarro y José Daniel Ferrer y otras mil personas más, después de 64 años de una dictadura doctrinal.   

Hace unas semanas mi amigo y compañero de presidio, Juan José Estrada, advertía que a los rusos, los cubanos los llamaron “bolos” en los sesenta –por lo tosco, mal vestidos y peor olientes–, retornarían a Cuba al ritmo del capitalismo y no en representación de un régimen fracasado que victimizó tanto a los rusos como a los cubanos, sugerencia que se hizo realidad en días pasados. 

La presencia de empresarios rusos en la Isla, lo más probable es que algunos de ellos fueran directivos de la KGB, junto a Vladimir Putin debería ser un indicativo para los sicarios del castrismo –esos que golpean, encarcelan y condena a los jóvenes protestantes del 11 de julio del 2021– de que el régimen que defienden está condenado al fracaso. Y que los crímenes tienen castigo como escribiera Fiódor Dostoyevski. 

Estrada afirmaba en su comentario que los rusos visitarían a Cuba como depredadores más voraces que la mafia que habían desplazado en medio mundo, no como funcionarios listos a despilfarrar sus bienes, tal y como hiciera Moscú en el pasado por motivos ideológicos, realidades que al totalitarismo insular le tiene sin cuidado mientras detenten el poder. 

Lo interesante fue que la visita de empresarios rusos coincidió con el viaje de funcionarios del Gobierno del presidente Joe Biden a La Habana. Paradójica verdad: los rusos fueron a hacer negocios, mientras los estadounidenses visitaron a Cuba para “establecer y aumentar los canales para la cooperación en materia de aplicación de la ley para abordar mejor las amenazas transnacionales no es a expensas de los derechos humanos”, dijo un vocero del Departamento de Estado a Radio Martí.  

Es difícil comprender el empecinamiento de algunos políticos, empresarios y dirigentes sociales de diferentes nacionalidades de negociar con el totalitarismo castrista, argumentando que la precaria situación de los isleños tiene solución con el suministro de bienes y placebos migratorios. Los derechos que se le conculcan a los cubanos, las oportunidades que se les niegan son decisiones de su gobierno, no de poderes extranjeros, en este caso el complejo de culpa del “americano feo” no corresponde.   

El problema radica en el sistema imperante y no en su entorno. Cuba no era un estado fallido ni auspiciador del terrorismo antes de la llegada de los Castro. Distaba mucho de ser un paraíso, pero era un país viable, como lo fueron Nicaragua y Venezuela antes de la llegada de los Chávez, Maduros y Ortega-Murillo.

Pedro Corzo
06 de febrero del 2023

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