Martin Santivañez

Bicentenario sangriento

En un contexto de caos y persecución política

Bicentenario sangriento
Martin Santivañez
07 de diciembre del 2018

 

El escenario de guerra que atraviesa el país ha convertido a la esfera pública en un Campo de Agramante en el que la mentira campea a sus anchas. Me decía un buen amigo que en la política peruana no importa tu trayectoria vital: “En política no importa la vida real, lo que importa es todo lo que te inventarán”. Por supuesto, muchas de esas posverdades (mentiras las llamábamos antes) son ridículas y hasta graciosas, pero la serpiente también es ducha en crear espejismos para las masas. El poder de los medios de comunicación en un mundo de percepciones es evidente. Con todo, la fuerza de la verdad es indestructible y tarde o temprano se abre paso. Esta es la base de la esperanza para toda la humanidad.

Sin embargo, no podemos negar que la posibilidad de un Bicentenario de unidad nacional se desvanece en el horizonte. La polarización ha alcanzado niveles insostenibles y lamentablemente se han creado facciones que difícilmente se reconciliarán. Estamos a punto de naufragar de manera irremediable, transformando las barreras artificiales que nos separan en fronteras ideológicas y políticas que separarán al país por mucho tiempo. Las contradicciones han sido agudizadas hasta un punto de no retorno, y del enfrentamiento surgirá un Perú distinto y en pie de guerra.

El Bicentenario, en tanto hito republicano, debería movilizarnos mayoritariamente en pos de una agenda de consenso. Tendría que lanzarnos hacia el futuro, no enfrentarnos desde el pasado. Sin embargo, la sangría republicana iniciada por un sector pequeño, pero muy bien organizado, del espectro político difícilmente nos conducirá a una paz armada. Donde tendría que haber unidad para el futuro encontramos caos y persecución. Allí donde se espera visión de Estado solo se contemplan intereses partidistas.

La síntesis nacional se ve amenazada por fuerzas desintegradoras que han aprovechado un entorno de corrupción sistémica para desatar una revolución antipolítica, apoyada por la ira de las masas. Ciertamente, la crisis de la elite es real y nos encontramos ante una clase dirigente que ha fracasado en la conducción del país. Sin embargo, los jacobinos del ala izquierdista pretenden no solo eliminar a la clase dirigente que les hace oposición. Lo que buscan es consolidarse ellos mismos como nueva elite política y transformar las instituciones a la medida de sus deseos de poder. De allí la importancia de alterar el régimen constitucional.
Sería un grave error que los liberales y republicanos, huérfanos de partidos políticos, sucumban a la presión popular y decidan clavar en picas las cabezas de los que no piensan como ellos. El sentido común y la correcta lectura de la historia tendrían que llevarlos a concluir que las siguientes víctimas son ellos mismos. Apoyar cualquier momento jacobino, en el que una minoría aprovecha la crisis real para imponer el terror ideológico, no es solo un error de estrategia. Se trata de una simple cuestión de supervivencia del sistema.

La mayor parte de la población ignora por quién doblan las campanas y deposita su efímera esperanza en el momento jacobino. Solo los auténticos estadistas son conscientes de cuánto se destruye cuando no se logra evitar la confrontación.

 

Martin Santivañez
07 de diciembre del 2018

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