Martin Santivañez

Bicentenario del odio

La destrucción de las instituciones es el preludio del totalitarismo

Bicentenario del odio
Martin Santivañez
11 de julio del 2019

 

 Un ex presidente muerto, la lideresa de la oposición encarcelada, disidentes perseguidos y una clara judicialización de la política son los signos evidentes de la crisis nacional que el escándalo de Lava Jato ha provocado en nuestro país. Esta crisis es el alfa y el omega de la gran guerra política que padecemos; una guerra que, hasta el momento, se salda con la destrucción de la oposición y la huida hacia adelante del Gobierno y sus aliados. A estas alturas del partido, quien piense que lo sucedido con el Estado de derecho solo puede explicarse desde el punto de vista de la técnica jurídica es un iluso o un cínico. Para ser francos, en este país de sonámbulos, abundan los especímenes funambulescos.

Pero mientras unos mueren o son encarcelados, otros se retuercen en los medios masivos y en las redes, sosteniendo que lo que queda de la oposición no puede hablar de “objetivos políticos” o “enemigos del partido”. Nadie organiza una estrategia política hablando de enemigos o rivales, menos criticando o adjetivando el comportamiento de sus verdugos. Posturas como esta no son exageradas, sino fariseas. He aquí la máxima expresión de nuestro fariseísmo político: la oposición y el Congreso pueden ser escupidos, ultrajados, ninguneados y amenazados; pero el oficialismo y sus aliados no pueden ser etiquetados como “enemigos políticos”, ni en chats privados, ni en whatsapps. A todos les horroriza el adjetivo pero nadie se rasga las vestiduras ante esta masiva interceptación de teléfonos, propia de la más vil de las dictaduras.

El Estado de Derecho ha sido vulnerado, no existen garantías. Y como siempre, la destrucción de las instituciones ocurre con el beneplácito de la mayoría, que aplaude mientras la izquierda toma el poder con la ayuda del mercantilismo mediático. Insensatos. La destrucción de las instituciones es el preludio de la revolución, y en toda revolución perece la clase dirigente. La izquierda aspira a reemplazar de manera permanente a la clase dirigente transformando este momento jacobino en una dictadura ideológica construida sobre el formalismo de la democracia directa. Y la clase dirigente mercantilista teje para la izquierda la soga con que los ahorcarán.

Pobre Peru. No nos engañemos, mientras impere “el gran hermano” estamos condenados a un Bicentenario del odio. Un Bicentenario radical, en el que la izquierda logrará su gran objetivo formal: el cambio de la Constitución de 1993. Un Bicentenario fragmentado que agudizará la división territorial y la lucha de clases. Un Bicentenario del odio en el que arreciará la persecución totalitaria. Se viene la hegemonía de la matrix progresista y la secesión ideológica del sur. Es absurdo pensar que a la hegemonía izquierdista se debe oponer el clásico gatopardismo limeño. No se puede negociar con un tigre cuando tu cabeza se encuentra apretada entre sus fauces.

 

Martin Santivañez
11 de julio del 2019

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