Jorge Valenzuela

Augusto Higa existe

Augusto Higa existe
Jorge Valenzuela
17 de septiembre del 2014

Un escritor cuyo lugar en la narrativa peruana es cada vez más importante

La obra cuentística de Augusto Higa (Lima, 1946) evidencia, junto a la de Roberto Reyes y Omar Ames, la importancia que en los años setenta tuvo, en la narrativa peruana, el universo de lo experiencial y el empleo de la coloquialidad (es decir, aquello propio de la conversación oral y cotidiana) para dar cuenta de lo vivido casi de forma instantánea. Era importante, entonces, como decía Antonio Skármeta, entender, por un lado, a la literatura como un concentrado de experiencia, es decir, como la vida misma  y, por otro, observar la forma en que los nuevos jóvenes escritores dialogaban con los sistemas de comunicación de los medios masivos y con los productos de la cultura de masas.

En efecto, la coloquialidad era asumida sin escrúpulos a partir del reconocimiento de una cultura juvenil que apelaba a la canción popular (el bolero, la huaracha), al influjo de la imagen (los iconos cinematográficos de la época) y al deporte (sobre todo al balompié) en tanto manifestaciones masivas. Lejos, pues, de estos jóvenes escritores, las representaciones metafóricas de la realidad o la implementación de vastas alegorías de las sociedades latinoamericanas. Lo suyo, entonces, tomó la forma del testimonio de una experiencia colectiva que podíamos advertir en las esquinas de los jirones de una Lima degradada, en los salones de billar (en donde se definían los prestigios sociales) o en una mesa plagada de cervezas que se iban consumiendo mientras en una rockola se podía escuchar la voz melodiosa de Benny Moré.

El primer libro de cuentos de Higa, Que te coma el tigre (1977) exuda ese sudor de época caracterizado por el protagonismo de los jóvenes de clase media y baja a partir de un lenguaje que apela a los referentes de lo popular a través del empleo de giros callejeros y la reinvención libre del lenguaje cuyo mayor mérito es forjar una expresión propia e intransferible. No nos encontramos en este primer libro de Higa ante el manejo plano o al simple registro de la jerga sino frente a una experiencia que apela a la imaginación lingüística en el propósito de representar una sensibilidad juvenil y popular fundiendo, reelaborando y hasta inventando palabras. Puro lenguaje poético afectado por una temática en la que el amor y la traición terminan siendo los protagonistas de las historias.

Los cuentos de su segundo libro, La casa de Albaceleste (1987), insisten en el universo de los jóvenes como en “Garrotillo”, pero en su mayoría exploran el universo de los que, ahora, viven su primera juventud y se encuentran en la treintena. Estos cuentos testimonian los efectos de una crisis económica que los ha llevado a la destrucción de sí mismos y de sus familias hasta llegar a los inicios de los años ochenta como es visible en el cuento “Clase media” o en “Artista del hambre”, historias de una degradación inevitable. A partir del uso de  narradores ajenos al mundo representado, se buscaba establecer una distancia con el referente lo cual los obliga a emplear un lenguaje estándar.

Las historias de su tercer libro Okinawa existe (2013) nos permitieron entender mejor las posibilidades narrativas de un escritor que, por lo menos en el género corto, exploraba, por primera vez, en un universo que le era propio: el japonés. El proyecto narrativo de Higa, entonces, se hizo más complejo. Violentas y tristes a la vez, las historias de los descendientes de japoneses en el Perú nos vinculan con destinos marcados a fuego por la nostalgia, la locura y el maltrato. Este libro nos permitió entender que Higa, como narrador, podía apelar a su faceta de escritor, cuyo componente oriental, también podía generar historias de gran complejidad cultural y revelar las contradicciones de los descendientes japoneses en sus intentos de integrarse a una cultura como la peruana.

Escritos a lo largo de cuarenta años, estos cuentos nos revelan a un escritor singular cuyo lugar en la narrativa peruana es cada vez más importante. Su experiencia como escritor nos muestra que el sujeto es una suma de subjetividades que demandan un espacio para el diálogo, ese diálogo que la obra de Higa ha abierto definitivamente entre nosotros y la cultura japonesa.

Por Jorge Valenzuela

(17 Set 2014)

Jorge Valenzuela
17 de septiembre del 2014

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