Hugo Neira

Arbitristas (I)

Aquellas personas que remitían los arbitrios al rey de España

Arbitristas (I)
Hugo Neira
02 de septiembre del 2024


Pensadores siempre tuvimos, desde antes de la Independencia. Pero hay que situarlos, recordar cómo y de qué manera la conciencia americana se abrió camino entre místicos, retóricos y dialécticos latinistas formados en Alcalá y en Salamanca, algunos que podían disertar sobre lo terrestre y lo divino, o preparar con la misma facilidad un auto sacramental, un comentario cardenalicio sobre un pasaje de Santo Tomás, y hasta manuales para sacramentos que entendieran los indígenas. Todo salvo cuestionar al que gobernaba el mundo hispano desde una Silla. Ni a los Austria españoles. (...)

Visto desde nuestro punto de vista pragmático (por desgracia), el barroco —ese esplendor de la expresión de un mundo— no era sino una manera de involucrarse sin que se notara demasiado, aunque el maestro de esas artes del disimulo, Baltasar Gracián, pensaba que siempre era bueno tener «buenos repentes». Los que sí tenían buenos «repentes» eran los arbitristas. Llámase así en el tenebroso mundo cortesano de los Habsburgo, a los que remitían arbitrios al rey o a sus consejeros «y hallar soluciones a corto, medio o largo plazo para acabar con dificultades hacendísticas o económicas y sus implicaciones políticas y sociales». Es la definición de la profesora Anne Dubet (L'arbitrisme: un concept d'historien?, 2000). Los arbitristas españoles le han interesado al profesor Pierre Vilar, hispanista francés, que estudió magistralmente los discursos mismos. Señaló, por los años 70, la estructura binaria de ese razonamiento, los «daños» y los posibles «remedios», y también, en el mejor de los casos, una estructura ternaria, a saber, daños, falsos remedios de los demás, y los verdaderos, obviamente, los que proponía el arbitrista. La solución es por lo general, recurrente, dice Vilar, a saber, «aumento de los gastos fiscales, uso de rentas reales enajenadas (juros perpetuos) o empeñadas (juros al quitar), evitar las sacas de oro y plata (sangría de dinero)». Abundaban las recetas para luchar contra la despoblación y contrarrestar la inflación del vellón. Ante los arbitristas ha predominado una visión más bien despectiva. No es el caso de Pierre Vilar, pero sí de muchos historiadores españoles y franceses. Se les involucra en la tradición satírica, se les toma por locos o extravagantes. Gente que con sus propuestas ponían al poder ante una situación sin salida, enriquecer al rey a la vez disminuyendo las cargas fiscales, etc. Pero luego vino la edad de la rehabilitación (Manuel La Fuente Veras, 2005). A mitad del siglo XX. Es decir, el citado Vilar, luego Earl J. Hamilton, John H. Elliott, José Luis Abellán. Como se sabrá, últimamente se les reedita. Interesan porque, para decirlo escuetamente, tanteaban una nueva concepción de la sociedad, buscando lo novedoso, y aparecen entonces como una suerte de preteóricos de los negocios, como pre economistas.

En fin, lo que ha llevado a los historiadores tanto de la cultura como de las ideas económicas a una suerte de rehabilitación de los arbitristas, a la que se suma este ensayo, son dos aspectos que nos permiten relacionarlos con sus sucesores, gente de la intelligentsia descontenta y con intelectuales de nuestro tiempo. Ellas son las que a continuación se expresan.

En primer lugar, molestaban al orden administrativo. Los arbitristas acudían a los avisos ante esa casa de enredos que era la administración de los Austria, y para decir las cosas sencillamente, con ideas, con iniciativas particulares. La segunda razón es que fue un movimiento de larga duración, y de diversas interpretaciones. En los arbitrios se puede leer el anuncio de un pensar económico, no muy lejos del actual, y desde ese ángulo su aporte es valioso. No entendieron, claro está, la raíz del problema (el problema nada menos que de la decadencia española) porque reflexionaron, escribieron y sintieron un siglo antes que Las causas de la riqueza de las naciones, 1776, Adam Smith. En consecuencia, careciendo de la episteme adecuada, carecieron del sistema de salvataje apropiado. Pero la tercera razón es que errados o ciegos ante una realidad antes de la invención de la economía moderna, sí fueron actores. Y en ese punto, precursores o desatinados, no se les puede separar de una historia de las ideas que conduce por extraviados caminos, hacia la intelligentsia del siglo XIX y del XX y a los intelectuales de hoy. No son todavía los intelectuales, pero sí son una suerte de intromisión de la sociedad civil en los asuntos del reino. Era mucho.

El arbitrista fue sujeto a parodia. «Yo señores soy arbitrista, y he dado a Su Majestad en diferentes tiempos muchos y diferentes arbitrios, todos en provecho suyo y sin daño del reino; y ahora tengo hecho un memorial donde la súplica me señale persona con quien comunique un nuevo arbitrio que tengo, tal que ha de ser la total restauración de sus empeños (...) Has de pedir a las cortes que todos los vasallos de Su Majestad, desde edad de catorce hasta sesenta años, sean obligados a ayunar una vez en el mes a pan yagua, y eso ha de ser el día que se escogiera y señalare, y todo el gasto que en otros condominios de fruta, carne y pescado, vino, huevos y legumbres que han de gastar aquel día se reduzca a dinero, y se dé a Su Majestad, sin defraudarle un ardite so cargo de juramento... Y esto antes será provecho que daño a los ayunantes, porque con el ayuno agradarían al cielo y servirían a su rey... Este es el arbitrio limpio de polvo y paja, y podríase coger por parroquias, sin costa de comisarios, que destruyen la república.» Nada menos que Miguel de Cervantes en su Coloquio de los perros. A los arbitristas no los querían. Fernández de Navarrete habla de las «perjudiciales quimeras de los arbitristas». Otros difamaron de la «sofistería de los arbitristas». Quevedo les cambia de nombre, «barbitristas», y escribe que «el Anticristo ha de ser arbitrista». Cervantes, en El Quijote, se burla, los ridiculiza. Cuando el cura y el barbero deciden examinar la salud de Alonso Quijano le informan del peligro que corre la cristiandad ante el ataque turco. A lo que Don Quijote responde con un arbitrio dirigido al rey. Con lo cual concluyen que sigue el hidalgo tan loco como antes. ¿Por qué se les ha rehabilitado? No era que brillara la sensatez entre los Austria, y mientras «el propio Rey Felipe IV se rodeaba de astrólogos y profetas y acababa entregado al consejo de una monja de Ágreda», hubo escritores que se enfrentaron decididamente con el problema de España. Además, llevaban muchas veces la razón. Quienes hoy los levantan del sarcasmo y del olvido son los que hallan, en sus escritos, críticas fundadas al mercantilismo. [Continúa la próxima quincena]

 

Viene de: Neira, H., Las Independencias, Fondo Editorial de la Universidad IGDLV, Lima 2010, pp. 155-160.

Hugo Neira
02 de septiembre del 2024

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