Darío Enríquez

Amnesia colectiva, historia y desastres naturales

Nos hemos forjado bajo los embates de una naturaleza hostil

Amnesia colectiva, historia y desastres naturales
Darío Enríquez
21 de marzo del 2023


Nuevamente somos testigos de cómo la naturaleza golpea esta parte del planeta. La visión idílica de una naturaleza generosa, benéfica y primorosa contrasta con las escenas de destrucción y desolación que se transmiten en medios de comunicación, tanto los convencionales como los alternativos y las redes sociales. Tampoco ha faltado la absurda falsificación de quienes, desde sus móviles, transmiten videos de otros espacios y otros tiempos, pretendiendo que son “primicias” sobre el ciclón y El Niño tardío.

La novedad para los superficiales de ayer, de hoy y de siempre, es que han descubierto que no solo los “pobladores” invaden, ocupan y construyen sobre terrenos en riesgo; también lo hace la “lítel pípol”, la gentita “decente” como la llama esa marinera que evoca la epidemia de gripe en Chepén. A propósito, esa epidemia llegó a Chepén y al resto del occidente peruano (aunque le llamen “norte”) coincidiendo con una de las tantas travesuras de El Niño, a fines de la segunda década del siglo XX.

¿Por qué se insiste en ocupar tales terrenos no aptos para construcción? Es de nunca acabar. Confluyen aquí dos factores: la impunidad para los invasores de terrenos y la inacción de autoridades, en labores tanto de prevención como de habilitación urbana. Gran parte de la destrucción provocada por quebradas secas que se activan como “camino” de huaycos y por ríos desbordados, pudo ser evitada con arborización, elementos de contención y cauces artificiales debidamente canalizados. La entidad estatal creada para tal efecto luego de la catástrofe del 2017 ha sido un completo fracaso. Una vez más, la corrupción campante, la política sin escrúpulos y la burocracia salvaje muestran su enorme poder aniquilador de todo bienestar y esperanza.

Veamos algo de historia. El descubrimiento de Caral y estudios más profundos sobre la historia de las antiguas culturas en Sudamérica nos hablan de nuestras costas como una cuna civilizatoria, muy cerca del horizonte temporal que marcaron Mesopotamia, India y China. Ya se resolvió el enigma. La civilización en nuestra América nace en la costa sudamericana y luego se esparce hacia el norte, las montañas andinas, el Altiplano y la Amazonía. No solo eso, sino que en sucesivas ocasiones, muchas de esas culturas costeñas desaparecieron casi sin dejar rastro.

Ya estamos en condiciones de afirmar que tales desapariciones se derivaron de catástrofes naturales. No solo por efecto de movimientos telúricos. A los terremotos se agrega períodos de inundaciones, lluvias, pestes y sequías. Tan devastadores fenómenos naturales habrían llevado a los sobrevivientes a buscar refugio en las montañas andinas. Sin duda, la cultura Chavín surge de estos desplazamientos poblacionales. Por eso es plausible la nueva teoría de que los aymaras surgieron en verdad sobre las costas de Chincha (100 km al sureste de Lima) y fueron desplazándose hacia los Andes hasta llegar finalmente al Altiplano.

En esas épocas, cuando las catástrofes naturales golpeaban ciertos asentamientos humanos, los borraban de la faz de la Tierra. Tal vez con muy pocos o ningún sobreviviente. Empero, no se encuentran aún evidencias de que se haya generado un aprendizaje social. El surgimiento de nuevas culturas en los mismos lugares que antes fueran abandonados por otras, correspondían con seguridad a nuevos grupos humanos que no conocían la historia pasada y por lo tanto, estaban condenados a sufrir lo mismo. Más temprano que tarde, volverían a vivir destrucción, caos y devastación por parte de una naturaleza inclemente. Sin ayuda posible por parte de localidades vecinas. Sin tecnología que permitiese acciones eficaces de prevención y mitigación. Sin víveres de emergencia. Extinción de la cultura, reagrupamiento de los pocos sobrevivientes, búsqueda de nuevos territorios propicios y recomenzar casi de cero.

En el siglo XXI contamos con todo lo necesario y más para enfrentar con éxito estas vicisitudes. Pero no lo hacemos. No aprendemos. Una suerte de amnesia colectiva acompaña nuestra peores decisiones. Levantamos viviendas precarias en espacios de alto riesgo y creemos que a nosotros no nos va a pasar nada. Seguimos alimentando una espiral de cultura irresponsable, poco previsora y abandonada a su suerte. Debemos propiciar un profundo cambio cultural para que no vivamos nuevamente situaciones tan penosas como las de estas últimas semanas.

Ni corrupción ni política sin escrúpulos ni burocracia salvaje deben seguir haciendo de las suyas. Llama la atención que quienes se mostraban muy “solidarios” alojando en locales estatales y alimentando a quienes vinieron a Lima con el propósito político de protestar y generar caos, hoy no se manifiestan ni mínimamente solidarios con los damnificados de huaycos e inundaciones. Ya sabemos de qué están hechos. A todos ellos y a quienes desvían la atención respecto de los verdaderos responsables de la inacción de los últimos cinco años, para ellos, dedicamos indignados esta frase tan peruana: “No jodan, carajo”.

Darío Enríquez
21 de marzo del 2023

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