Darío Enríquez

¿Acaso la pandemia llega a su fin?

Políticos desearían que continúe

¿Acaso la pandemia llega a su fin?
Darío Enríquez
12 de enero del 2022


Estamos viviendo posiblemente la última etapa de esta crisis sanitaria a nivel planetario. Tal parece que el ciclo natural de la pandemia se orienta hacia su finalización, aunque quedará como una infección común que debamos sobrellevar y mantener bajo relativo control, como hacemos con otras endémicas. La llamada “nueva normalidad” provocará cambios fundamentales en nuestro cotidiano, muchos de ellos inimaginables hace muy poco tiempo.

Como ya lo habíamos señalado en entregas anteriores, es la primera vez que el ser humano despliega la pretensión de controlar una pandemia. Se ha tenido relativo éxito en mantener los guarismos de mortalidad muy por debajo de cualquier otra pandemia en nuestra historia, aunque la OMS haya eliminado la morbilidad y la mortalidad en la definición de pandemia. Algunos expertos incluso han renunciado a una definición científica de la pandemia, y más bien apuestan por una decisión política para declararla, sobre la base de una asimilación difusa de datos médicos. La imprevisibilidad de ciertas características del virus SARS-CoV-2 (que produce la Covid-19) en referencia a las definiciones “técnicas” de pandemia, han obligado a relativizar partes de esa definición. Del mismo modo, la definición de vacuna se ha modificado en medio de la pandemia, para reemplazar “inmunización” por “protección”.

Podemos entender estos cambios en las definiciones de pandemia y de vacuna, por el contexto de emergencia sanitaria; lo que resulta muy difícil de aceptar es que no se haya divulgado convenientemente, lo que ha generado perjuicios significativos a los ciudadanos que han sufrido esto que podemos calificar de grosera y artera manipulación mediática: una mezcla de medias verdades, ocultamientos y hasta mentiras abiertas por parte de las autoridades de aquí y de allá. Se ha alimentado, al mismo tiempo, un ambiente propicio a todo tipo de teorías conspirativas, unas más disparatadas que otras.

Cuando dentro de algunos años se estudie lo que hemos vivido en esta pandemia, habrá un lugar especial a la infame manipulación respecto de los “no vacunados”. Se han hecho muchísimos estudios para establecer si hay diferencias o no entre vacunados y no vacunados, tanto en contagio como en propagación y en hospitalización e ingreso a UCI. En contagio y propagación no hay resultados concluyentes, de modo que vacunados y no vacunados parecen tener la misma tendencia a contagiarse; en la misma línea, tampoco hay diferencia en la propagación por vacunados y no vacunados. Por eso encontramos altísimos índices de contagio y propagación tanto en países con alto nivel de vacunación como en países con bajo índice de vacunación. Por eso las nuevas variantes, como delta y ómicron, se han diseminado por el mundo con una rapidez impresionante, siendo que solo los vacunados podían viajar y, por lo tanto, fueron ellos quienes las propagaron. Discriminar a los no vacunados es entonces absurdo e irracional.

La vacunación obligatoria tampoco tiene mayor sentido. Si las autoridades piensan que las vacunas son recomendables, deben hacer campañas para convencer a los no vacunados. Poner a unos contra otros precariza la vida social y, al mismo tiempo, otorga sólidos réditos a políticos sin escrúpulos, especímenes que pululan por todo el planeta, lo que verificamos con enorme tristeza e indignación. Recordamos a propósito unas frases futuristas del gran Jorge Luis Borges, respecto de los políticos:

-¿Qué sucedió con los gobiernos? -Según la tradición, fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos (J.L.Borges, 1975, Utopía de un hombre que está cansado).

Por otro lado, sí se ha encontrado diferencias significativas entre vacunados y no vacunados en lo que refiere a hospitalización e ingreso a UCI. Aunque es cierto a nivel general, hay algunas cifras puntuales que –sin afectar la conclusión global– muestran una figura inversa, como en algunos hospitales regionales donde el 80% de pacientes de Covid en UCI habían recibido previamente hasta dos dosis de vacunas. Estos y otros elementos nos dan una pista de que vale la pena abundar sobre otros factores que afectarían (positivamente) los niveles de hospitalización e ingreso a UCI. Es un hecho incuestionable que tanto la mortalidad como los cuadros graves se han reducido notoria y significativamente de un año a otro. 

Habría un efecto combinado de diversos factores para explicar que, a pesar del notable incremento de contagios en el mundo, no se repite el escenario dramático que vivimos hace 12 meses. Mencionemos estos factores sin un orden preestablecido: 1) Inyecciones anti-Covid (vacunas, según la nueva definición), que tienen una eficacia relativa aunque bastante corta en tiempo (3-4 meses antes de requerir renovación –no es refuerzo– ante caducidad de dosis); 2) Aprendizaje en el tratamiento temprano y difusión de test eficaces de detección. Durante el primer año, y en especial los primeros seis meses, nadie sabía cómo tratar con eficacia la enfermedad en su fase inicial e incluso había mucho falso diagnóstico negativo mientras infección avanzaba; 3) Ciclo natural de toda pandemia: se hace más virulenta pero menos peligrosa, cayendo la mortalidad; 4) Cuidados personales relativamente bien llevados, sobre todo por la población vulnerable; 5) Efecto rebaño, que a los peruanos nos ha costado más de 200,000 decesos, la tasa de mortalidad más elevada en el planeta.

No sabemos a ciencia cierta cuál es la importancia relativa de cada factor, pero de hecho son los más importantes. Su efecto combinado tiene por resultado que la mortalidad sea muy baja y nos dice que tal vez estemos llegando al final de esta pandemia. Sin embargo, sus consecuencias a nivel económico, social y cultural –en especial por decisiones e intereses subalternos de políticos en el poder que no se han mostrado a la altura de las circunstancias– han sido devastadoras para nuestras sociedades. Y sus secuelas tardarán un tiempo largo en ser superadas. En un reciente artículo, el profesor Jordan B. Peterson, alerta sobre ello:

La cura se ha vuelto peor que la enfermedad […] estamos decidiendo vivir en el miedo y volvernos cada vez más autoritarios en respuesta a ese miedo […] ¡Es suficiente! ¡Basta de socavar la confianza social! […] ¡Reabran el país, antes que destruyamos algo que no podamos arreglar! ¡Es hora de tener coraje! ¡Vivamos de nuevo! (J.B. Peterson, 2022, Open the damn country back up, before Canadians wreck something we can’t fix, National Post)

Darío Enríquez
12 de enero del 2022

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