LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Radiografía del empresariado
Sobre el rol de la clase dirigente en la consolidación de las democracias
Uno de los aciertos del barbado Marx es haber identificado a la democracia con la burguesía, más allá de que la llamase “democracia burguesa” y que a las nuevas clases emergentes contra la aristocracia las motejara de “clases dominantes”. Lo cierto es que la democracia y la libertad de Occidente y de las sociedades abiertas en general no pueden explicarse sin la emergencia de la burguesía.
La democracia es hija legítima de la burguesía y ésta solo puede prosperar en el mercado. Si hay alguna duda, ¿qué democracia existe con una clase empresarial en retirada? No hay, por más que escarbemos debajo de la alfombra ideológica. ¿A qué vienen estas disquisiciones? Hoy empieza la 52 versión de la CADE y es evidente que nuestra clase empresarial, desde algún tiempo atrás, ha decidido abordar los grandes temas que afligen al país. También es evidente que en ella se empieza a notar un claro compromiso con la responsabilidad social, pero no es suficiente, porque todavía no se ha convertido en clase dirigente.
¿Qué es una clase dirigente? En términos sencillos es la columna vertebral de la hegemonía ideológica de una sociedad abierta. Sobre esa columna se construyen las instituciones que crean los consensos sociales y, sobre ellos, surgen los sistemas de partidos. Occidente no se explicaría sin su clase dirigente.
En el Perú, las reformas económicas de las últimas décadas han permitido la emergencia de un nuevo empresariado alejado de las prácticas mercantilistas que, inclusive, comienza a expandirse fuera del país. Por primera vez, se puede afirmar que el sector privado es la mayoría de la sociedad y la economía, pero con algo extraordinario: la democratización de la propiedad a niveles impensados. En el Perú no se puede hablar de empresas sino de millones de empresas populares, no se puede hablar de mercado sino de centenares de mercados populares.
Pues bien, esa poderosa y pujante clase empresarial todavía no es clase dirigente. De allí que, no obstante el crecimiento y la reducción de la pobreza, la democracia peruana siempre contempla el vacío en cada elección. De allí que el empresario se convierta en el villano cuando en Occidente es el héroe, el salvador.
Si quisiéramos desarrollar un análisis reduccionista del fracaso de la democracia desde la Independencia, sin temor a equivocarnos, se podría afirmar que se explica por la ausencia de una burguesía nacional. Desde la Colonia, el rey español, a diferencia del monarca inglés, siempre fue reticente al desarrollo del sector privado. Casi todo era estatal.
La República nos encontró con el sistema colonial en descomposición, mientras los caudillos militares se repartían el país. Luego surgió una sociedad oligárquica que, si bien reposaba sobre un poderoso sector privado, éste se concentraba en pocas familias y sobre la base de la exclusión de inmensas masas andinas. Después el velascato quebró el espinazo oligárquico y la sociedad entró a una larga noche estatista. No hubo propietarios y el 60% del país cayó debajo de la línea de pobreza.
Las audaces reformas económicas de los noventa posibilitaron el impresionante crecimiento de las últimas décadas, surgió un inmenso y poderoso sector privado, pero la democracia continuó siendo el cervatillo tembloroso ante el outsider, ante el aventurero que se aparece en la votación. Solemos aseverar que así sucede en una democracia sin partidos, pero, a estas alturas, ya es hora de precisar las cosas: así también sucede en las democracias sin clases dirigentes. En todo caso, la CADE tiene la palabra.
Por Víctor Andrés Ponce
(12 - nov - 2014)
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