LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
“Las ultraderechas” del progresismo
Las corrientes colectivistas y progresistas pretenden ser el “centro político”
De un tiempo a esta parte las corrientes comunistas, neomarxistas, colectivistas y progresistas de diversa naturaleza, han pasado a ser el “centro político” frente a la emergencia de una “ultraderecha de la Guerra Fría” que, gusta de resucitar el “fantasma del comunismo” y que “se desplomó con el muro de Berlín”.
Semejante fábula o narrativa sobre los nuevos alineamientos pos Guerra Fría la acabamos de ver en los calificativos de “ultraderechistas” contra Jair Bolsonaro. También la vimos en la estrategia de los extremistas chilenos que propusieron una constitución soviética y posmoderna que fue rechazada por la abrumadora mayoría de mapochos. En el sur, el concepto de ultraderecha se combinaba con el de “pinochetista” y “fascista”.
El mismo relato escuchamos en Colombia cuando el uribismo se transformó en la “ultraderecha fascista”. Aquí en el Perú el concepto de ultraderecha sirve para calificar a los adversarios de la constituyente. Guido Bellido, Vladimir Cerrón y todas las corrientes progresistas, utilizan el término. Sin embargo, vale señalar que la estrategia de poner al centro al colectivismo y a los defensores del sistema republicano y el mercado en el extremo derecho, ha sido eficiente: allí están los sucesivos triunfos de la izquierda en la región.
¿Cómo ha sido posible que avance esta narrativa? Los neomarxismos, las corrientes posmodernas y todas las variantes del progresismo, en principio, no suelen atacar el capitalismo y la economía de mercado. No hay muchos argumentos conceptuales para hacerlo. Con ese solo paso atrás leninista, estos sectores “se desplazan hacia el centro” y una ignorancia de las derechas hispanoamericanas y de los medios tradicionales consolida la nueva estrategia antirrepublicana en la región.
En la medida en que no atacan directamente al capitalismo ni al sistema representativo comienzan una guerra cultural para erosionar y deconstruir todas las instituciones sin las cuales no se explican la democracia representativa ni el capitalismo. Bajo la envoltura de la defensa de los derechos de las minorías sexuales se produce una embestida brutal contra la institución de la familia, se demoniza a las empresas, se difunden fábulas sobre la defensa del medio ambiente y se derrumba la autoridad del Estado con otros relatos sobre los Derechos Humanos.
La ignorancia de la derecha latinoamericana lleva a creer que los nuevos sectores que enfilan contra todas las instituciones –que crearon la democracia representativa y el capitalismo en Occidente– en nombre de “una radicalización abstracta de la libertad individual”, que nunca ha existido ni existirá, están ubicados en el centro. Incluso algunos gerentes y capitalistas prefieren ese centro antes que “la ultraderecha”.
Felizmente, el experimento chileno ha desvelado la realidad: los sectores neomarxistas y posmodernos, que no atacaban el capitalismo en un inicio, pretendieron redactar una actualización posmoderna del régimen soviético.
Por otro lado, la destrucción de las instituciones tradicionales que siempre han controlado el poder despótico del Estado (familia, propiedad privada, mercados, empresas, partidos, asociaciones), de una u otra manera, de aquí para allá, están creando las condiciones para el advenimiento de un totalitarismo nunca imaginado. Por alguna razón Federico Engels, amigo de Marx y fundador de la tradición colectivista, escribió El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un texto en el que propone erradicar la familia nuclear, como institución, como paso previo para eliminar la propiedad privada y proceder a colectivizar los medios de producción.
Para culminar vale una pregunta: ¿Existirían la propiedad privada y los mercados sin la institución de la familia? Imposible. ¿No?
COMENTARIOS