LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El día y la noche de CADE
Las zonas oscuras que nos atan al subdesarrollo y qué hacer para desmontarlas
La versión 52 de la CADE sigue convocando los más diversos balances. Algunos desbordan optimismo señalando que, no obstante la desaceleración de la economía, nuestra sociedad ha avanzado tanto en crecimiento, reducción de pobreza, y desigualdad, que el desarrollo está a la vuelta de la esquina.
El eslogan “Hagamos del Perú un país del primer mundo” tiene un enorme contenido simbólico en el sentido de arengar a las tendencias progresivas de la sociedad, pero esconde las distancias siderales que nos falta recorrer para alcanzar el desarrollo. Un país con 23% de pobreza, con más de la mitad de su economía en la informalidad y con un déficit de infraestructura que desnuda las debilidades del crecimiento, desvela regiones oscuras que lo vinculan directamente al subdesarrollo. Hasta parece ocioso repetir todos los rankings mundiales en los que el Perú aparece en la cola para subrayar las falencias.
¿Por qué la CADE no tomó el rábano por las hojas y abordó el tema de la informalidad? Sobre todo ahora que algunos comienzan a hablar de asuntos de “idiosincrasia”, “temas culturales” y otros, para explicar porqué solo uno de cada cuatro trabajadores tiene protección de la ley. Hace una década todos creíamos que había que reformar la ley para incluir, para acabar con la informalidad. El empresario informal era un héroe porque era la principal muralla de contención contra el terrorismo. Hoy parece convertirse en un villano y en el origen de todas las lacras. ¿Hacia dónde va un país con semejantes reflexiones?
Quizá es menester señalar que nuestro modelo social con democracia, mercado, crecimiento e informalidad ha llegado a una situación límite en la que la desaceleración económica es solo la punta de un enorme iceberg. Si no hay reacciones dramáticas la involución es segura.
Es evidente que hemos avanzado como nunca en nuestra historia, no solo en reducción de pobreza sino en democracia y ciudadanía. En la historia del Perú no hay nada comparado a este momento. Sin embargo, también estamos en la circunstancia crucial de todas las sociedades que caen en la trampa de los ingresos medios: o saltamos hacia el desarrollo o, como el cangrejo, retrocedemos por la ruta espinosa del estatismo.
¿Cuántas sociedades de ingresos medios estuvieron a punto de cruzar la línea que los llevaría al desarrollo, pero luego se desbarrancaron? ¿Alguien no se acuerda de Argentina y Venezuela?
En el Perú han fracasado la política, el Estado y el espacio público. Han triunfado el mercado, la inversión privada y los mercados populares. Pero la mala política ha envenenado a los mercados y el Estado se ha convertido en la peor rémora de la sociedad. Desde la trinchera libertaria suena paradójico sostener que el fracaso es posible porque no hay Estado. Los yerros de nuestro Leviatán en proveer justicia, salud, educación; la locura de sobrerregular los mercados y la incapacidad de construir la infraestructura física necesaria para sostener el crecimiento y acrecentar la diversificación de la economía nos pone a mirar el precipicio.
¿Alarmismo? No. En democracia aminorar el ritmo de reducción de pobreza y la expansión del bienestar desata el pesimismo. Y los muertos vivientes del estatismo y el populismo, pese las tragedias de Argentina y Venezuela, siguen rondando por allí. En otras palabras, las cosas en el Perú dan para el día y la noche. Por eso, solo nos queda reformar y reformar para crecer y para mantener las libertades flameando en el país.
Por Víctor Andrés Ponce
(19 - nov - 2014)
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