LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El año que se va
Los riesgos de subordinar la política y la economía a las campañas electorales
El año termina con un gobierno sitiado por denuncias de corrupción, con las reformas para enfrentar la desaceleración bloqueadas, con una oposición a la ofensiva, pero todos estos hechos enmarcados por una intensa campaña electoral que rompió fuegos con el gambito de Alan García en contra de la ley del empleo juvenil. Es decir, la subordinación de la política y la economía a las estrategias de campaña electoral.
Quizá lo más grave de las nuevas coyunturas que se avecinan es la imposibilidad de encontrar espacios para implementar reformas que permitan enfrentar el frenazo. Una de las características de las sociedades desarrolladas es que los cronogramas democráticos de ninguna manera paralizan las reformas urgentes. Hay consensos y acuerdos que todos respetan.
Hasta antes de la ofensiva contra ley del empleo juvenil, no obstante que no había pactos explícitos, todo parecía indicar que los principales líderes políticos de la oposición participaban de acuerdos implícitos con respecto a la necesidad de profundizar las reformas de mercado. Alan García, Keiko Fujimori y PPK se convirtieron en los jefes políticos que mantuvieron a raya los guiños autoritarios y estatistas del régimen. Había, pues, un pacto implícito del cual se había autoexcluido la izquierda más tradicional.
Claro que también existe otra aproximación que nos señala que “la política tiene sus reglas y las campañas electorales también”. Finalmente, García ha sido el “flexibilizador” más audaz del régimen laboral, PPK es un claro alfil de la derecha y nadie puede sospechar que Keiko sufra de algún tipo de miopía estatista. También se puede aseverar que existe una especie de ley o regularidad de la democracia post fujimorista: todas las campañas se hacen por la izquierda, pero todos los gobiernos se ejercen con la mano derecha. Esto es verdad, pero allí está quizá la madre de todas las crisis del Perú.
Contemporizar con semejantes razonamientos nos lleva a aceptar que, de una u otra manera, estamos condenados a tener una economía por un lado y una política por el otro. Quienes apuestan a que la continuidad democrática y la alternancia continúen en el país no pueden resignarse esa realidad. De una u otra manera, la mala política y la buena economía explican el Perú de hoy: crisis política endémica y frenazo económico.
Vale anotar que el Perú llegó a la economía de mercado por descarte. Los partidos defendieron el viejo modelo y un régimen autoritario hizo reformas liberales audaces. Con el regreso de la democracia y las campañas electorales por la izquierda que antecedían a gobiernos derechistas, se fue configurando una cultura y política anti mercado que explica, por ejemplo, que ahora el Perú sea una de las economías más abiertas de América Latina, pero también una de las más sobre reguladas.
De allí que todos los ministros de Economía de la democracia post fujimorista, alabados en el mundo entero por sus perfiles técnicos, se hayan convertido en los Luciferes a exorcizar por los políticos en acción. De allí que no obstante el milagro económico peruano y la reducción sustancial de la pobreza solo se explican por el impresionante crecimiento de la inversión privada, los muchachos que marcharon contra la ley del empleo juvenil gritaban desaforadamente contra los empresarios del país. De allí esa cultura anti empresarial que ha fermentado todos los autoritarismos de América Latina post Guerra Fría.
La historia es una musa esquiva que se resiste a avanzar linealmente. Es absolutamente impredecible. Y en el Perú parece más caprichosa que nunca. Luego de ver cómo los líderes políticos del país se amedrentan por una movilización de algunos miles de estudiantes, tal como lo hizo el sistema político chileno que hoy destruye ladrillo por ladrillo a la Suiza de América Latina, el 2014 para el Perú no solo termina con desaceleración, sino con gigantescos signos de interrogación.
Por Víctor Andrés Ponce
24 - dic - 2014
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