Viejas recetas equivocadas

La inseguridad ciudadana y sus posibles soluciones

La inseguridad que golpea a las sociedades contemporáneas tiene causas complejas que es necesario identificar con inteligencia y precisión. De lo contrario, y ante la presión ciudadana, el Gobierno acaba insistiendo infructuosamente en intentos simplistas que, lejos de brindar más seguridad, llevan a desperdiciar recursos mientras la inseguridad crece.

Algunos culparon por años a la pobreza como causa principal de la delincuencia. Esos mismos adjudican hoy responsabilidad a la riqueza, señal de que estaban errados y lo siguen estando. Siguiendo la misma lógica, acuñaron la frase “violencia estructural” intentando vanamente justificar el comportamiento sociopático.

Sin una investigación rigurosa, la misma corriente de “pensamiento” viene insistiendo en adjudicar responsabilidad a la supuesta “mayor proliferación de armas de fuego”, olvidando que las armas son objetos inanimados, incapaces de causar daño sin la intervención humana. Los ataques de extremistas musulmanes (con cuchillos de cocina) en Japón y la sangrienta reedición en Niza de la ya casi olvidada táctica setentera de la OLP (atacar usando un camión) confirman la esterilidad de tal razonamiento.

En el Perú en que crecí el acceso a las armas de fuego era mucho más sencillo que ahora. Antes de esta oleada criminal, el número de armas sobre el número total de habitantes era también mayor. Incluso en los Estados Unidos existían más armas por habitante, y eran de mucho más fácil acceso, antes de que aparecieran y se multiplicaran los casos de locos y extremistas atacando multitudes. Señales todas de la ausencia de causalidad entre el delito y la posesión legal de armas de fuego.

Otra respuesta común es ofrecer y promulgar normas penalizando más hechos con sanciones más elevadas, otra medida que tampoco ha dado resultado. Se pone también a menudo mucha esperanza en los supuestos efectos inmediatos de un rediseño de la estructura policial, como si la reducción inmediata del número de generales o una distinta distribución de efectivos fuese a dar un pronto resultado perceptible para el ciudadano en esta larga batalla que venía perdiendo. La imprescindible y esperada detección y pronta separación definitiva de malos elementos, tampoco será, por sí sola, solución suficiente.

La causa última está en las personas, tanto aquellas que delinquen, como las que conforman las instituciones encargadas de dar la batalla (Policía, Ministerio Público, Poder Judicial e INPE). El trabajo debe hacerse con ellas. En el mediano y largo plazo, es necesaria la educación en valores, en casa, en el colegio, en las escuelas de formación policial y militar, y en toda forma de educación superior. Ayudaría mucho que los medios de comunicación retomen el importante papel que tuvieron (y aBandonaron) en la difusión y fijación de valores.

Los delincuentes son personas con escasa o nula formación en valores, que se ven estimulados a continuar y escalar “profesionalmente” en el crimen por beneficios económicos, acompañados de otras motivaciones (a veces incluso políticas). Y lo seguirán haciendo si no encuentran desincentivo eficaz en la respuesta organizada del Estado.

Para que las leyes sean eficaces, necesitamos que los operadores de justicia actúen en forma coordinada. Quizá daría resultado pensar en alguien que dirija un equipo encargado de la reforma de los operadores de justicia que dependen del Poder Ejecutivo, y de su interacción entre sí y con el PJ y el MP. Sin el esclavizante día a día ministerial, con asiento y voz en el Consejo de Ministros y absoluto respaldo presidencial, podría empezar a gestarse la solución.

 

Dardo López-Dolz