María Isabel León

Una revolución al revés

Una revolución al revés
María Isabel León
04 de mayo del 2016

Desde la escuela, como primer eslabón, y hacia arriba

En los últimos años, el Perú se ha venido incrementando —notablemente y con el sacrificio de postergar el crecimiento de inversión en otros sectores— el presupuesto del portafolio de educación. En el 2011 se dispuso de cerca de 18,000 millones de soles y en el 2016 llegamos casi a 25,000 millones. Por muchos años hemos hecho lo posible y lo imposible, a través de distintas gestiones gubernamentales y ministeriales, por salir del hoyo negro en el que se encuentra sumida nuestra educación y lograr rescatar a nuestros niños y a nuestra población de un futuro cercenado de oportunidades por falta de conocimiento y preparación. Quien es hijo de pobre, casi siempre estará condenado a serlo también. Pero no es hora de seguir lamentándonos, sino de ponernos de pie.

Invertir en educación básica es una correcta decisión gubernamental que nadie debe cuestionar. Pero priorizar esta inversión destinando miles de millones de soles solo a infraestructura, equipamiento y materiales educativos, o a obligar a los docentes a cumplir normas y programas curriculares anquilosados y rígidos, entre otras decisiones, no ha funcionado. Al menos no de forma significativa y veraz, pues seguimos ocupando los últimos puestos en todas las evaluaciones estandarizadas a nivel internacional y también fallando en las evaluaciones “made in Perú”, en las pruebas ECE llevadas a cabo por el propio Ministerio de Educación.

No nos engañemos: nuestros niños no están aprendiendo lo que necesitan para su adecuada formación, y esto es más grave en la zona rural. Los aprendizajes no son eficaces, útiles ni pertinentes. Preparar “artificiosamente” a nuestros niños para que sean “evaluados” en segundo grado de primaria y demuestren “mejoras” en el rendimiento de una prueba estandarizada, no nos puede dar ninguna felicidad. Lo demuestra la prueba ECE 2015, aplicada por primera vez a los alumnos de segundo de secundaria y que desnuda la inconsistencia de nuestro sistema educativo y la poca eficacia que tenemos al transmitir y ofrecer a nuestros jóvenes una educación relevante para sus vidas. Que más del 90% de jóvenes de secundaria no razone matemáticamente y que casi 85% no entienda lo que lee nos da la foto precisa, cruda y cruel de esta dramática realidad, que seguramente será igual o peor en aquellos que están por terminar la secundaria.

Entonces, la pregunta fluye espontánea: ¿qué debemos hacer? La mejora de la educación no se puede imponer por decreto o por ley; no ha funcionado y nunca funcionará. La educación está muy por encima de ello y está compuesta además por otros problemas multisectoriales (salud, nutrición, etc.). Tenemos diversos ejemplos mundiales: en Irlanda, según contó John Butron, ex primer ministro, la revolución que alcanzaron en la mejora de los aprendizajes de los niños, pasó por fortalecer las propias escuelas, que son el eslabón clave del proceso y donde convergen los verdaderos actores del sistema de educación: los alumnos (y su entorno familiar y social) y los docentes (como ejes centrales del proceso de transmisión de conocimiento y educación); pero con el plus adicional de empoderar a sus directores, dotándolos de todos los recursos para hacer suyo el liderazgo de “su” propio centro educativo. Fue lo único que funcionó, y los resultados saltan a la vista hoy.

En Finlandia, el sistema se organizó de tal forma que los niños, sin distinciones por su nivel de rendimiento o condición, eran agrupados para explorar el conocimiento en un marco de flexibilidad, con docentes estimulados que acompañaban a sus mismos grupos de niños por varios grados, sin cambios, sin tareas escolares para la casa, sin evaluaciones prematuras en los primeros años. Es decir, sin el “terror” de “ser desaprobados” académica o socialmente, sino más bien atraídos por el solo placer de aprender. ¡Y miren dónde están!

En Perú, tenemos también buenos ejemplos que comprueban, una y otra vez, que la clave del éxito radica fundamentalmente en el docente y en el acompañamiento y preparación que se le pueda dar. ¿Cómo es que en una escuela de Fe y Alegría ubicada en Jicamarca, por ejemplo, los niños alcanzan mejores resultados en las evaluaciones censales que sus pares vecinos? Es que comen diferente, duermen diferente, visten diferente? No, la respuesta radica en la diferencia de la gestión, el liderazgo y la decisión de la “cabeza” de la institución, esa que irradia el convencimiento y distribuye intensamente las fortalezas a sus docentes y a su equipo para trabajar con verdadera pasión. El presupuesto que ellos manejan no es mayor al de la escuela “del costado”, y sus docentes provienen de las mismas canteras del Estado, al igual que los demás, pero el resultado es totalmente diferente.

Ni que decir de programas como Escuela Exitosa, de IPAE, que trabajan en escuelas lejanas, principalmente en zonas alto andinas, gracias a la responsabilidad social de empresas ubicadas en el entorno regional. Allí se intervienen las escuelas y se evalúa a los alumnos para lograr una “línea de base” inicial y, luego de un año de trabajo de acompañamiento y fortalecimiento de los docentes y el director, y con el apoyo de las familias y la sociedad civil, los ratios de rendimiento de los niños se elevan a más del doble. ¿Por qué? ¿Qué cambió? ¿Cómo se produjo, si siguen siendo los mismos niños, con los mismos padres, en la misma escuela? Lo que cambió fue el compromiso del director, el acompañamiento que se le ofreció al docente y el paradigma de la forma de transmitir el conocimiento en el aula. En todos los ejemplos destacados, empoderar al director y acompañar al docente fueron la clave de éxito. ¿O no es cierto que lo importante para lograr una buena torta no es necesariamente el molde, las espátulas ni tan siquiera el horno, sino los ingredientes y la destreza del chef?

A las pruebas nos remitimos, y estas nos señalan —más claro que el agua— hacia donde debemos apuntar, ofreciéndonos la clave de acción. Hagámoslo e iniciemos una revolución, pero al “revés”: desde la escuela, como primer eslabón, hacia arriba. Porque si los gobiernos que vienen insisten en continuar con la misma política desenfocada —de desperdiciar recursos en los mismos rubros y en las mismas acciones, centralizando la gestión educativa en un ente estatal que dispone y ordena— no nos quedará más que seguir lamentándonos de los malos resultados y de la continuidad de una perversa desigualdad e inequidad en nuestra sociedad.

 

María Isabel León

Past President ASISTEPERU

 
María Isabel León
04 de mayo del 2016

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