¿Alguien habló de violencia?

El 80% de las víctimas de homicidio en el mundo son hombres y el 90% de quienes cometen esos delitos son hombres también, según reza un reciente estudio mundial sobre homicidios de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito (UNODC). En cambio, casi la mitad de las mujeres víctimas de asesinato y violencia son atacadas por personas de su entorno cercano o familiar.

Si bien la tasa de homicidios en el Perú es una de las más bajas en América Latina (7,2 homicidios por cada 100,000 habitantes, versus los 108,6 homicidios por cada cien mil habitantes ocurridos, por ejemplo, en El Salvador), ello no nos exime de la necesidad de tomar acciones para revertir la violencia en general, con todos sus matices.

En nuestro país la población penal está compuesta principalmente por hombres (en 2016, 71,569 hombres versus 4,574 mujeres), y el robo agravado es el delito de mayor relevancia, seguido del tráfico ilícito de drogas, la violación de menores, las violaciones sexuales, los homicidios calificados y demás. De hecho, en 2016 se registraron 4,140 procesados y sentenciados por homicidio calificado y simple (hombres y mujeres), en comparación con los 6,613 por violación de menores o los 3,979 casos de violación sexual. Es decir, en realidad es mayor el número de delitos de violencia y agresión sexual contra menores y adolescentes que contra mujeres.

La violencia familiar es otro cantar, porque no todas las víctimas aceptan hacer públicas sus denuncias. Sin embargo, y a pesar de ello, en 2016 hubo 73,413 denuncias ante la PNP por agresión física, versus las 67,000 del 2015. Los casos de “feminicidio” no han crecido en el comparativo estadístico de los últimos tres años, a pesar de la cobertura mediática de algunos casos tristemente emblemáticos, manteniéndose en un promedio de 100 al año, contabilizándose este número dentro de los 2,489 casos de procesados y condenados en el rubro de “homicidio calificado” general.

Si bien la Constitución del Perú consagra el derecho de todos los ciudadanos a la no violencia moral, psíquica, física, y a estar libre de sometimientos, torturas o tratos humillantes, esto parece no gozar de mucho respeto por parte de la población. Caron Gentry señaló sabiamente, en su libro Mothers, monsters, whores, que el elevado número de hombres cometiendo actos de violencia y homicidio en el mundo entero podría tener raíces sociales y culturales más que biológicas. Puso así en evidencia que esta situación podría ser reflejo de un patrón de crianza discriminador, que no permite la valoración y el respeto entre hombres y mujeres. Ese es justamente el eje central sobre el que es imperativo reflexionar.

Quienes condenamos la violencia en todas sus formas, extremos y colores, sobre todo contra la población más vulnerable e indefensa, entendemos que algo tenemos que hacer —y urgentemente— con respecto a la crianza y educación de nuestros niños, a fin de revertir esta realidad. Por ello, no solo debemos denunciar y luchar contra todo tipo de violencia física, incluso aquella psicológica y el bullying de la intolerancia a la opinión distinta a la diversidad.

Debemos educar a nuestros niños y a nuestras familias para vivir en entornos de tolerancia, donde las ideas, los sentimientos y las posiciones diversas puedan ser expuestas y no impuestas, admitidas con respeto y sin agresividad, de un lado o de otro, dando el ejemplo con valores y sensibilidad.

En consecuencia, la indignación no debe ser selectiva, debe ser frontal: no a la violencia, no a la incivilidad, venga de donde venga e involucre a quien involucre. #Noalaviolenciacontralamujer, #noalaviolenciacontralosniños, #niunamenos, #niunamas