Gustavo Rodríguez García

Somos lo que vemos

Somos lo que vemos
Gustavo Rodríguez García
23 de febrero del 2015

Los peligros de promover el control de contenidos en la televisión. 

En los últimos días se ha discutido mucho sobre los contenidos de nuestra televisión nacional –la cual, debo admitir, no veo- y la necesidad de “democratizar” los medios de comunicación. Como para seguir con la costumbre peruana de marchar y protestar por todo aquello que nos incomoda o que no se ajusta a nuestro parecer, incluso se habla de movilizaciones en contra de lo que es denominado en las redes sociales como “Televisión Basura”. 

Quiero, sin embargo, ser absolutamente claro en decir que no tengo la más mínima intención de insultar u ofender a quienes quieran marchar: ciertamente pueden expresarse en contra de algo que estiman “nocivo” o “dañino” para la sociedad. 

A pesar que es innegable que uno tiene el control de decidir qué cosa ve y que los padres tienen que ejercer su tarea formativa, algunos responden argumentando que “la libertad de expresión no es ilimitada” o que “los medios deben auto-controlarse”. El peligro es, no obstante, que el día en que empezamos a promover controles de contenidos porque algo nos parece repugnante, es el día en que podemos defender una intervención en el mercado por esencialmente cualquier cosa. Alguien podrá replicar que no se trata de intervencionismo sino de una tarea reguladora en casos específicos… el problema es que nadie delimita o define adecuadamente cuáles son esos casos específicos por lo que el riesgo de arbitrariedad en un control de contenidos es mayúsculo.

Seamos claros: no me gusta la televisión peruana porque creo que, en buena medida, es basura. De hecho, creo que esa denominación es bastante precisa salvo algunas excepciones. Pero también es cierto que la sociedad se encuentra sumida en un conformismo que nos orienta a extirpar de nuestras vidas todo aquello que nos incomoda. “Si algo no te gusta, deshazte de ello”. Eso que podría tener algo de sentido en nuestra vida personal, cobra matices peligrosos cuando trata de ser proyectado a la esfera de lo público. Allí, lo único que se expresa es el parecer de algunos tratando de dictarle a otros lo que deben o no deben ver en televisión. 

Alguien podrá contestarme que eso suena bonito pero que, entre tanto, la gente sigue expuesta a televisión basura. Francamente me sorprende que se planteen marchas contra el contenido de la televisión pero no marchas para promover el papel educativo de los padres. Es como si uno confiara más en la regulación que en la paternidad responsable. No estoy de acuerdo con la televisión que, en general, se nos ofrece. Pero tampoco estoy de acuerdo con que un grupo de personas trate de dictarme que no puedo ver algo porque es “bajo”, “inmoral”, o “feo”. 

Solo una cosa más para quienes sostienen que debe regularse dado que los medios emplean un recurso público para hacerlo: si realmente creyeran en esa tesis, se darían cuenta que al pretender una censura de contenidos estarían, en la práctica, promoviendo una suerte de expropiación también del recurso que, según dicen, es de todos. ¿Qué debemos hacer con la gente que, de hecho, quiere ver televisión basura? Salvo que ellos no sean parte de la sociedad, no veo cómo podría defenderse una teoría que, en buena cuenta, únicamente pretende distribuir bienestar a favor de quienes quieren ver “contenido adecuado” en desmedro de los consumidores de “televisión basura” ¿Desde cuándo las preferencias de uno son más relevantes que las de otros?   

Por Gustavo Rodríguez García
23 - Feb - 2015  

Gustavo Rodríguez García
23 de febrero del 2015

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