Dardo López-Dolz

Palos de ciego al crimen

Palos de ciego al crimen
Dardo López-Dolz
21 de abril del 2015

Sobre la pobre respuesta del estado la creciente actividad criminal en el país.                   Hace poco más de un año, conversando con tres importantes co-partícipes del éxito del Plan Colombia, coincidieron en que los niveles de corrupción y el consiguiente impulso con que vienen creciendo ésta y la criminalidad en Perú, habían superado ya el nivel de Colombia antes de aquel plan, acercándose con peligrosa velocidad al de México, que ya entonces alarmaba al mundo.

La impericia del gobernante hace parecer al régimen un ciego ebrio y con retraso mental tratando de cruzar la Panamericana de noche sin usar un puente. Anclado en concepciones setenteras, nacidas bajo la iluminación de un tronchito, que hace rato demostraron su lejanía de la realidad, se esfuerzan por explicar las causas sociológicas para la maldad. Así como antes se suponía, con petulancia académica, que los delincuentes eran producto de la pobreza, llamada pomposamente ¨ violencia estructural¨, hoy está de moda decir que lo que causa el comportamiento delincuencial es el atractivo que supone la riqueza ajena.

Cobijados bajo esta teoría errada, notoriamente incapaces de actuar contra el mal, proponen absurdas normas buscando limitar la libertad del individuo honesto, esperando actuar sobre el efecto estadístico (llamado victimización) en lugar de atacar la causa, primer deber estatal de proteger al ciudadano.

Se prefiere entonces complicar arbitrariamente el acceso de la gente honesta a la posesión legítima de armas, atacando así la capacidad del ciudadano honesto para defenderse eficazmente y dentro de la ley frente a la delincuencia armada ilegalmente. Amparados en una defensa universal de la vida, equiparan el derecho del ciudadano honesto y cumplidor de las leyes con el del delincuente que a hierro mata, viola y roba, olvidando que la misma Biblia, en su versión original en arameo, solo considera pecado la muerte del inocente y acepta tácitamente la muerte del culpable.

Se debe entender de una buena vez que es estéril buscar una causa que explique la existencia de delincuentes. Desde los inicios de la humanidad, siempre han habido personas que optan por el delito a pesar de haber nacido en el mismo medio, haber tenido la misma capacidad intelectual y las mismas condiciones y experiencias de las gentes de bien. No en vano el mal es reconocido, desde siempre, por todas las religiones y concepciones filosóficas de la humanidad. EL MAL NO TIENE EXPLICACIÓN.

Queda claro que el esfuerzo de un gobierno debe centrarse en la detección temprana, en su seno, de aquellos individuos que evidencien proclividad hacia el mal. Identificados, monitoreados y controlados de cerca, se puede restringir las probabilidades de desarrollo de la conducta no deseada. Para detectar estos focos sí sirve la estadística barrial y familiar.

Cuando el individuo proclive al mal delinque, es deber del Estado apartarlo  de los ciudadanos honestos, encerrarlo en una prisión o, si fuese necesario, neutralizando definitivamente su capacidad de hacer mal si se resiste con violencia a ser detenido y pone en riesgo la vida de quienes defienden a la sociedad. En nuestros tiempos, lamentablemente, como en la antigüedad, es necesario reconocer que la distinción de edad se ha borrado. El delincuente violento mata sin importar la edad que haya alcanzado.

En prisión es imprescindible separar al aprendiz del criminal endurecido, no por edad, como ya hemos dicho, sino por trayectoria. De los primeros, algunos entenderán las consecuencias y podrán regresar a vivir libres el resto de su vida por el camino de la honestidad. De los segundos debe el Estado mantener protegida la sociedad por el resto de la vida del criminal.

No se trata entonces de liberar presos porque no hay sitio, se trata de ampliar la capacidad del Poder Judicial para procesar en tiempos racionales y ampliar la capacidad carcelaria para reos primarios, de modo que todo aquel que delinca vaya preso, aun por poco tiempo. Todos somos hijos, muchos somos padres, todos sabemos que el castigo educa y previene repetición de la conducta inadecuada. Digan lo que digan los psicólogos de moda.

Por Dardo López-Dolz

21 - Abr - 2015

Dardo López-Dolz
21 de abril del 2015

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