Mis dulces 38

Mis dulces 38
15 de septiembre del 2014
Una mirada retrospectiva a los surcos alegres de la vida

Mientras empiezo a escribir esto, escucho Dido y veo en la pantalla llena de puntos negros de mi lap top que Obama piensa bombardear Siria. Pensaba escribir - le decía yo por la tarde a alguien- sobre la juventud. Esa rara enfermedad que solo cura el tiempo. De repente soy un poco duro con esta frase. La vida me ha enseñado que las caras duras, ante la repentina idea de estar frente al primer amor, eran justificadas. Tener el físico, la fuerza de los 20 o 25, la medida justa de criterio de los 40 y la nobleza y sabiduría de los 70. Esa combinación de números hubiese resuelto mil problemas, herido a menos gente y acabado con amores que no me mataron pero me desagarraron un poco, y eso duele más.

No me voy a poner a decir “Juventud divino tesoro”, es falso. La juventud es un proceso de aprendizaje, en carne viva, de las situaciones más difíciles. A nadie le gusta ir al cole. Es igual con la juventud, la tienes que pasar, pero no te gusta. Solo un poco de alcohol y alguna otra sustancia alivian -si te alivian- el intenso ardor de la juventud. Obviamente, cuando estas en plena juventud, no sientes que estás en el infierno de la alucinación y la soberbia. Va pasando todo, y todo pasa sin que lo valores. No valoras nada en la vida sin un golpe. La Juventud te deja lleno de moretones y oliendo a alcohol. La barba no es estilo, es insulto, del peor, del que dice que desprecias la opinión de todos, la de tu padre, la de tu amigo que va creciendo y va y viene con su trabajo y su sueldo.

A ti te gusta la esquina, tan linda y adictiva con sus señoras con bolsas de mercado y sus perros que van muriendo. Y la juventud avanza en el cuerpo, como una enfermedad que te produce sueño y mal humor. Que te hace querer más el día que la noche. Es horrible no tener más tema de conversación que saberte exactamente en qué van todas las series de la tele. Te las ves todas. Las actuales, las repetidas, de noche, de día, de madrugada. La madrugada que es el momento del día que realmente da miedo y cuentas como marcas en la pared que te van diciendo “ojo que te vas quedando”.

No es que no uno no quiera su juventud, la quiere. Pero también es cierto que a los 38, los 25, te parecen 15, y piensas que debiste pasar de los 16 a los 38. Que habría menos personas heridas, más trabajos en tu CV, más plata ahorrada o mejor gastada. Menos series en tu cerebro y más personas interesantes con sus respectivas conversaciones. 38, 9:35 p.m. No me he perdido de nada. No te extraño juventud.

Por Elí Castelo (15-set-2014)  
15 de septiembre del 2014

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