Rocío Valverde

Fútbol y peruanidad

Fútbol y peruanidad
Rocío Valverde
11 de septiembre del 2017

Cómo viven el triunfo del martes los peruanos en el exilio

El Perú está dividido, dicen los tertulianos de los programas de la tarde. Hay sangre en el ojo y es la guerra de todas las sangres. Este es el país de las marchas. Hemos tenido marchas contra el TPP, marcha en contra y a favor de la unión civil, marchas en contra del aborto, marcha a favor de la despenalización del aborto, marcha de los No a Keiko, de los profesores, mineros, médicos, cocaleros, marchas en contra del bypass del 28 de Julio, en contra de Castañeda y hace una semana casi se arma una marcha en contra de Korina Rivadeneira. En el Perú la canción de Rosario Flores es la top del público: Marcha, marcha, queremos marcha, marcha. Entre arengas y bombas lacrimógenas, cuando ven a un policía luchando contra un encapuchado no se preguntan qué nos une, más allá de haber nacido en esta hermosa tierra.

El miércoles pasó algo increíble, ¿verdad? Nadie quería hablar de política. Nadie marchaba, nadie piteaba. Nos olvidamos de Toledo y como se mofa del Perú luego de beberse todas las reservas de whisky etiqueta azul. ¿Estará con su vincha atrincherado en algún bar de California? Y es que ni las notas sobre la terrorista blanquiñosa eran el foco de la atención de la audiencia ese glorioso martes. Tan solo ese martes le quitamos la mirada de odio a PPK por decir que la Pachamanca era árabe. Debo decir que me sorprende que no haya habido marchas ni plantones sobre este tema, quizás es porque no tocó la fibra más sensible; como, por ejemplo, manchar la honra del pollo a la brasa.

Por un día todo el mundo tenía licencia para meter las cuatro patas hasta el fondo. Y es que aquel histórico martes todo el país estaba prendido del televisor o la radio para seguir el partido de Perú contra Ecuador. El país se unió en un alarido que salió del alma: ¡Goooool!

Nunca me he perdido un solo partido de la selección. Es más, recuerdo perfectamente estar en una litera en el año 2007, en Madrid, escuchando la radio a las mil horas; y ahí me quedé pegada al transistor durante los cincos goles que nos metió Ecuador. Mi compañera de habitación me preguntaba qué carajos hacía despierta en la madrugada, cuando todo estaba perdido. No hay lógica, no hay cálculo matemático posible que pueda hacer entrar en razón al hincha de la selección. Ese martes, diez años después, mi mal sueño y mis ojeras se sintieron vindicadas.

¡Qué linda es la felicidad fugaz! Ese martes también pasó algo doblemente increíble, de lo que quizás no se han percatado. ¿Saben qué ocurre cuando juntas a tres o cuatro peruanos desconocidos que viven en el extranjero en un habitáculo? En algún momento de la conversación, luego de presentar sus credenciales y hablar de temas de actualidad, el más ansioso intentará llenar ese infernal silencio y preguntará: “¿Y tú qué extrañas? Todos dirán de manera infaltable que echan de menos a la familia, a los amigos y la comida. A partir de ese momento la conversación girará en torno a la sazón peruana. Que si la papa a la huancaína, que si la cecina, que si el quesito tacneño. Se les hará agua la boca y se llenarán la barriga con el banquete mental que han creado.

El día martes la comida peruana quedó en segundo plano. La pregunta que llenó conversaciones de ascensores y de sobremesa fue ¿vamos a Rusia?

Rocío Valverde

 
Rocío Valverde
11 de septiembre del 2017

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