Darío Enríquez

Emprendedores, educación y desarrollo

Emprendedores, educación y desarrollo
Darío Enríquez
28 de septiembre del 2016

Para el desarrollo social y humano en el siglo XXI

En los últimos tiempos hay una suerte de consenso intelectual acerca de la educación como motor fundamental del desarrollo. Se evoca para el caso del Perú cómo teniendo índices de crecimiento económico entre los más altos del planeta en lo que va del siglo XXI, nuestra deficiente educación no nos ha permitido alcanzar cotas análogas de desarrollo humano y social, poniendo en peligro incluso la sostenibilidad de lo económico. Nadie en su sano juicio osaría cuestionar esto que se ha convertido en un principio incontestable, grabado en piedra.

 

Lo siento, pero no es verdad. No puede ser verdad porque, parafraseando a uno de nuestros más ilustres escritores, no hay una sino muchas “educaciones”. Así, por falta de precisión, el aforismo de “a más educación, mayor desarrollo” no se sostiene. Vamos a empezar tratando de encontrar una definición de educación. El viejo baúl de la abuelita nos habla: “Instrucción en el colegio, educación en la casa”.

 

En la escuela las cosas no van bien por la precariedad física en la que desarrollan sus actividades la mayor parte de colegios estatales. La ofensiva material con los llamados “colegios emblemáticos” ha resultado marginal. Pese a los avances en evaluación docente, la calidad general sigue en niveles deprimentes. Los buenos resultados solo aparecen como excepción y no como regla. En casa ni qué decir, la crisis actual de la familia nos lleva a escenarios extremos en los que un alto porcentaje —diría que hasta mayoritario— son hogares disfuncionales. Ni la instrucción ni la educación van mínimamente bien.

 

Así las cosas, ni escuela ni familia aportan lo suficiente para una educación adecuada a nuestras aspiraciones de desarrollo económico, humano y social. Una educación en sentido amplio, entendida como la fusión de nuestro aprendizaje en casa y en la escuela, teniendo como contexto nuestra socialización. Una educación que incorpora tanto la instrucción que se imparte en las escuelas como la formación en valores que se tiene en casa. De esta educación hablamos. Puede extenderse también a la llamada educación superior, ya sea técnica o universitaria. Sin embargo, los valores que forjaron al individuo en casa durante la primera etapa de su vida, esos llegaron para quedarse; aunque eventualmente podrían ser mejorados mediante mucho esfuerzo y voluntad personal.

 

¿Cuáles deben ser las políticas públicas* para enfrentar el desafío de una educación que se convierta en la locomotora del desarrollo? Reflexionemos. Tal vez no sea la pregunta correcta. Quizás estamos asumiendo como verdades absolutas ciertos criterios que no son tales. Puede que ciertas acciones se establezcan sin haber validado su pertinencia. ¿Políticas estatales? ¿De dónde sale la idea de que las “políticas estatales” resuelven problemas? En el sombrío panorama de las escuelas en nuestro país, la diferencia positiva en educación la dan iniciativas exitosas del sector privado —con fines de lucro o sin él—, en especial las que se despliegan en los espacios emergentes de las periferias urbanas.

 

Al mismo tiempo, hay familias sólidas que usan los pocos recursos con que cuentan para una mejor educación de sus hijos, yendo contra la corriente de la creciente disfuncionalidad familiar. La mejor “política estatal” sería, sin duda, tener en cuenta estas experiencias exitosas tanto de privados como de familias, estimulándolas en lugar de entorpecerlas, dejándolas florecer y consolidarse, permitiendo que los mismos ciudadanos —en tanto individuos, familias y comunidades—, cooperen entre sí de modo voluntario e intercambien bienes y servicios a satisfacción de todas las partes.

 

Necesitamos una educación orientada hacia la producción y los servicios, una educación que arraigue en nuestros ciudadanos, de hoy y de mañana, la necesidad de ejercer su libertad, de tener el derecho a definir y seguir sus propios proyectos de vida. Debemos decir no a la intervención exagerada del Estado en la vida de sus ciudadanos, a través de políticas estatales que no acompañan los proyectos individuales, familiares y comunitarios de sus ciudadanos; y que, por el contrario, tratan de imponer la pensée-unique del perverso Leviatán. Lo que logra en muchos casos el estatismo dominante es el fortalecimiento de una educación orientada a la burocracia improductiva, a la búsqueda de un puesto en el enorme aparato estatal, al intelectualismo estéril y culturoso, al “éxito” que desprecia el mérito real y premia a quienes, sin escrúpulos ni valores, se adhieren a redes de favores y corrupción.

 

Una educación para la libertad y en libertad abrirá un espacio fértil para los emprendedores, quienes en forma constante y permanente inician círculos virtuosos que llevarán a satisfacer más y mejor las necesidades de los ciudadanos. Los emprendedores representan ese chispazo inicial y esa fuerza de arranque que da origen y sentido a todo proceso productivo. Este progreso material, legitimado en la sociedad —al basarse en los valores de la cooperación voluntaria y la coexistencia pacífica— retroalimentará positivamente el crecimiento económico, haciéndolo sostenible y extensible al desarrollo social y humano.

Darío Enríquez

 
Darío Enríquez
28 de septiembre del 2016

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