Rocío Valverde

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Rocío Valverde
14 de noviembre del 2016

La crisis de identidad cultural de algunos latinos en EE.UU.

Son las nueve de la noche y he estado intentando divisar aunque sea una sola estrella en el negro cielo que cae sobre mí. Intentaba quitar 16 años de mis ojos y volver a ver el mundo con ese optimismo de retoño, volver a esa ciudad donde podía ver a Las Tres Marías brillar. Esta semana, y aunque sea la undécima persona en recordarlo, ha sido elegido como presidente de los Estados Unidos el candidato republicano Donald Trump. A partir de ese momento todos los telediarios políticos, periódicos, revistas y blogs han analizado su victoria desde todos los ángulos.

La política siempre saca a relucir el inmundo cuchitril que algunos tienen por conciencia, así es que he leído a muchos celebrando la derrota de las ONG "aborteras" y de la ideología de género. ¿Qué piedras hablan, por cierto? Con Hillary han perdido los latinos, los latinos de segunda generación, los negros, el movimiento LGTBQ, el multiculturalismo, la ciencia y el planeta. Tomen un paso hacia atrás para que vean como ese discurso reaccionario antihumanista los atormentará hasta el día en que se vuelvan polvo estelar.

Algo que me deja perpleja es el porcentaje de latinos que ha apoyado a Trump. ¿No es alucinante y digno de un estudio sociológico? Y no, yo no creo que el abrazo a los Castro haya sido el factor determinante. Algo que he visto durante mi vida fuera de Perú es la crisis de identidad cultural que sufren los latinos de segunda generación. Hace unos días leía un artículo escrito por un niño de 18 años que había decidido hacerse voluntario del equipo de campaña de Trump. Este niño es latino e hijo de centroamericanos, pero está de acuerdo con la deportación de los inmigrantes ilegales.

Hasta este punto estamos medio de acuerdo; aunque por distintos motivos, pues sé de primera mano que los ilegales pasan las de Caín, tienen pocas organizaciones a las que pedir ayuda, viven de los cachuelos que les encuentren sus paisanos, son víctimas de explotación laboral y viven en un estado de psicosis su día a día, al bajar de un metro y ver que en la barrera está la policía pidiendo "aleatoriamente" tarjetas de residencia a latinos, personas del medio oriente y europeos del este.

Lo que no puedo entender es cómo un niño de padres centroamericanos puede apoyar a una persona que ha dicho “Cuando México envía a su gente no envía a gente como tú, envían gente con problemas y que traen los problemas consigo: traen drogas, traen crimen, son violadores; y algunos, asumo, deben ser buenas personas. Pero yo hablo con los del control de frontera y esto es lo que me cuentan. No nos envían a la gente correcta, y vienen no sólo de México sino de todo Sudamérica, Latinoamérica y el Medio Oriente".

Comerse con patatas ese discurso siendo hijo de inmigrantes es el fenómeno de crisis de identidad cultural. Escuchar ataques verbales a su propia gente en base a un perfil racial es algo que estos latinos de segunda generación han escuchado diariamente durante toda su corta vida, y eso al final se cuela. Al llegar a la adolescencia pueden tomar dos caminos: se albergan en su comunidad o se suman al discurso anti el colectivo de turno. Porque, como dice el refrán, si no puedes contra ellos, úneteles.

Es así como en lugar de aceptar que tienen doble patrimonio cultural y en sí un origen distinto al país donde residen o donde incluso han nacido, optan por romper lazos con todo lo que les recuerde que no son iguales a sus compañeros de carpeta. ¿Hablar español? No, ellos no hablan español. ¿Comer comida picante? No, mi paladar no lo resiste. ¿Alubias negras? Menos, yo no como eso. Además en esta crisis ellos transforman su aspecto físico, es decir se dan un white wash. Les llegó la hora de ir al gimnasio a ganar músculo y al fin hacer crecer su espalda, porque por su estatura no pueden hacer nada ya. Luego llegará el día en el que le dirán a la única paisana con la que hablan que quieren renunciar a la nacionalidad de sus padres y quemar por fin ese pasaporte que de nada les sirve.

Todo esto no me lo saco de las mangas, me ha tocado verlo en tres amigos peruanos. ¿Cómo la niña con la que comía papa a la huancaína en todos mis cumpleaños y a la que conozco desde que tenía cuatro años me pudo decir aquello? No quiere volver ni de visita. Con la devolución de su pasaporte se borran las memorias de mis primeros 22 años de vida, nuestras aventuras de colegio y hasta entonar el Himno Nacional cada lunes.

¿Los encontraré algún día con un cartel que diga "Refugees not welcome" o "Build the wall"?

 

Rocio Valverde

Rocío Valverde
14 de noviembre del 2016

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