Victor Robles Sosa

Delincuentes de cuello blanco

Delincuentes de cuello blanco
Victor Robles Sosa
08 de septiembre del 2015

¿Es posible vencer a la delincuencia si no se ataca la impunidad?

En el marco del debate sobre el desborde de la delincuencia que sufre el país, he escuchado a varias personas señalar que la impunidad es algo así como el combustible del delito. Esto es verdad, pero ¿cómo explicar el imperio de la impunidad en el Perú?

Hay quienes encuentran la explicación en las conductas corruptas heredadas de la Colonia - dicen que el Virrey saliente le dejaba una talega de oro debajo de la cama a su sucesor-, y esto también es cierto, pero no me parece necesario remontarnos tanto en la historia para hallar las razones.

A finales de los 90, el país vivió una intensa movilización social contra la corrupción mediante manifestaciones diversas, como el “lavado de la bandera” o marchas de activistas con las manos enfundadas en guantes blancos, informes y reportes de nuevas ONG anticorrupción, como Proética y Transparencia. Aquel fenómeno forjó las mejores condiciones posibles para iniciar una nueva era, pero no fue así.

Lamentablemente, el post-fujimorismo desaprovechó aquella ola y solo la utilizó como arma política. El Perú perdió así una gran oportunidad para hacer las reformas necesarias a acabar con la corrupción. Los hechos posteriores lo confirman: los corruptos siguieron, solo cambiaron los nombres.

¿Por qué es necesario reflexionar al respecto? Para que no caigamos en las mismos errores hoy que vivimos otro momento de indignación nacional contra la corrupción. No basta con shows mediático-judiciales que dan la sensación falsa de que se hace justicia. Lo que se necesita es erradicar la impunidad que reina en las instituciones del estado encargadas de combatir el crimen, mano dura con los corruptos.

A los peruanos nos han hecho creer, por ejemplo, que Vladimiro Montesinos está preso por corrupto, pero es mentira. Está preso porque lo culparon de los asesinatos del grupo Colina. Si lo hubiesen condenado solo por corrupto, hace años que habría salido libre.

La pena a Montesinos por corrupción ha sido de 15 años de cárcel que, con beneficios penales y “buena conducta”, se reducen a unos cinco o seis años. Este andamiaje jurídico de impunidad no ha sido tocado. Quien le roba millones al Estado paga solo unos pocos años de prisión, y luego a disfrutar la fortuna.  Por eso la corrupción sigue y el delito se extiende.

En China y en Indonesia, los funcionarios públicos que incurren en esos actos son ejecutados; y en Estados Unidos se les castiga con penas de 20 a 30 años de régimen carcelario de rigor, para escarmentar al delincuente y disuadir a quienes estuvieran pensando hacer lo mismo.

La impunidad para los corruptos descompone las raíces mismas del sistema. La delincuencia crece por doquier porque los valores morales se han invertido: los delincuentes de cuello blanco nunca reciben el castigo que se merecen. ¿Cómo vencer entonces a la delincuencia sino nos atrevemos a tocar su lado más despreciable, que es el que actúa desde lo más alto del poder?

Por: Víctor Robles Sosa
 

Victor Robles Sosa
08 de septiembre del 2015

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