Hugo Neira

Crónica de guerra. Atentados y el pueblo de París

Crónica de guerra. Atentados y el pueblo de París
Hugo Neira
18 de julio del 2016

Una nueva intolerancia y una guerra imprecisa

Estamos en Francia por unas semanas. Por motivos diversos. Visitar sus librerías, acaso algunas de las mejores de Europa. Reunirnos con amigos, aunque las vacaciones no sean el mejor momento. Igual nos recibe Nelson Vallejo Gómez en casa y con una cena. Y partir en el veloz TGV a donde viven los padres de Claire, una granja en los encantadores montes de Lyon. Íbamos a ir en principio a Turquía, a un congreso, pero se deslocalizó. Adiós Estambul. El Congreso Internacional de Ciencias Políticas ha sido trasladado a Poznan, Polonia. Todo esto nos llevó a estar el 14 de julio en París. De ese día y de esa noche trata esta crónica. Antes de proseguir quiero agradecer a las muchas personas y amigos que nos han escrito temiendo que estuviéramos entre las víctimas.

Lo ocurrido, en efecto, nos ha envuelto de varias maneras. Pero el atentado fue en Niza y no en la capital. Ha sido, como saben, un asesinato masivo. Francia ya había sufrido varios en los últimos meses. De modo que este jueves pasado, 14 de julio, apenas, muy de mañana, salimos del hotelito donde nos alojamos, rue de l’école de médicine, en el barrio latino. Es mi costumbre, ahí donde estudié, pero algo notamos en la calle. No circulaban autos y las puertas de las estaciones del metro estaban herméticamente cerradas. Y París encuadrillado por fuerzas militares y policiales en pie de guerra. He vivido dos o tres veces en mi vida en Francia. Nunca había visto estos preparativos.

Lo que había en las calles era muchísima gente civil. “El pueblo de París”. Desde el bulevar Saint-Michel, a un paso de Notre-Dame, giramos para ir a los puentes más cercanos. Las fuerzas del orden impedían cruzarlos. En ese momento tomamos la decisión de llegar al lugar del desfile, sin saber en qué punto podíamos pasar el Sena. La caminata de esa mañana la pondré en términos limeños, más o menos, desde Barranco a la plaza de armas de Lima. A pie. Mentiría si dijese que no fue fatigante. Y fue de ida y de vuelta. No éramos unos cuantos, la mayor masa de gente que he visto en las anchas calles de esta ciudad. Acaso tanto o más que en mayo del 68. Había en la multitud un aire de fiesta, y a la vez un convencimiento. Estar en la avenida Champs Elysées. Los diarios y la televisión algo preveían, pero nadie dijo que había que quedarse en casa. Eso hubiese sido una abdicación. El terrorismo busca intimidar. No lo lograron.

En cuanto al desfile mismo, lo vimos poco y mal. Pienso que lo que contaba no era la ceremonia misma sino la multitud. Unas 300,000 personas. Y lo que es revelador y significativo, la variedad de la gente. La gente parisina es un mundo, franceses y gente africana venidos de las excolonias o nacidos en Francia, turistas, ingleses, croatas, chinos. El variado y universal pueblo de París. Y estaba ahí. El desfile fue convencional, batallones, tanques, aviones en el aire, lo de siempre. El público aplaudía y sacaba fotos. Pero insisto, era multinacional. Luego de unas horas, retornamos caminando. A las 10 de la noche cuando la multitud presenciaba en la capital los fuegos de artificios, el atentado fue en Niza.

Al día siguiente, en avenidas, plazas públicas, teatros, cines, restaurantes, continuó la vida. París, en este verano poco caluroso, los repletos cafés sobre las terrazas, como siempre. Al día siguiente se abordaban trenes y aviones como si tal cosa. Claro que en su fuero interno cada pasajero piensa que le puede llegar la hora, y sin embargo prosigue. ¿El origen del conflicto? El apoyo de los franceses en el territorio invadido por el llamado Estado Islámico —en donde también hay voluntarios no islámicos que aman la violencia— se suma a tropas de países musulmanes y de rusos. Mohamed Lahouaiej-Bouhlel, el chofer del camión de 19 toneladas, no era conocido como un seguidor riguroso del Islam. Estamos ante una nueva intolerancia. Será una guerra imprecisa. Entre las víctimas de Niza hay norteamericanos, árabes y suizos. No son de una nación en particular. Es la humanidad entera.

Estoy narrando, como testigo, el calmo coraje de estos días. La actividad urbana vino a ser, por el momento, la respuesta silenciosa y ciudadana. París es una megalópolis. Como lo son Londres, Tokio o Los Ángeles. El pecado de Occidente es amar la libertad. Y su costo son las medidas de seguridad y las víctimas. Para un partido de fútbol, hace poco, movilizaron una masa impresionante de gendarmes. Cuando he llegado a París siempre he pensado que llegaba a Atenas. Esta vez fue como aterrizar en Esparta. ¿Es que los países que tienen guerras también tienen filósofos?

Hugo Neira

 
Hugo Neira
18 de julio del 2016

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