Tino Santander

Conviviendo con la corrupción

Es la forma en que naturalmente nos relacionamos los peruanos

Conviviendo con la corrupción
Tino Santander
23 de octubre del 2018

 

La fuga del exjuez supremo César Hinostroza Pariachi devela cómo la clase política juega al gran bonetón: “Yo no fui, fueron ellos”. Todos buscan evadir su responsabilidad frívolamente, convirtiendo la justicia en un reality show mediocre el que los espectadores solo quieren ver a todos los políticos o poderosos en la cárcel. El repudio al estatus político y empresarial es muchas veces irracional, y está dirigido por algunos medios de comunicación que han hecho del periodismo un vil negociado.

El presidente Vizcarra llama delincuente a Hinostroza, politizando el caso y confirmando que en el Perú no hay garantías para un debido proceso. Porque si el Presidente insulta y condena públicamente a un procesado significa una clara interferencia y presión interesada del poder político en las decisiones judiciales. O simplemente quiere darle argumentos a la defensa de Hinostroza, en España, para complicar la extradición. No sabemos si lo hace por ignorancia o por complicidad con Hinostroza. El Presidente debe saber que en el Estado de derecho gobiernan las leyes y nadie puede ser condenado por los medios de comunicación, y menos por las encuestas. El principio de inocencia y el debido proceso son fundamentales para combatir el crimen organizado.

Sin embargo, a pesar de los escándalos mediáticos y las declaraciones altisonantes de algunos políticos y analistas, siempre me he preguntado ¿Por qué los peruanos reaccionamos con indiferencia frente a la corrupción? Tal vez la explicación del historiador Santos Madrazo es las más clara para entender este fenómeno: “La historia intelectual de la humanidad está empedrada de mentiras. Una de las mayores ha consistido en decir que el robo siempre nació de la miseria y habitó entre las clases bajas…por el contrario, siempre hemos tenido en claro que esto no fue así y continuamos convencidos de que esto no es así. Ha sido precisamente este convencimiento el que me ha llevado a hacer algunas comprobaciones históricas sobre el robo de dineros públicos por los ricos y poderosos, así como la relación de tales robos con la debilidad del Estado”*.

En el Perú la debilidad del Estado es una de las principales causas de que la corrupción sea la forma como nos relacionamos los peruanos. El Estado es cómplice de la sociedad informal en la que vivimos. que está regida por el compadrazgo, la vara, la coima, el amiguismo, el “ayúdame, hermanito” y la pendejada, como sinónimo de éxito social y económico. Además, debemos agregarle el desordenado proceso de urbanización que se realizó a través de las invasiones de campesinos que huían del hambre y la servidumbre a los cerros y desiertos de las principales ciudades del país. Aquí nace el paternalismo corrupto que, desde la dictadura de Sánchez Cerro hasta nuestros días, han sido la crónica de la degradación de la política.

El achorado, el emergente en todas sus versiones, es producto de ese proceso social cuya estrategia de sobrevivencia es la informalidad y que ha llevado al país a un anomia generalizada. La falta de un Estado rector hace que seamos indiferentes a la corrupción. Y todo seguirá igual si en el Perú no acabamos —caiga quien caiga— con la informalidad que nos conduce lentamente a ser un país invivible. La solución es la revolución social y no el simple floro anticorrupto.


* Santos Madrazo (2000) Estado débil y ladrones poderosos en la España del siglo XVIII. Historia de un peculado en el reinado de Felipe V. Madrid. Ediciones Catarata. El resaltado es nuestro.

 

Tino Santander
23 de octubre del 2018

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