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La reacción oligárquica

La reacción oligárquica
Víctor Andrés Ponce
13 de mayo del 2016

La polarización fujimorismo versus antifujimorismo

El profesor Hugo Neira, en una video columna publicada en este portal, señala que los dos únicos partidos del pueblo que se han conocido en la historia del Perú son el aprismo y el fujimorismo. Añade que el veto oligárquico al Apra, de alguna manera, también explica el fracaso de la democracia en el siglo XX. Tremenda valentía intelectual de Neira, en tiempos que se caracterizan por una acentuada polarización entre fujimorismo y antifujimorismo, en tiempos en los que algunos pretenden crear un nuevo oscurantismo.

Luego de cuatro elecciones sin interrupciones, luego de que el fujimorismo ha ingresado a dos segundas vueltas y después de que alcanzara la mayoría absoluta del próximo Congreso, es indiscutible que el fujimorismo comienza a aparecer como un nuevo partido del pueblo del siglo XXI. Cualquiera que niegue esa verdad, tan grande como una catedral, debería dedicarse a la hechicería o la quiromancia. Si la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo, ¿cómo se puede negar a un partido de raigambre popular? La reacción antifujimorista comienza a parecerse, cada vez más, al veto oligárquico frente a la emergencia aprista de inicios del siglo XX.

La reacción oligárquica tiene una característica fundamental: es incapaz de comprender la racionalidad de los nuevos sujetos y actores que buscan representación en el espacio público. A inicios del siglo pasado, el Apra expresó a las nuevas clases medias que emergían y buscaban representación en el espacio público. Hoy el fujimorismo expresa al mundo emergente y los humores andinos que han transformado el rostro del Perú y han terminado “andinizando” a Lima, la vieja ciudad de los reyes, que presumía de linajes.

Cuando el antifujimorismo señala que el fujimorismo es igual a tolerancia frente a la corrupción, se muestra incapaz de entender los movimientos tectónicos que se producen en la economía y la sociedad, o quizá se trate de un simple intento de negar la otredad indescifrable. Cuando la sociología de izquierda argumenta que el mundo emergente es el reino de la permisividad con la trasgresión no puede aceptar que ha culminado una manera de entender la política, el Estado, y la propia legalidad. Es decir, no puede comprender que el viejo régimen no va más.

La diferencia del veto antifujimorista con los vetos oligárquicos del siglo pasado es que este se formula cuando el sueño republicano comienza a concretarse mediante cuatro elecciones sucesivas, cuando las cordilleras entre la sociedad criolla y la andina han sido pulverizadas por el mercado —a lo largo de un cuarto de siglo—, y cuando ha surgido una sociedad de propietarios y de vigorosas clases medias. En el veto actual no hay ninguna justificación ante la historia, excepto la de la simple reacción oligárquica que puede vestirse con colores de derecha e izquierda ante lo desconocido.

Semejantes aproximaciones deberían ir más allá de las elecciones 2016. A nuestro entender, resultan pertinentes tanto en caso de que el fujimorismo gane como de que pierda la elección. Más bien tienen que ver con la necesidad, con la voluntad de superar esta especie de oscurantismo en que comienza a convertirse el debate público con la inacabable monserga del antifujimorismo.

En los noventa las oleadas democratizadoras de la emergencia popular que incursionaron en el Estado se bloquearon por el autoritarismo y la corrupción. La presente oleada democratizadora —más allá de los resultados electorales— debería llegar a buen puerto porque sucede en la democracia más potente y “representativa” que ha tenido en el Perú desde su fundación republicana.

Víctor Andrés Ponce

 
Víctor Andrés Ponce
13 de mayo del 2016

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