Editorial Política

Un fantasma recorre el Perú: el populismo

Ejecutivo y Congreso en carrera para cuestionar modelo

Un fantasma recorre el Perú: el populismo
  • 17 de junio del 2020

Hoy los economistas discuten si el PBI del país caerá entre 15% o 20%, no obstante que el Banco Mundial (BM) acaba de señalar que el PBI de América Latina se desplomará en 7.2%. Los especialistas, igualmente, señalan que la pobreza aumentará entre tres y cuatro millones de personas, que se sumarán a los seis millones existentes. El devastador resultado: un tercio de la población bajo pobreza y una década de retrocesos económicos y sociales.

Es incuestionable que en este devastador resultado se acumulan los yerros de los burócratas colectivistas que han poblado las oficinas del Ejecutivo y que consideraban que la economía se podía cerrar –tal como se cierra una oficina de una ONG, que con trabajo o sin él siempre tendrá recursos–, ignorando que la inversión y el empleo tienen que ver con la pobreza. Hoy el país asemeja a un territorio arrasado por una guerra, y el avance de la informalidad evoca a los años ochenta.

Sin embargo, a la larga, este resultado podría no ser lo más grave, sino la propuesta que se plantea para salir de la crisis. Y la propuesta que alienta la actual élite política, de manera irresponsable, es el populismo que ha empobrecido a Latinoamérica. El Ejecutivo empezó la carrera populista con una obsesión frívola por la popularidad. A la semana de iniciada la cuarentena, en vez de movilizar a las fuerzas de la nación para adquirir pruebas moleculares, equipos de protección especial y respiradores, promovía encuestas y falsas heroicidades sin siquiera haber iniciado la guerra contra el Covid-19. El Ejecutivo empezó a liberar las cuentas individuales de las AFP, se alentó controles de precios de medicinas y se reguló la relación entre padres de familia y centros privados, violándose contratos privados alrededor de las pensiones.

El Congreso respondió con creces a la oleada populista. Promulgó por insistencia leyes que establecían la posibilidad de retirar el 25% de las cuentas individuales de las AFP y que congelaban el pago de los peajes. El Legislativo hizo trizas la Constitución y los tratados internacionales suscritos por el país. Más tarde, en el Congreso empezaron a proliferar las iniciativas que pretendían regular las pensiones, criminalizar las leyes de la oferta y demanda de los mercados (norma sobre acaparamiento y especulación), congelar las obligaciones bancarias y los intereses, y otras barbaridades que violan la Carta Política. Un sector del Congreso, como los mejores chavistas de la región, considera que por leyes –como los magos de Harry Potter– el país se puede abastecer de genéricos que no compró el Estado o llenar los balones de oxígenos vacíos por la imprevisión gubernamental.

El populista es fresco como una lechuga. En todas sus iniciativas pretende negar la grave responsabilidad del Estado, de los burócratas colectivistas y frívolos que nos han llevado a este resultado. Según ellos, los políticos no son responsables, sino el sector privado empresarial que aporta más del 85% de los ingresos del Estado, que dilapidan los burócratas insensibles. Todas esas normas populistas apuntan a sobrerregular mercados y precios para ahogar al sector privado, producir escaseces artificiales y luego proceder a estatizarlo todo.

El camino para enfrentar este escenario devastador es radicalmente diferente. El Perú debe reconocer que el Estado consume US$ 65,000 millones (un tercio del PBI antes de la pandemia) y debe reorientar gastos hacia los sectores de salud y educación. Para alcanzar estos objetivos se deben cerrar ministerios sin utilidad social, tales como Cultura, Ambiente, de la Mujer, Midis y otros. Hemos contemplado anonadados cómo se malgastan los recursos del sector Cultura para promover documentales que elogian la violencia y el terror.

Reducir y reorientar gastos del Estado posibilitará desarrollar una reforma tributaria integral –que establezca tasas más accesibles a la sociedad– y desregular el Estado, porque al haber menos ministerio y burócratas los procesos se simplificarán y, sobre todo, empujarán al país hacia la formalidad, con un Estado más representativo de la sociedad y los mercados emergentes. Un impulso de este tipo es parte de una apuesta por el capitalismo popular, por los pobres que pretenden emprender, por las sociedades populares que nos están salvando de un confinamiento ciego que ha terminado destruyendo los activos económicos y sociales de las últimas tres décadas.

  • 17 de junio del 2020

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