Editorial Política

Sobre lobbies y lobos

Sobre lobbies y lobos
  • 27 de agosto del 2014

Los intereses que se mueven detrás del ecologismo radical y la Ley Universitaria

Los recientes choques entre el Ejecutivo y el Legislativo han reactivado la discusión sobre los lobbies y la transparencia que debe primar entre el Estado y los privados. Es hora, pues, de iniciar una discusión sobre el asunto al margen de los apasionamientos políticos.

A una reunión entre técnicos del Ministerio de Energía y Minas y del Ministerio de Medio Ambiente se convocó a una petrolera para que opinara sobre la sísmica en la exploración de petróleo y gas, porque existían US$ 2,500 millones paralizados en inversiones. El asunto apareció en los Cornejoleaks y el ministro de Energía, Eleodoro Mayorga, fue crucificado como un vulgar lobista. Casi nadie mencionó que el titular de Energía había iniciado una cruzada contra la maraña de regulaciones que el ecologismo radical y Oxfam habían impuesto desde el sector Ambiente para ahorcar a las inversiones en minería y petróleo. Casi nadie se enteró que el crucificado había avanzado en destrabar US$17,000 millones en inversiones.

Casi nadie menciona tampoco el poderoso lobby del extremismo ambiental y de Oxfam que –según el BCR- han paralizado US$ 24,000 millones de inversiones en minería y petróleo. Un ejemplo de este lobby: los Estándares de Calidad Ambiental son superiores a los de Japón y Europa. No existe tecnología para alcanzar esos estándares. En otras palabras, no debe haber industria. El método izquierdista para imponer un lobby es el conocido “por allí se escapa el ladrón”. La gente voltea a ver al acusado y el verdadero malhechor escapa sigiloso. Desde que se inició el régimen humalista el lobby del ecologismo radical ha ahorcado a las inversiones en recursos naturales. ¿Por qué? Simple. Alguien necesita de la bendición de Oxfam para que la COP 20 de Lima sea un éxito. Y, ¿la desaceleración? No importa.

Otro caso paradigmático de lobby izquierdista es la nueva ley universitaria que crea una Superintendencia Nacional de Educación Universitaria (Sunedu), organismo dependiente del Ministerio de Educación, que viola la autonomía de los claustros consagrada en la Constitución. El Estado debería estar en el banquillo de los acusados por el desastre de la educación pública nacional. Sin embargo, la universidad Católica y sus profesores mediáticos comenzaron una feroz campaña contra “el lucro” y la inversión privada.

Antes, la universidad de Pando había propuesto un proyecto que creaba un Sunedu y se entrometía en la autonomía académica. ¿Cuál era el objetivo de la Católica? Simple: no quiere competencia. Con las reformas de los noventa, las universidades privadas si es que reinvertían utilidades lograban los mismos beneficios tributarios que la Católica. En una década emergieron universidades privadas de excelencia que barrieron en calidad, laboratorios e infraestructura a la PUCP con algo que la aterra: la competencia, pues con ésta las pensiones son más baratas. Los grupos que controlan la universidad de Pando ya no iban a poder seguir disfrutando de los excedentes a través de planillas sustanciosas. Claro, eso no era lucro.

La nueva legislación universitaria representa un caso evidente de lobby y mercantilismo que, sin embargo, fue aceptada por la mayoría de la gente. “Había que terminar con los mercachifles de la educación”.

Quizá para evitar a los lobos que se legitiman con el “por allí escapa el ladrón”, habría que -aparte de aplicar nuestra legislación sobre lobbies e impulsar la transparencia- reconocer que la democracia y el mercado son universos de intereses encontrados. Allí debe comenzar nuestra reforma cultural. ¿Quién no representa un interés? Solo Dios y sus ángeles.

Cuando el ecologista radical le levanta un Muro de Berlín a la inversión, arguyendo la defensa del planeta, los ríos y los bosques, habría que preguntarse qué interés representa. A lo mejor solo pretende financiar su ONG o conseguir un puesto dorado en un organismo internacional. Cuando el general Mora lanzaba fuego y azufre contra la inversión privada en educación debimos preguntarnos qué intereses podían existir detrás de ese discurso flamígero para hallar las respuestas acertadas.

Quizá el método moderno y democrático para evitar batallas entre ángeles y demonios pasa por solicitar o emplazar los intereses que cada uno representa. La izquierda niega representar intereses particulares y siempre invoca los beneficios para la sociedad y la humanidad en general. Es el camino directo al “por allí escapa el ladrón”. En la democracia y el mercado no se niegan los intereses sino que se aceptan y se reconocen, pero como todos tenemos intereses, se busca el que beneficia a las mayorías. Esa es la verdad de la modernidad de hombres imperfectos.

  • 27 de agosto del 2014

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