¿Se terminó la polarización?

El gobierno da señales políticas positivas tras el resbalón del ministro Segura

El desaire del ministro de Economía, Alonso Segura, a la propuesta de Alan García para dialogar sobre la desaceleración económica, ha producido reacciones inesperadas. Quizá los habitantes de la Casa de Pizarro han aprendido de los encontronazos con el Congreso y estarían arriando banderas en la polarización que ellos mismos alentaron.

La manera expeditiva como Segura retrocedió revela que a sus asesores, o quizá a Palacio, no les cayó bien el yerro. El comunicado de la Presidencia del Consejo de Ministros indicando que los diálogos políticos deben canalizarse a través del despacho de Ana Jara es otro indicio. Es decir, el diálogo puede ir. ¿Qué ha sucedido?

A lo mejor empieza a haber una racionalidad diferente en el régimen humalista. ¿Para qué han servido la guerra contra Alan García y el Apra, y el maltrato innecesario al fujimorismo, la primera fuerza de oposición? Finalmente, el emponzoñamiento del espacio público ha contribuido a la desaceleración económica, al desplome de la popularidad de la mal llamada pareja presidencial, y a la conversión de una mayoría parlamentaria en minoría. Y, para cerrar el círculo, el ridículo histórico y constitucional: el Congreso le negó dos veces la investidura al gabinete Jara. En el contexto descrito, ¿se puede seguir con la espada desenvainada?  Parece que no.

Otro hecho que merece destacarse son las convergencias puntuales entre dos posibles animadores del 2016. Ante el desplante de Segura, Keiko Fujimori, la lideresa del fujimorismo y casi fija en la segunda vuelta del 2016, como se dice, cuadró al novel ministro por el innecesario maltrato a un ex jefe de Estado.

Otro hecho que merece subrayarse con respecto a Keiko y García tiene que ver con la unidad de criterio que asumieron para condenar el intento de tachar a Luis Castañeda Lossio. Empinándose sobre sus propios intereses partidarios condenaron el ensayo, porque consideraron que semejante discrecionalidad de los jueces electorales era dinamitar las bases mismas de nuestra democracia. El pronunciamiento de ambos fue decisivo para la rectificación del JNE. Aquí podría decirse que la polarización palaciega ha obligado a confluir a los jefes de la oposición.

En síntesis, podríamos estar en un momento de inflexión de la absurda confrontación que asemeja nuestro espacio público al de los regímenes chavistas en vez del de las democracias con altos estándares de libertad. Las derrotas del oficialismo en el Congreso y la evidente necesidad de conversar con la oposición, la razón legal que le viene otorgando el Poder Judicial a García ante el intento de inhabilitarlo mediante una votación legislativa, y el frustrado intento de tachar a Castañeda, quizá son señales de  las fortalezas de la democracia. Uno a uno, todos los intentos autoritarios fueron desmontados, y para avanzar solo queda tender puentes y dialogar.

Hoy que la desaceleración de la economía amenaza con lentificar el ritmo de reducción de la pobreza –que propicia la resurrección de los estatismos-, superar la polarización que desató el humalismo desde el primer día de gobierno sería una gran noticia, precisamente, para la reactivación económica.

La desaceleración por el desplome de la inversión privada no solo se explica por las sobrerregulaciones y las tramitologías, sino también por un clima político embrutecido sin posibilidades de diálogo y pactos. Si la política solo sirve para la exclusión del rival, los mercados, que respiran señales públicas, entienden que la democracia camina al borde del abismo y, entonces, se contraen. ¿Quién se atreve a invertir en un campo de batalla?