La comisión de Constitución del Congreso de la R...
La recesión es un fenómeno que ya llegó, ya no es un debate académico. Lo dicen las calificadoras de riesgo, lo sostiene el ministro de Economía, Alex Contreras; lo confirma el Congreso cuando aprueba un crédito suplementario con urgencia y, sobre todo, lo ratifican los peruanos ante la falta de empleo y frente al evidente aumento de la pobreza. Sin embargo, la pregunta emerge directa: ¿cuáles son las causas de la recesión?
Una primera respuesta es inevitable: el devastador gobierno de Pedro Castillo y su proyecto de la asamblea constituyente iniciaron la fuga de capitales y paralizaron todas las nuevas inversiones. En la medida que cualquier proyecto de inversión –ni qué decir sobre los grandes– demanda por lo menos un año de maduración, luego del golpe fallido de Castillo el resultado natural tenía que ser la recesión. ¿O no?
Sin embargo, si vemos el curso de la economía peruana en las últimas dos décadas advertiremos que luego de crecer en promedio en 6% del PBI y reducir varios puntos de pobreza por año, desde el 2014 el techo de crecimiento se convirtió en 3%. La economía se siguió lentificando hasta llegar a cero luego del gobierno de Castillo. Es evidente, pues, que antes de Castillo hubo una línea hacia abajo que termina en la recesión de hoy. ¿Cómo explicar esta tragedia?
El discurso neofascista que pretendió polarizar entre fujimoristas y antifujimoristas terminó destruyendo todos los activos institucionales y económicos que construyó el país en las últimas décadas, con el resultado final del desastre de Castillo. Vale recordar que, bajo la influencia de este relato, la política peruana ingresó a una guerra sin cuartel que posibilitó que las corrientes comunistas, colectivistas y progresistas, construyeran narrativas que comenzaron a ser dominantes en la sociedad. Y hay que señalar que la única explicación de la llegada de Castillo al poder es la influencia de esta narrativa en la sociedad.
Sin embargo, la polarización que mencionamos no solo desató una crisis política perpetua, sino que también permitió construir fábulas que demonizaron al sector privado como la fuente de todos los males. Bajo estos relatos, el Estado comenzó a burocratizarse hasta convertirse en un Estado abiertamente anticapitalista y enemigo de la inversión privada. Por ejemplo, la sobrerregulación en minería explica que en 1990 existieran 7 dependencias vinculadas a este sector; sin embargo, en los últimos llegaron a sumar más de 30. Asimismo, existían alrededor de 12 procedimientos, pero en los últimos tiempos llegaron a sobrepasar los 265. ¿Qué exploración o explotación minera puede prosperar ante semejante burocracia? Parece imposible.
En el caso de las agroexportaciones, igualmente, se puede notar la nociva influencia de estas narrativas. Se derogó la Ley de Promoción Agraria (Ley 27360) y, de pronto, el milagro agroexportador que posibilitó aumentar las exportaciones de US$ 651 millones a más de US$ 10,000 millones, se detuvo en seco. Hoy no hay una sola nueva inversión. ¿Por qué se presentó este legicidio? Porque los empresarios agroexportadoras fueron demonizados y la realidad falseada.
Toda la pobreza en el Perú, de una u otra manera, está asociada a la burocratización del Estado que se convierte en una muralla en contra de la creatividad social, detiene la inversión privada, y aumenta y desata todos los rostros de la informalidad. Puno, Cajamarca, Ayacucho, Huánuco, tienen más de 40% de pobreza y más del 80% de sus respectivas economías es informal.
Es evidente, pues, que la actual recesión es el resultado inevitable de una cultura anticapitalista que se impuso en el Estado y la sociedad, una cultura irresponsable que creó y fomentó el progresismo. Si esa cultura no hubiese prosperado, el país habría seguido creciendo 6% en promedio (no había ninguna razón para no hacerlo, excepto la narrativa progresista) y hoy estaría acercándose al ingreso per cápita de una sociedad desarrollada.
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