El año que culmina no cayó el gobierno de Dina Boluarte ...
A inicios del nuevo milenio el neomarxismo ha sorprendido a las grandes tradiciones conservadoras y liberales que han construido los pilares ideológicos e institucionales de las sociedades occidentales. En Estados Unidos –el mayor experimento republicano del mundo moderno–, el Partido Demócrata ha sido copado por el ala radical que promueve el derribo de las estatuas de los padres fundadores de la gran nación del norte y propone aumentar la composición de la Corte Suprema –entidad tutelar de 200 años de tradición constitucional– como si se tratara de cualquier sociedad latinoamericana o tercermundista.
Más cerca de nosotros, Chile, la sociedad con mayor ingreso per cápita y menos pobreza de nuestra región, en los próximos días enfrentará un plebiscito que decidirá si se continúa o no con la Constitución que permitió a la nación del sur tener cuatro décadas de estabilidad democrática y una economía que haría palidecer de envidia a cualquier sociedad en desarrollo. Asimismo, el Perú –uno de los países que era llamado un milagro económico, que había reducido pobreza de 60% de la población a solo 20%, y que había tenido una continuidad en cuatro elecciones sucesivas– hoy se desmorona ladrillo por ladrillo y se convierte en una enorme interrogante.
¿Cómo se derrumba el sistema republicano y la economía de mercado si las fuerzas contra la libertad no ganan elecciones? Ni en Estados Unidos, ni en Chile ni en Perú, los comunistas o colectivistas jamás ganaron electoralmente. ¿Cómo se explican las cosas? Hay una sola respuesta: el gigantesco trabajo cultural que ha desarrollado el marxismo, reinventándose una y otra vez. Y una de las reformas capitales del colectivismo, luego de la caída del Muro de Berlín, fue dejar a un lado la revolución de la estructura económica (al menos hasta antes de tomar el poder). Si las fuerzas del mercado y la inversión tienen tanta racionalidad en las expectativas, ¿por qué enfrentarse a ellas?
¿Qué hicieron entonces? Empezaron una guerra cultural e ideológica contra las bases mismas de Occidente. Surgió la llamada “imperofobia”; es decir, la denuncia de las colonizaciones occidentales de América, África y Asia. De pronto las conquistas no eran producto de una época sino de hombres que llevaban el mal intrínsecamente. Los padres fundadores de Estados Unidos, Colón y Cervantes pertenecerían a esta pléyade del mal. Los hombres, pues, deben ser “ángeles y perfectos” –como los comunistas– independientemente de su tiempo. Este razonamiento, que lleva a derribar estatuas, tarde o temprano acabará con los legados de Sócrates, Platón y Aristóteles, porque dos mil años atrás ellos toleraban el esclavismo en las ciudades-estado.
En este universo surgió la idea del dominio del hombre blanco, occidental, que exportaba dos productos culturales: la familia patriarcal, que oprime a los géneros, y el capitalismo que –con dos siglos de revolución industrial– ha puesto al planeta al borde de la extinción. Para avanzar en la lucha contra el dominio de los estados opresores –epifenómenos del occidentalismo a combatir– había que defender “los derechos humanos”, con objeto de relativizar la autoridad constitucional y legal de los estados y crear un sistema de derecho global que ahogue la idea de sociedades particulares o nacionales.
Con este portaviones cultural e ideológico, las grandes tradiciones liberales y conservadores de Occidente, simplemente, quedaron desarmadas. Hoy algunos liberales o gerentes de empresa repiten el “todos y todas” sin establecer las conexiones con este huracán ideológico que remece Occidente. Hoy miramos indolentes los videos del programa “Aprendo en casa” del Ministerio de Educación, que hablan de la existencia de un “español estandarizado” que hablan las clases dominante, con el claro objetivo de violar la autoridad de la Real Academia de la Lengua y pulverizar la influencia de la hispanidad.
A veces no entendemos que la propuesta del llamado Acuerdo de Escazú y las sobrerregulaciones que asfixian a las inversiones mineras, en hidrocarburos y recursos naturales en el Perú, provienen de esa guerra ideológica que señala que la destrucción ambiental del planeta es obra del hombre blanco occidental y los doscientos años de revolución industrial capitalista.
Nadie entiende cómo los escolares chilenos, azuzados por los maestros del Frente Amplio, salieron a quemar Santiago exigiendo igualdad y mejor educación, no obstante que los rankings mundiales ubican a Chile como una de las sociedades con más igualdad y mejor educación. Quizá la explicación radique en esas imágenes impactantes en que los niños mapochos de inicial gritan con sus profesores “el pueblo unido jamás será vencido”.
¿Cuál es la explicación de la crisis de Occidente? El abandono de su raíz filosófica, ideológica y cultural. No habría Occidente sin filosofía, pero el barbado Marx nos hizo creer que la estructura explicaba la superestructura. Y le creímos tanto que solo hicimos economía y nos olvidamos de la filosofía, de la historia, la cultura y las humanidades. Y entonces Occidente dejó de ser Occidente. Allí están los resultados. Es hora de volver a la gran tradición.
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