Editorial Política

No hay mercado sin estado

No hay mercado sin estado
  • 10 de septiembre del 2014

Reflexiones sobre un debate ideológico que se vislumbra inminente

En el último Reporte del Foro Económico Mundial que mide los avances y retrocesos  en competitividad entre 144 países, el Perú pasó del puesto 61 al 65 y semejante contratiempo pone sobre la mesa una verdad incuestionable: No puede haber economía de mercado, no puede haber crecimiento, sin un estado que acompañe y promueva los círculos virtuosos de la expansión económica. Simplificando las cosas: No hay mercado sin estado. Y eso es lo que ha venido sucediendo en el Perú. El mercado y el crecimiento se desplegaron y crearon uno de los sectores privados más pujantes de América Latina, no obstante que el estado permanecía congelado en el siglo pasado. Claro, sin la frenética y destructiva actividad empresarial del velascato.

En el Perú, la hiperinflación y el terrorismo de los 80 crearon un abismo donde solo era posible el ajuste. El estado populista del siglo XX se desmoronó como un castillo de arena, mientras el 60% de la población se empobrecía. No quedaba otra: había que privatizar cerca de 200 empresas estatales que bloqueaban a la economía y creaban impresionantes déficits fiscales que desataban la hiperinflación. Pero no se podía privatizar si es que no se bajaban los aranceles, se liberaba los precios y se desrregulaba la mayoría de actividades económicas. Ninguno de esos objetivos se podía conseguir si la nueva Carta Política no abolía las momias ideológicas de la economía velasquista.

De esta manera errática y apurada llegamos a crear una de las economías más abiertas de América Latina. El estado populista se destruyó a combazos sin una gran movilización ideológica y política que sustituyera el consenso que se gestó en el siglo XX alrededor del modelo de sustitución de importaciones, del protagonismo del estado, y del populismo en general. El fujimorato se encargó de demoler la vieja economía mientras los políticos se replegaron en silencio.

Pero como no había existido un gran debate ideológico alrededor de la economía, en democracia, tarde o temprano, las viejas ideas tenían que resucitar de los sarcófagos. De una u otra manera eso es lo que nos dice el informe del Foro Económico Mundial cuando señala que las causas principales del retroceso del Perú en competitividad están en la sobrerregulación burocrática, la corrupción y la asfixiante legislación laboral que fomenta la informalidad de cerca del 70% de la Población Económicamente Activa.

Luego de un cuarto de siglo de economía de mercado, de crecimiento con reducción sostenida de pobreza, la estrella de América Latina ha entrado en una peligrosa desaceleración económica que desatará impaciencias y preguntas acerca del modelo económico. No sería nada extraño que los representantes del estatismo que empobreció al 60% de los peruanos hoy desempolven sus viejas armas y empiecen a abogar por el regreso de esos años de oscuridad.

Toda crisis genera tal incertidumbre con respecto al presente que, inevitablemente, el pasado aparece como alternativa que se enfrenta al futuro, al avance. Se viene, pues, esa intensa batalla ideológica y cultural que no se libró cuando el fujimorato pulverizó sin compasión al estatismo velasquista.

La izquierda anticapitalista sostendrá que el mercado debe sentarse en el banquillo de los acusados porque ha creado una economía que solo depende de los precios de los minerales. y que la desaceleración es hija legítima del modelo. Quienes defendemos el proceso que ha arrinconado la pobreza como nunca antes en nuestra historia, sostendremos que el viejo estado del siglo pasado debe ser condenado a pena capital y reemplazado por otro nuevo cuyo fin supremo sea servir al ciudadano y al sector privado. Cuando el estado no se define como un servidor de los privados, entonces, la tentación totalitaria en economía y política se vuelve pan de cada día.

No hay libertad si en una sociedad el sector privado no es mayoría absoluta. No hay sociedad abierta sin esa característica. Para resumir: los privados son los amos y el estado es el servidor. En El Montonero nos preparamos para  el gran debate ideológico que se avecina, porque no hay mejor combustible para libertad que la discusión franca y abierta.

  • 10 de septiembre del 2014

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